Germán: ¿Qué te pasa hermano... te noto raro...?
Yo: Nada Hermano, sólo estoy sensible...
Germán: Mi hija pequeña, le dijo a su hermana, cuando esta
la había invitado por tercera vez a ver su gatito enfermo...
¿Sabes qué? avísame, cuando se muera... no sirve de nada que yo vaya.
Yo.: ¡Qué practicidad!
Germán: ¡Exacto! no es insensibilidad, es practicidad.
Yo: Nada Hermano, sólo estoy sensible...
Germán: Mi hija pequeña, le dijo a su hermana, cuando esta
la había invitado por tercera vez a ver su gatito enfermo...
¿Sabes qué? avísame, cuando se muera... no sirve de nada que yo vaya.
Yo.: ¡Qué practicidad!
Germán: ¡Exacto! no es insensibilidad, es practicidad.
Después de recibir las noticias
sobre ella, de que no podrían verse, aquel, salió a caminar, a pensar, el
porqué, las posibles explicaciones, a buscar las circunstancias o los
culpables. Su reflexión tenía varios niveles, el
primero –parece ser el más doloroso– era el de la ilusión, que estaba recubierta
de unas inmensas ganas de verla, besarla y decirle que desde hacía algún
tiempo, ella se le había convertido en aliciente vital, el segundo nivel de
reflexión, tenía que ver con el tema de los protocolos del encuentro, que consistía en cuidar al detalle todo aquello que reflejara una dinámica perfecta
en el momento de verse y un tercero que se hundía en las dudas, relacionadas,
con la pregunta si ella lo quería o no, con la incertidumbre de si merecía su
cuerpo, en últimas, era un tema relacionado con la autoestima emocional mancillada
de aquel.
Decidió caminar, huir, salirse de
su contexto, pero las palabras de aquella, le retumbaban en su cabeza, “¿Dónde
nos vemos?” Decía él con voz empalagosa, “Por ahí”, decía ella, con un tono
militar, “¿A qué hora?”, le decía, intentando descongelar su arrogancia, “Cuando
puedas”, y terminó la conversación con un “Yo y te aviso entonces”. Con el
sinsabor de la frialdad en su trato, con las manos cerradas por su
incomprensión, por la escasez de ternura, por la falta de consentimiento y por
la ausencia de ganas, todo en un coctail, que bebía día a día, esperando sus
manifestaciones de interés. Pero él, que la vió desde la bondad, la
justificaba, decía que ella había tenido experiencias fuertes, que su carácter
era palíndromo, que era una hermosa y rebelde niña, que era culpa de su padre,
que los motivos provenían de sus relaciones, su formación, el exceso de tiempo
libre…
Siguió caminando y encontró una
venta de cigarrillos, compró uno, ya era el noveno del día, y a esa hora –antes
del almuerzo- su consumo era exagerado; más adelante dos señores hablaban de
cosas financieras, después una dama lo miró de reojo y un muchacho le entregó
un volante que decía:
¿Desesperado?...
¿Angustiado?...
Venga y visite al
Hermano Aristizabal.
Solución Garantizada
Y por el anverso del volante, se indicaba la dirección… era
cerca de allí. Entonces una esperanza se pintó en sus ojos… se dirigió al
sitio.
Timbró. Era una casa antigua, sin ningún aviso o referencia,
una señora vieja, entreabrió la puerta y lo miró inquisitiva y él enseñó el
volante, la anciana sonrío y lo invitó a
pasar, recorrió un pasillo y a la derecha entró a un cuarto blanco con sillas plásticas de color rojo, sin nada más; en el sitio, había un señor con sombrero blanco, de unos 60 años, las manos
fuertes y la piel quemada por el sol, estaba dormitando, abrazando su inmenso
abdomen, también había una niña rubia, de ojos color miel y
piel de porcelana, estaba peinada con dos trencitas sujetadas por unas hebillas
que parecían flores, ella, observaba atenta un rincón de aquel sitio.
Él entró y se sentó en frente de ambos, el señor abrió los
ojos y lo saludó con la cabeza, sin cambiar la expresión de su rostro, la niña siguió atenta observando el rincón por
el que se había asomado una araña.
