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domingo, 31 de enero de 2010

EN CONCRETO

Tenía una fijación con mi nuca. Le gustaba tomarme de allí como el ejemplo más parecido de los felinos cuando cargan a sus crías; parecía hacer dibujitos inocentes con los dedos y yo sentía choques eléctricos en mi existencia. Sus cabellos áureos, alumbraban nuestros cuerpos enmarañados entre sí, me enviaba el maleficio de querer protegerla siempre, pero en los momentos del sudor, incitaba a la agresión… no me refiero a lo de las perversiones sexuales y esas cosas cochinitas, sino a esas ganas de buscar dentro de ella esa esencia que sabía proyectar en su vida de colores.

De tantas veces que he pensado la manera de cómo nos conocimos, creo que he hecho mi propia imagen de ese momento. Sólo tengo claro que me robó un beso y que después estuve acostado en su lecho, navegando por su humedad elocuente y además, aterrado por el ínfimo tamaño de su baño.

Suelo tener casi siempre un desconsuelo impertinente, quizá por llamar la atención o talvez porque me duele el universo, mi temperamento de mierda es un juego de azar, mis emotividades son siempre una moneda que está girando en el aire. Tengo en mi vida un alto porcentaje de aguafiestas, otro tanto de resentido y otro más de inconforme. Digo todo esto, porque con ella y, en ella, encontraba un recoveco mágico en el que se decantaban mis intranquilidades. Aquí quiero confesar que muchas veces mi dramatismo aumentaba la naturaleza de mis problemas, pues mis asfixias y mis dolores de cabeza, obedecían más a la necesidad de que ella aliviara mis penurias existenciales, que a cualquier situación real o imaginada.

Su cuerpo pequeño, blanco, delineado y con sabor agridulce de sudor, me recibía con la antesala de sus besos; usaba como pijama un saco gigante y sus muebles eran cojines alcahuetes de nuestras temperaturas altas, todo en ella, era armónico, como una eterna sinfonía de suspiros acomodados para que fluyera en ella la perpetuidad.

Se volvió experta en intervenirme emotivamente, era un dispositivo de autocontrol pero separado de mi cuerpo… como un botón de encender y apagar la calma… sus abrazos, sus miradas, sus finísimas ironías, sus lunares juguetones, su ducha natural, sus talentos -los evidentes y los ocultos- … todo paliaba cualquier intento mío de desesperación… Ella, de alguna maldita y mágica manera no dejaba que yo me saliera de ese paraíso que me ofrecía con cada una de sus respiraciones a mi lado. Era… inmensa. Era…fascinante… una filigrana. Y es que en sus ojos se notaba el homenaje a esa paz espiritual envidiable.

Me incomodan las personas que hablan en tercera persona de sí mismos, no soporto a los que no son coherentes con su comunicación no verbal, detesto a quienes dicen: “yo estaba pensando lo mismo que tú”, me enervan los que tienen mala pronunciación, no me gusta que me pidan nada los mendigos, no entiendo a los que oyen música con mucho volumen, quisiera matar a los que hieden o a los que se creen hábiles sin serlo… Respeto a los muertos, a sus memorias, me burlo de la hipocresía y de la torpeza, tengo la paciencia para admitir el camino y la forma como lo asumen los otros… Pero nadie como ella, me ha dado el total derecho de refunfuñar, nadie ha sido mi catalizador de vida… nadie ha sido tan buena maestra en el arte de hacerse extrañar.

La vi pasar, estaba vestida de negro, no sé donde estaban sus colores alegres como de juguetería… la vi pasar, y su cara relajada, era una mueca de afán, iba de la mano de alguien… En la esquina, ella se empinó un poco para despedirse y lo besó como despidiendo a un marino… Pensé entonces que nunca nos despedimos y que sus labios, si bien me lo insinuaron, no pronunciaron ninguna oferta.

Termino de fumar. La veo convertirse en un pequeño punto de la ciudad, en la mesa de al lado de aquel café, una pareja discute sobre un mensaje inoportuno que le llegó a él, en otra mesa una hermosa joven lee algún libro de poesía, yo giro mi cabeza y no entiendo porqué no fui capaz de asumirla… porqué me dio miedo ser feliz a su lado… Suspiro con cierta frialdad, una vez más disfrutaré el sabor del aislamiento…

La pareja ya ha solucionado el problema y la recompensa él la pagará con creces, la niña del libro de poesía no ha cambiado la página desde que estoy aquí sentado, le doy el dinero de la cuenta y la propina a la mesera… no sé que espero… no sé porqué tengo la secreta esperanza de que algo cambie si sigo haciendo lo mismo… es justo ahí donde se pelean mi lógica y mis expectativas… se me pasa la cara de amabilidad y me monto a la ciudad, para ver los carros, para oler el desorden… voy a la calle. Entonces veo el concreto… pero sé que la extraño en abstracto.

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