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jueves, 7 de octubre de 2010

DESCIFRÁNDOME(LA)

Hubiera querido encontrarme con alguien que cumpliese años el mismo día que yo. Quizá para intentar descubrirme en ella o sólo por un ejercicio de ego. Me imagino que sería una nenita de signo Virgo lo suficientemente decente como para tomar un café al ocaso del día y también lo necesariamente compleja como para que me dejara leer entre líneas unas pequeñas perversiones.

Supongo que cerraría un poco los ojos al fumar, quizá para hacerse la interesante o para darle tiempo a sus palabras pausadas. Su voz habría de ser fuerte, imponente, como su pelo negro que habría de caer en flequillos sobre su frente, cubriendo ligeramente sus cejas misteriosas.

Tendría que ser una excelente conversadora, con datos interesantes a la mano para amenizar el ambiente y siempre en tono amabilísimo. De la misma manera, sus comentarios cómicos demostrarían acidez, malicia y una comprensión genuina de cada situación.

Pasaría sin problema de hablar y demostrar con señas la ubicación del punto G, a hablar de historias fantasmagóricas. De ese modo, contaría cómo cuando era pequeña –más pequeña– su hermano que padecía de sonambulismo se enredaba en la malla que le ponían para protegerlo de los zancudos y parecía –literalmente– un alma en pena… o también cómo aquella vez que se fue a dormir y vio al lado de su cama unas botas diabólicas que parecían tener vida propia y cambiaría de tema otra vez sin preocupación, referenciando al médico Vatsyayana y su teoría clasificatoria de los hombres según el tamaño de sus penes y a las mujeres según el tamaño y profundidad de sus vaginas. Y yo le habría de seguír su discurso como saboreando manjares.

Preferiría que viviera lejos de la ciudad, para que tuviera tiempo de ver el paisaje y pensar en sus propios pensamientos, su olor debería ser una clara expresión de antisepsia, sus manos acompañarían acompasadamente sus palabras inteligentes y sus movimientos calmos.

Estoy seguro de que debería entender mi fascinación, que debería saber que me cautivó con su energía y sus conocimientos sobre el kamasutra o el kundalini; quiero pensar que se daría cuenta de mi encanto por sus apuntes complementarios y sus adjuntos a mis ideas, como si ellas, se tomaran de las manos y se miraran a los ojos en el preludio de un beso, que como un ritual, se habría de dar.

Me quedaría entonces en el borde de aquella taza de café, haciendo malabares para no esquivar sus labios, porque con ella comprendí la manifestación de la forma y el fondo, como un protocolo ajustado a la mejor manera del gusto, con los símbolos correctos, con los uniformes adecuados y con la claridad evidente de poder alcanzar las trasgresiones.

Quizá la hallaría en un pasillo e iríamos a un cafecito con las mesas afuera para poder fumar, de pronto yo me iría acercando con cualquier excusa, como que alguien tosió o para oírla mejor, posiblemente, por mis ganas de congraciar con ella me reiría más de lo adecuado de sus glosas, o me quedaría embrujado con sus pómulos, su piel blanca o su forma caminar. Casi al final, antes de despedirnos, le regalaría unos chicles, le diría lo bonita que me parecía y le daría un beso en su mejilla derecha, un beso con la misión de retener su aroma, un beso para invitarla a que escribiéramos juntos, un beso para que me prestara algunas letras y que yo las pusiera a mi antojo, un beso con piel sensible.

Sin tiempo y con angustias, lleno de ella y vacío de mi, entonces su nombre se ha de diluir en mis propias ganas de llamarla, como un lamento taciturno, tímido y opaco, como la necesidad de acercarme a ella, para entenderme, para saberme, para descifrarla como una crucigrama cuyas palabras se renuevan con cada mirada suya…

Me encantaría verla, dejarla ver, hacerla ver, obviarla y tentarla, descubrirla y recubrirla, ser su acusador y cómplice, ser su fantasma preferido y su miedo recurrente, convertirla en una fijación, convertirme en un objeto de su colección de misterios.

Esta hipotética relación sería como un espejo místico, que refleja la imagen más lejana pero a la vez la más íntima, sencilla y densa, así ha de ser… como aquel Idilio Eterno que contara Julio Flórez, como esas frases que te dicen, que sabes que son importantes pero no las entiendes…

Un día ella, habría de hallarme carente de ella, y de forma automática debiera abrazarme, ofrecerme excusas, redimir sus culpas… porque de alguna manera, ella ha de saber que me resume, me sintetiza…

Este es un inconveniente café solitario. Empiezo a creer que no percibo bien la realidad. Miro una silla vacía y una pareja en otra mesa contando amores fanfarrones. Me quiero convencer de que la espero...

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