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domingo, 5 de abril de 2009

PARA FINALIZAR:

Conversábamos con un amigo, después de rasguñar autores destacados y dar vueltas sobre temas intelectualoides, llegamos a un punto crucial: las mujeres. Quise exponerle mi vulnerabilidad como única defensa ante ellas, con la pretensión de encontrar su abrigo, además, todo el miedo que me causaba el compromiso y la confusión con la libertad y el libertinaje. Me escuchó con atención y me contó que alguna vez había escuchado una metáfora, que venía al caso.

Existen de manera básica cuatro tipos de mujeres. Las de tipo fuego, que te despiertan pasión iracunda, te hacen sentir el calor de los sentidos, te consumen y no hay material que las resista. Las de agua, que son maternales, te ungen y te renuevan con su presencia. Las de aire, que te rozan como espectros, te impulsan y te refrescan y, las de tierra, fuertes, consistentes, que te otorgan seguridad, las que son tu polo a tierra.

Un metro cincuenta y cinco centímetros de practicidad. Quizá por ser la asistente de una jefe rigurosa, quizá por ser madre, quizá por la sobre protección de sus padres, su personalidad dual entre pragmatismo y confianza, con toques de romanticismo, muestras de compromiso y generosidad explícita, quizá por todo ello, la amé sin medida.

La conquisté con un chiste: “una vez estaba el chapulín colorado y le echaron crema” se reía de todo lo que se me ocurría. Me hice pasar por su esposo para una contratación de mariachis… y así, nos fuimos acostumbrando, almorzábamos, reíamos, jugábamos.

Conocí a su familia, una mezcla extraña de desconfianza, terquedad y miedo, yo le ofrecía mi buena energía y ella su comprensión exacta. Viajamos fuera del país, una isla nos recibió con olor a tabaco, hablábamos de la vida y de la muerte, del amor sin barreras.

Dicen que el amor es una meta y a la vez un recorrido, esta historia tiene tiempos cruzados por el dolor, el aguante, la necesidad y la certeza.

Siempre que vuelo, lo puedo hacer porque tengo un aeropuerto, un refugio cálido esperando mis aventuras traídas de cualquier sitio, ella, es un punto de referencia para la certeza de existir en tiempo y espacio…

Alguien me dijo yo que veía en ella una segunda madre, hoy que lo pienso lo admito con serenidad, me abraza con sus palabras, me dice cosas serias que me hacen doler la cabeza, es profunda, trivial, feliz, depresiva, brillante, pedagoga, madre.

Escribir en tiempo presente es una cualidad de quien puede ver lo que pasa, mi asunto es que no he podido tomar distancia, dado que encierra todos los elementos fundamentales… todos los tiempos gramaticales, dado que presiona con calidez, que sigue inscrita en la inocencia, que cree en la gente, por eso, no cuento más de ella, porque me estaría desnudando más de lo que puedo.

Ella es inefable, porque se convierte en aquello que existe, pero no se puede explicar…

Sé que me ama profundamente, sin restricciones, inhibiciones o prejuicios, me ama porque si, porque no y por si acaso…

Algunos viven a la orilla de mar escuchando el canto de las sirenas, se duermen plácidos con el ritmo cadencioso de las olas… yo vivo a la orilla de una avenida concurrida, escucho la sirenas de las ambulancias y me duermo al ritmo irregular de la respiración de la mujer que amo.

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