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jueves, 14 de agosto de 2008

De la guerra, el triunfo y lo otro…

Parecía una simple espera tranquila de unos cuantos minutos en una tibia silla de metal, pasaba el tiempo mientras mis manos jugaban con el papel transparente que envolvía media cajetilla de cigarrillos de quien me acompañara en una charla compartida con "una alguien” que después entendí por qué no me agradaba del todo…llegué a pensar que era yo, eso de mirar mal y que nadie te caiga en gracia es algo normal en el día a día, pero no, era algo más, algo que no supe describir, algo un tanto espiritual, una mezcla de ignorancia por las situaciones y la competencia femenina que se debe soportar así no se esté en la lucha… sobra decir... éramos tres.

Me aburría cada vez más con su conversación, de repente sentí la necesidad de disimular, de mirar hacia otros puntos del lugar, a las personas que nos rodeaban, hasta al pequeño pedazo de papel de servilleta tirado en el piso, a cualquier cosa que no fueran ellos mientras que mis ahora nerviosas manos seguían en su tarea con la cajetilla, todo esto por sentirme un poco aludida con el tema que estaba naciendo. En el divagar de mi ojos, mis oídos sólo se concentraban en apartar el ruido y lograr entender las palabras que intentaban salir en tono bajo de sus bocas tímidas.

"Creo que yo nunca voy a tener una oportunidad con él", dijo la boca rosada con un silbido un tanto fastidioso y una dudosa pronunciación, mientras su rostro se emancipaba con esas palabras haciendo un gesto de auto lástima y deseos frustrados… "Por qué, tu no lo sabes, claro que él ya tiene a alguien" dijo la segunda boca, dejando salir el humo gris de su interior... "No te creo... quién?"... bajé la mirada disimulando preocupación por la hora y sentí sus ojos como un invisible dedo carcomido de color marrón señalarme justo a mi, apuntando justo en mi cara, justo en el centro de mi ser... Volvió a sonar la voz y su aún menos agradable tono decir: “noooooo… de verdad?, que suertuda!”, y su boca sonrió irónicamente mientras sus ojos con un aire de reproche echaron un vistazo a mi presencia ahora un tanto escurrida en la silla, como cuando se busca acomodo en la poltrona de un psiquiatra. Allí, en ese preciso instante fue cuando descubrí el porqué de mi enemistad hasta ahora desconocida con aquella desconocida; era una especie de envidia tácita que se desprendía de su ser y chocaba con mi convencimiento de superioridad por tener lo que ella anhelaba.

Mientras nuestros egos combatían me sentí salvada por un milagroso cuarto personaje que sin ser invitado se unió a nosotros; en ese instante hice caso a mi cobarde yo interno que quería salir corriendo de allí sin importarle nada más; me levanté, tomé mi bolso, me despedí de mis acompañantes y me sentí grande, al decirle a aquella niña de cabello oscuro y un tanto desarreglado “chao nena”, con una de mis cejas un poco levantada, y un diminuto asomo de sonrisa en complicidad con mi ligera inclinación de cabeza hacia la derecha que más podría compararse con un gesto de compasión que de amabilidad, ganándole por mucho a su pobre sonrisita que ahora había quedado en el pasado sin lograr mayor trascendencia. Mandé mi maleta al hombro derecho, di media vuelta, metí las manos en los bolsillos de mi pantalón y comencé a caminar en dirección a la salida sintiéndome como si me hubiera ganado el premio mayor, el que todos quieren pero que sólo uno obtiene. He aquí el fin, una salida airosa de un aprieto en el que sin pensar resulté involucrada.

PD: Por otra parte te anhelaba. Quería contarte mi gran batalla y por supuesto mi gran triunfo, y cuando por fin me decidí a ser yo quien llamara primero, haciendo caso omiso a tus recomendaciones te escuché contestar seriamente… (estabas “ocupado”). Ahí comprendí que mis triunfos y el ser “suertuda” no son suficientes, y que debo vencer en muchas más luchas para que tú te atrevas a fijarte en mí y descubras la guerrera que ha nacido con el fin de obtener una sola cosa: tu cariño.

A manera de respuesta… de la supuesta carta anterior y la agresión tácita de la posdata implícita del contenido

Entonces la descubrió entre miradas ajenas, él trataba de explicarse cuál era ese centro magnético que lo unía a ella… si acaso las ganas de arrendar una piel, los deseos de compartir pasado o la movilización de las inteligencias, buscaba argumentos de diferente orden, espirituales, morales, esotéricos, físicos, simbólicos… y con todo ese arsenal pesado de justificaciones llegaba al mismo punto: el miedo.

Lo confundía. Pues no podía imaginar que el destino era irreverente cuando de ella se trataba, la cuestión era que todo estaba preconfigurado para que ella estuviera a su lado, pero paralelamente el futuro a su lado se desvanecía cada vez que se mencionaba. Su más grande fortaleza era la vulnerabilidad. Su arma letal era esa ambivalencia carismática, que la hacía irresistible a la razón y explosiva a los sentidos.

Era claro que a él y su guerra interna entre querer, deber y lo conveniente, lo debilitaba, lo hacía tomar caminos tortuosos, lo empujaba a decisiones torpes. En las noches lloraba en silencio, se detestaba por pusilánime, pero sabía que en ese lugar no le iba a pasar nada, que si no se atrevía no iba a perder lo que tenía… ¿qué tenía? Una supuesta inteligencia construida con referencias de otros, un verbo privilegiado que incitaba a agitar sensaciones, pero no era capaz de moverse a si mismo, un perverso sentido práctico que lo hacía egoísta y cruel, y quizá su más preciado tesoro, la capacidad de soñar.

Inteligente, locuaz, perito y soñador. Quizá sólo son palabras, pero ella, se las había mostrado, se las había reinventado para y con él, y en la mejor muestra de mayéutica, le había dinamitado sus esquemas. Es así como le preguntaba, inocentemente, aspectos mundanos, que se conectaban con arcanos infinitos, y desubicaban sus más férreas creencias… de tal forma, se descubrió a través de ella, se hizo hombre, pudo sentirse a sí mismo, como en una masturbación energética, ella provocó su auto revelación. Sería a partir de ese momento honesto con eso de los sentimientos, se oiría más… se querría más. Quizá, lo volvió un egoísta con clase, uno de esos que todos admiran por su autoestima, uno de esos que llaman valientes.

La pregunta ácida es, si después de descubrirse como tal, de liberarse de todo, de mirarse por primera vez, él debería romper con ese lazo… ella, era su principal y única atadura… ¿Sería una acto de amor de ella…? Mostrarle el universo y dejarlo solo… ¿O sería una cabronada de su parte viajar solo…? Una vez más el miedo lo inmovilizaba, prefería especular que probar, su amor era fuerte, pero más lo era, las inmensas ganas de no tocar aquello que había sido sagrado, el espejo que era ella.

PD: Como ves, prefiero tenerte en cuarentena, no como dices, “como arroz en bajo”, es más un asunto de respeto… ponle a esto un nombre… excusa, evasión, falacia, llámalo argumento pobre, juego estúpido o actitud inmadura… no me importa, por que mi adoración tiene su propia lengua, se entiende sola y a sí misma… es una adoración demente, que se ríe y muestra cambios de temperamento, es una adoración hipocondriaca por ti, que eres remedio y mal… ¿me juzgarás entonces… me tendrás paciencia… me entenderás? No lo sé, pero a estas alturas, es más lo que no sé, que mis certezas… ese es justo tu mundo, el del no lo sé…

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