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martes, 21 de septiembre de 2010

RECUERDOS DANZANTES

Bailaba. Era rubia con el pelo rizado, de cara afilada, ojos color miel y cuerpo irritantemente tonificado; cuando se reía se le hacían dos huequitos en las mejillas, que combinaban extrañamente con unas líneas naturales en su cuello, tales como las que se le hacen a los recién nacidos. Usaba un splash para después del baño con aquel inolvidable olor a vainilla, aquí aclaro que, el olor dista enormemente del sabor.

En aquel entonces yo estaba con una mujer que me había devuelto la seguridad que otra me hubiera hurtado. Esta era una relación con tintes de seriedad familiar y compromiso de apoyo mutuo. La protagonista de esta historia, era amiga en común de nosotros.

Deslumbrante, de una belleza propia de una bailarina, con la ternura envuelta en un cuerpo provocativo, con la timidez expresada en coloridos atuendos, con las marcas de la adultez reducidas a un mundo imaginario de fama naciente.

Dice la sabiduría popular que no se deben contar aquellas cosas de la intimidad, esos detalles espirituales-corpóreos que provocan curiosidad, pues como se sabe, la curiosidad es la amiga alcahueta movilizadora de la sospecha, ella es prima hermana de la duda y ésta es la madre de toda liberación. Dicen los chismes que la liberación es la amante predilecta del albedrío, y que cuando se encuentran en algún motel, todo lo que está prohibido queda expuesto. Todo esto para justificar que mi novia le habló a su amiga más de la cuenta, quizá le contó, creo que hasta exageró, nuestros asuntos Kamasutrísticos.

No imaginé que yo le pudiese gustar a aquella fémina encantadora, mucho menos que su admiración por mis asuntos intelectualoides se trasladarían a su pelvis, y que aquellas charlas sobre autores y filosofía de cafetería, terminarían en encuentros solemnes de cuerpo, culpa y placer. Puedo decir que fue criada por su madre, tenía una hermana en otro país, y por esos enredos propios de Esquilo, un casi-primo mío resultó ser su novio.

Su apartamento era un lugar opaco de un tercer piso, alguna vez fui, ella estaba terminando su rutina de ejercicios, que consistía en centenares de abdominales y estiramientos imposibles de piernas, cuando llegué estaba sudorosa y agitada, no pude evitar los chistes sobre la masturbación intensa, el vibrador descontrolado o el muñeco inflable agresivo. Me dijo que la esperara en la sala, mientras tomaba una ducha, entonces hizo un Streaptease ruidoso, que si bien, no vi, escuché con fascinación.

Tiempo después, me robó un beso, yo quedé perplejo ante tal hurto así, sin muchos argumentos, ella me convertiría en su amante.

Disfrutaba de su compañía en todo sentido, era lo suficientemente callada y lo necesariamente sexual. No me cansaba de recorrer su cuerpo o verla danzando sobre mí. Muchas veces dejé reuniones, citas o compromisos, para cumplir ese llamado que destrozaba mi voluntad.

Pero, aunque no se crea esto, también hablábamos. Si me correspondiera poner porcentajes sobre esa relación, se podría establecer que un 71% era sobre encuentros sexuales, un 16% de charlas generales, un 10% sobre el hecho de ser amantes y un 3% de silencio relacionado con la culpabilidad.

He de decir que con ella aumentó mi producción epistolar. Su trabajo la llevaría a diferentes partes del país, y para cada viaje, yo le dibujaba con letras lo que sentía, quizá escribí muchas veces que la iba a extrañar… hasta que me lo creí. Entonces empecé a sentir una imprudente necesidad de compartir con ella, de estar cerca, cometí un error garrafal, le di prioridad como amante.

Y esa composición de sentimientos, cartas, anhelos, deseo, pecado y peligro, harían de ella un adorado tormento, que desmejoró mi percepción y me volvió una pluma que se movía según su antojo.

En algún encuentro matinal, un jueves antes de la hora de almuerzo, estábamos en las postrimerías sexuales, de repente tuve una llamada, era mi novia, y en ese justo momento sonó el timbre de su casa. ¿Era posible? ¿Todo este idilio farsante había sido desenmascarado?. Yo contesté y me excusé por estar en una reunión verdaderamente importante y ella llamó a su novio… Las sospechas se hicieron amenazas y terminaron siendo certezas: el tipo era el que estaba en la puerta…

La maldita ropa interior no aparecía, me puse a medias las medias y el pantalón entró a las malas en una imposible pirueta circense, la habitación olía a sudor de vainilla compartido… ella lo llamó y dijo que por favor la esperara un segundo, que se estaba bañando… él, estoy seguro, le exigió que se bañaran juntos. Con una evasiva que no fue aceptada, ella le dijo que entonces la esperara un segundo…Mientras me ponía la camisa alcancé a hacer comentarios sobre la importancia de ser justamente el segundo.

El plan de escape fue el siguiente, yo subiría a la terraza, mientras ella, bajaba por “el primero”, ella dejaría las llaves de repuesto en un lugar visible, al lado de la puerta. Un beso de afán y todo salió bien.

Quizá el susto, la incomodidad de tener que hacer doble función, las intrigas o la culpa, la llevarían a alejarse, después se iría del país, mi novia de ese entonces le juraría odio y enemistad eterna.

-“¿Qué haces?” -“Bailo”, me dijo y empezó a hablarme de su novio. Después de fingir escucharla, le pregunté si creía que la vida era cíclica… ella calló, su pelo negro, su cara morena y su cuerpo fastidiosamente tonificado, parecieron estar meditando… “No sé, creo que la vida, siempre te da segundas oportunidades”… Sonreí… “ya veremos” dije…

1 comentario:

ktherinserrato dijo...

¡Sus historias de nuevo, me atrapan!....y bonitos cambios jejeje