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miércoles, 24 de junio de 2009

DESTINO O DESATINO

Toqué uno de los bolsillos de mi chaqueta y sentí la cajetilla de cigarrillos, en el bolsillo en donde guardaba el encendedor no había nada, maldije un poco y me dispuse a comprar uno. Era una papelería de barrio, con piso rojizo y luz tenue, "Me vende un encendedor, por favor".

La adolescente coqueta que estaba allí, que tenía el pelo sobre la mitad de la cara, sus labios saturados de brillo y anillos negros me pasó uno rosado con manchas rojas, que cuando lo activabas se prendían unas lucecitas locas. Sonrió como retándome, a ver si yo iba a aceptar semejante pieza de absoluta naturaleza femenina infantil festiva. No dije nada, la miré y le agradecí. Salí caminando con seguridad y vi de soslayo el nombre de aquel recinto "Papelería..." y ahí estaba, su nombre, el nombre que quería olvidar, el nombre de esa mujer, que había preferido no recordar.

Pensaba en la forma de justificar ante mis amigos tal muestra extraña de excentricismo estético, pensé en dejar de fumar, imagine pintando aquellas manchas y estropenado el carnavalesco sistema luminoso. Cavilaba entre la indignación por la pieza que había recibido y el nombre, ese nombre sacro-maléfico. Era tiempo de fumar, eché mano de la cajetilla y al destaparla me hallé con un vacío profundo, inmenso, un eco insolente. Sólo aquellos que fuman me entienden esa angustia existencial, esta vez el madrazo fue un poco más fuerte, caminé un par de cuadras más y entré a una cigarrería, había un señor calvo y una niña de 4 o 5 años. "Buenas Tardes, me da por favor un paquete de cigarrillos... si de esos", agradecí, "¿Tiene con qué prender?" y enseguida la imagen mental de mi mismo, prendiendo el cigarrillo en la mitad de un carnaval de transformistas, "Si, gracias" y me dirigí a la salida apresuradamente, entró una anciana a comprar algo, y saludó a la niña "Hooola... ¿cómo va en el colegio?" otra vez aquel nombre, esto no era gracioso, miré el aviso de aquella cigarrería, y una vez más su nombre me perseguía... "Cigarrería..."

Saqué orgulloso mi encendedor, prendí un cigarrillo y aspiré profundo, como queriendo respirar otros aires que no fueran lo suyos, sentí un poco de mareo, caminé unas cuadras más. Era un barrio del sur de la ciudad al que iba a dictar alguna charla sobre convivencia ciudadana y esos temas. ¿Convivencia? ¡Qué gracioso! y es que uno a veces habla más, de lo que tiene que aprender.

La reunión estuvo bien, era un grupo de 14 personas, hice un par de ejercicios y mientras los desarrollaban pensé en fumar, debo decir que me cohibí por la posible burla de mi encendedor psicodélico; pasaron uno 10 minutos más, hice algunas reflexiones sobre la tolerancia y me sentí farsante, pues yo ni siquiera era capaz de aceptar un aparato afeminado, entonces me envalentoné y en el momento del descanso, saqué mi paquete de cigarrillos y mi esplendoroso amigo variopinto. Algunos se acercaron a gorriar cigarrillos, y la cara de sorpresa cuando les brindé fuego, no se hizo esperar, "Tolerancia" dije con voz seria y cara burlona.

Salí de ahí pensando en los niños taiwaneses malpagos que habían hecho mi artefacto jacarandoso, el final de la tarde recibió con ternura las luces que de mi emanaban cada vez que prendía un cigarrillo. Caminé hasta el paradero del bus, quizá unas diez calles, esperé.

Me subí al bus, era uno pequeño, un colectivo que llamamos aquí, me senté al lado de una ventana, para ver la gente caminar, observé el vehículo por dentro, y vino la tercera y última amenaza de su nombre, en letras de material adhesivo, estaba escrito: "... te amo". Ya no fue cómico. Era la tercera mención de aquel nombre que me causaba angustias, analicé la situación, ¿Cómo era posible tal coincidencia?¿Era acaso una broma del destino?¿Un mensaje esotérico?

"Quizá debo llamarla", me decía en voz baja, mientras sonreía por la situación de triple nominación, "De pronto es un anuncio de advertencia" y debo alejarme más, entonces me acordé de mi encendedor y se me vino una idea supuestamente trascendente, "Veamos, si compré un encendedor, cigarrillos y me subí a un vehiculo, quizá ella sea mi fuego, mi vicio y mi transporte" Me reí de mi cursilería, era tiempo de bajarme. Decidí llamarla.

Ella trabajaba en una funeraria, quizá por eso tenía un aspecto mortuorio, pálida, de pelo negro, ojos infinitos y estilo distinguido. Ella, que me había clavado la sospecha de estrellarnos en una cama, tenía voz suave y misteriosa, manos bien cuidadas y ropa elegante, ella, que pervirtió mis inspiraciones convirtiendolas en deseos oscuros e impúdicos, ella, la dueña del nombre que quise omitir y apareció como una campaña publicitaria permanente. Ella, la de mis pesadillas anheladas, me contestó como si hubiésemos hablado el día anterior.

Nos vimos. Me dijo que me quería besar y que en lo posible, quería que yo me resbalara por su cuerpo, que la colonizara de nuevo. Yo con evasivas le hablaba del itinerario de olvido al que la había sometido, y su inminente fracaso, le decía que había mil cosas que tenía que contarle, ella me miraba golosa... ansiosa. Estábamos en un café esquinero con luces amarillentas, pagué y salimos a caminar, para apaciguar el tema lúbrico, quise preguntarle que si acaso me extrañaba, me miró y dijo "en las noches", entonces me acordé de aquella vez que entramos a su casa, y que utilicé su baño, que parecía una cápsula del tiempo, que hice críticas sobre el papel de colgadura cuadriculado y que cuando llegamos a su habitación me sentí desnudo sin estarlo.

Me interrumpio su siguiente frase "Quiero besarte" y yo, con esta voluntad endeble, le dije que, ella sabía que yo era materia disponible... silencio, miradas... tiempo de fumar. Sentí una punzada en el cuello, una vez más aquel tornasolado amigo haría de las suyas; ella tomó uno de mis cigarrillos, ¿Fuego? pregunto ¿Qué crees? dice, entonces cierro los ojos, contengo la respiración, saco el encendedor y ella grita, "Qué lindo... ¿Es para mi?", "Si", entonces me besa ruda, suave, profunda y fugazmente, y siento tensionada mi alma.

"Sabes, creo que eres mi fuego, mi vicio y mi transporte" ella me mira y me dice. "Te apagaré en la abstinencia de tu quietud", yo me siento instigado, pienso... pienso... y le digo "Bueno, ganaste, como siempre". Entonces me toma de la mano y me hospeda en su cuerpo, me cobija con su pelo, me arrulla con sus gemidos y me adormece con besos de centeno. Un perfecto juego de coincidencias, un excepcional conjuro de infidencias y el milagro de su cuerpo deslumbrante... "¿Fumamos?" pregunta, sonrío y ahora entiendo aquello de la fiesta fascinante... "Fumemos".

3 comentarios:

Anónimo dijo...

soy una fiel seguidora a cada palabra que escribes, aunque no lo sepas...

Carlos López dijo...

Apreciada anónima, gracias por tus loas, estoy pensando en que esto es un asunto de exhibicionismo existencial... ando escribiendo varias cosas por eso no he publicado... Sin rostro, sin rastro, eres como una suspiro detenido por el miedo de existir... Gracias.

Anónimo dijo...

un suspiro que existio!!! pero se marcho sin rastro...