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viernes, 17 de octubre de 2008

Cómo Administrar un Castillo

En él habitaba un demonio que se manifestaba ante el llamado de los 10 seres.
Se oía el cacareo metálico de una rampa, subía como un labio inferior que saborea a su compañero superior… estaba rodeado de un musgo extraño que expelía su identidad contando olores pútridos, quizá la humedad de esa zona, se contrastaba con la torre, con dos ventanas que permitían ver el panorama y un pequeño ducto para el aire.

Muy cerca de la zona húmeda, estaba su centro, tenía un hoyo tapado que para ser sincero, no servía para nada, sólo para ser nombrado aquí. En la parte de atrás estaba el desfogue, ese canal necesario por el que salen desechos los desechos, ese moridero de porquerías, ese lugar final, que para algunos es el principio.

Sus paredes posteriores tenían dos extensiones móviles, que eran complejos mecanismos articulados y que aparentemente se podían manejar desde la torre… pero todo lo anterior quedaba opacado con los 10 habitantes de este sitio, parecían seres ajenos pero mantenían cierta familiaridad, por ser numerosa familia, venían en parejas pero por asuntos de religión y distribución cada uno vivía en las fronteras de aquellas extensiones móviles laterales. No era uniforme la capa de sus paredes, en diferentes partes del lugar en mención, dicha capa se tornaba rugosa, templada, con pliegues siniestros, parecía, la capa, un forro más que autónomo caprichoso…

Dicen que unos raros animales habían atacado la parte alta de la torre, una vez la parte trasera tuvo un escape fenomenal lo que causó una gran conmoción en lo castillos vecinos por las porquerías esparcidas. A veces el ducto de aire se tapaba y generaba mal ambiente en todo el lugar.

La zona favorita de los habitantes, era la entrada subidiza, pasaban intencionalmente por ella una y otra vez, como provocando a las leyes físicas, jugueteaban, discutían, se tocaban con ansias de amantes ninfomaníacos. Ese era el llamado para el habitante mayor, el demonio del caudal, que hacía estremecer toda la estructura. Y de pronto pasaba, la sala central temblaba, desde la torre las ventanas cerraban sus persianas, los habitantes clamaban por su presencia, y se sentía venir.

En un acto de embrujo la velocidad aumentaba, los ritos eran rápidos, las plegarias se hacían fuertes, los clamores por su presencia retumbaban en los muros, ya viene, decían en voz baja esperando, con los ojos quietos observaban el cauce, uno a uno se sumergían en él, se bañaban, se regocijaban…

En ese momento el lector recordó sus lecciones de moral y buena conducta, supo que masturbarse estaba mal, y el pecado con intención hizo elevar más la rampa… ¡Castidad! ¡Castidad!, gritaba, ¡soy Casto!… ¡Casto!… después de ver su elemental obra seminal, decidió poner un diminutivo. Bueno, dijo, no tanto, mejor seré castillo

Bueno, y la administración… ¡Ah! no, no me jodan… Cada uno se la hace como quiere.