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viernes, 3 de septiembre de 2010

CUANDO LA VEÍA SE SENTÍA EN SU HOGAR

Esta historia empieza con una traición, pero, sin duda, la forma como se dio, sus protagonistas o quizá por toda esa nube de detalles con que ella lo cubrió, harían de ese evento un interludio entre la melancolía y la confusión.

Ella era la mujer que él indiscutiblemente adoraba. Los días felices sólo podían correr en su calendario de sueños, en el rincón menos esperado ella emergió para ser su motivo de inspiración… “contigo puedo ser lo que pretendo”, le decía mientras nadaba en sus ojos, y la quería tanto y de tantas formas, que le dejaba noticas impertinentes pegadas a las llaves de su apartamento, y la respiraba tanto y de tantas formas que sus labios, mucho tiempo después, sólo sabían la misma retahíla aquella del safari por sus sudores.

Con ella llegaba la inocencia de versos rebuscados para decir un simple hola, el tesoro prometido de lanzarse por el tobogán desde su cabellera hasta el final de su espalda, sus manos hechura extraña de arte y fuerza, en efecto, toda ella era un arma de seducción… una colisión de los sentidos abrumados por la pequeña vía láctea de su ombligo. Él replicaba ante sus amigos, que de alguna cósmica manera, ella se había convertido en la excusa para vivir esa vida auténtica, que desde siempre había deseado.

Era tal su encanto que se mezclaba en ella la religión y el mito, como si proviniera de una estirpe de hechiceras milenarias, de esas que se hacían baños de luna en noches claras, de esas que hablaban a la par con seres angelicales y sabían interpretar sus mensajes, de esas que adivinaban las mentiras de los mortales y castigaban los insultos con arrullos y mimos... así es, su esencia de sabiduría se revelaba con un magnetismo colosal... por lo que él, en sus ataques de racionalismo histérico, anunciaría que ella gozaba de fluidez existencial.

Tenía la virtud de acampar en el borde de la realidad y los sueños, así, desde ese lugar privilegiado de la fantasía impertinente, batallaba sin enemigos posibles, y todo lo que salía de su boca era de métrica perfecta, de ritmo alucinante, de sensatez opulenta… por ello lo que miraban sus ojos adquiría valor estético, explicaciones impresionistas, redacciones cubistas y hasta melancolías abstractas.

Él no la vio venir… es decir, ella aparentó que era una inocente criatura sin más pretensiones que alabarlo y cuando se percató de su presencia, ya lo tenía capturado con su anuencia, por ello, las primeras lecciones en el currículo del enamoramiento, fueron aquel curso básico de masoquismo disfrazado, que con publicidad engañosa fue comprado como “¿sabes…? te necesito”.

Sus minutos compartidos eran eternidades disimuladas. Se detenían en la sensación de admirarse y saborearse despacio como si se trataran de postres perpetuos que se renovaban con cada nuevo bocado, sus tardes, sus noches… las jornadas dominicales y las charlas eran excusas para quemar el tiempo y esperar que sucediera ese milagro de la vida en pareja.

De los recuerdos que se dejan contar, aparece aquella vez que la madre de ella los sorprendió retozando y confundió aquello con una manifestación sexual, o la vez que ella encontró unas fotos en las que salía una fulana que detestaba, o ese del abrazo inoportuno a un amigo de él… todo, hasta los errores eran bonitos.

Se verían como siempre, desnudos no de ropa sino de pretensiones, limpios, sin más ambiciones que uno del otro. Ella lo quería, pero se había vuelto menos condescendiente, él la adoraba pero se había vuelto más cobarde.

Era una melodía triste pero esperanzadora, que hablaba de las cosas que habían pasado, de sus fracasos, de sus miedos, de aquellos recuerditos puntiagudos, del sabor de sus pieles compartidas y de los movimientos acordados… como en una democracia simple y sin esfuerzos.

Se encontrarían después y él recordaría, sus momentos cómicos que los hacían reír hasta el llanto, los sublimes, como cuando el sueño los atrapaba y los hacía dormir más de la cuenta, los patéticos, como cuando se mentían a sabiendas de que ambos sabían que eran adulteraciones de su acuerdo, que algunos llamarían amor.

Cuando se vieron una vez más, ese abrazo de ex, quedó convertido en la inauguración de la nostalgia de aquellos tiempos, que tenían la cara de la manifestación del dolor… pero al mismo tiempo la certeza de que, al encontrarse, estaban en su hogar… con la tranquilidad de ser auténticos… reales… simbólicos… imaginarios.

Fin… que sin duda es un nuevo comienzo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hermosa historia, es el cielo mismo y todo lo que ello implica, a pesar de los sinsabores.

Shirley Sepulveda. dijo...

normalmente duran tan poco!!