Él carraspeó un poco, y pronunció un tímido buenos días
mientras se acomodaba en la silla, el señor, tocó la punta de su sombrero y le
dijo con un tono típico de hombre de campo:
- “Buenas, patrón, no lo había visto por aquí…”
- “Es la primera vez que vengo” y sonrío con cierta amabilidad
que disfrazaba los nervios.
En ese momento la niña se movió con rapidez y dijo:
- “Abue, la araña me saludó” y volvió a mirar el rincón
Sin dejar de mirarla, el señor habló: “ Esta, es la hija de
mija, uno se vuelve pendejo con los nietos” y lo miró de frente… “Vengo aquí,
-siguió hablando- pa´ consultar al Hermano, es que voy a comprar un caballo, y
su persona, disculpe lo metido, pa´qué viene?
Él quiso explicarle, que estaba un poco triste y que en
verdad no sabía a qué había ido, ¿una consulta sentimental? ¿Para saber si ella
lo quería?... eso sonaría ridículo –pensó–, y dijo rápido, “Ah, es una cuestión
de negocios”, entonces exclamó el señor: “¡Qué bueno!, y a qué se dedica el patrón?... Pensó en decirle
cualquier cosa, en hacer el chiste de que el Patrón se dedica al narcotráfico,
pero por alguna razón dijo la verdad: “-Soy escritor” y bajó la mirada como arrepentido.
El señor se acomodó el sombrero y dijo sin cambiar su rostro
“Y eso, ¿de qué escribe?”… pensó en responderle, que sus recientes textos eran
sobre una mujer, que creía que lo salvaría de su angustia, un ser precioso que
se había encontrado en un juego de azar… pero le dijo, “sobre la vida… sobre mi
vida” y hubo un silencio, como si el señor o él mismo supiera que el diálogo
estaba incompleto.
El señor se inclinó un poco hacia el frente y le dijo, “Mire
Patrón, yo sé lo que tengo que hacer pa´comprar el caballo... lo viera Usté, es lo
más de bonito, pero es que hay veces en que uno necesita, que otro le diga lo
que uno sabe… por eso me gasto la platica aquí”… ¿Cuánto vale la consulta?,
preguntó de inmediato, “45”, dijo el señor.
¿Qué es lo que se debe saber, para comprar un caballo?,
preguntó intrigado aquel, el señor se quitó el sombrero y dejó ver su cabello
ligeramente negro, por primera vez, sonrió un poco y y miró para el techo com
buscando en su mente:
“Eso es fácil patrón, mi viejo, que era sabio como todos los viejos, me dijo que pa´comprar un buen caballo, debía mirar bien cuatro cosas…”
y en ese momento la niña se acercó y dijo “Abue, la araña me dijo que no podía
salir porque la mamá no la dejaba” y se regresó al rincón, “Cuatro cosas,
-continuó el señor-, el caballo debe
tener lo mismo que un Zorro: cuerpo
alargado, cola aguachada y agilidad, también debe ser como un Gallo: ojo vivo, pecho ancho y elegancia,
debe ser como un Cura: nuca ancha, guevas redondas y buen apetito y debe ser
como una Mujer, cadera ancha, mansa
al montar y de buenos movimientos” y soltó un suspiro, como si hubiese
confesado un secreto. La cara de asombro del aquel, fue inmensa, pensaba en lo
que había dicho el señor.... tenía tanto que preguntarle sobre lo expuesto...
La anciana que había abierto la puerta entró y dijo: “El
hermano, no los puede atender”, los pacientes hicieron mala cara y se pararon
sin decir nada, salieron en silencio y la niña daba salticos tomada de una mano
de su abuelo “Mi Dios lo bendiga, Patrón”, le dijo levantando la mano derecha.
Con el pecho lleno de confusión, pensó en llamarla y en
contarle todo lo que había pasado, decirle que la extrañaba, que todas sus
letras, ahora eran para ella, que no importaba que el valor que ella le daba no
fuera adecuado… que le había logrado despertar una sensibilidad inusitada, que…
Pero se acordó de las palabras de aquel señor: “Yo sé lo que hay que hacer”…
Fue la lección más grande de practicidad que hubo de recibir
aquel… pensaba: besarla quizá… viajar quizá... ver su cara pícara de nuevo quizá…
ceder a sus pataletas quizá… no mostrar lo que sentía quizá…
Hora de almuerzo… pero quizá, un cigarrillo vendría bien antes… quizá.
1 comentario:
Hay desesperanza en su escrito o no sé si es nostalgia.
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