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jueves, 25 de noviembre de 2010

UN CAMINO... MIL VIAS

He de decir que ella me provocaba una polifonía interna. Un jueves en la noche me encontré entonces ajustado a un modelo muy parecido a la esquizofrenia, con unas percepciones producidas sin ningún estímulo externo, percepciones que yo mismo me inventaba a través de todos los sentidos, además, hay que sumarle a eso, que mi lógica no era la más cuerda cuando la imaginaba… esto sin duda era una anuncio claro de delirio; pero, quizá, lo más preocupante era la angustia de tenerla cerca… o el insomnio en el que fabricaba su imagen… o tal vez esa conducta repetitiva de construir posibles sospechas en las que me acariciaba con sus cabellos bienolientes.

En mis alucinaciones ella tenía puesto un uniforme de enfermera, para ser más exacto, un uniforme de estudiante de enfermería. Pero de un momento a otro lucía atuendos llamativos, formales, atractivos, mi más reciente actualización de su imagen provino de una rosa negra que tenía como adorno… aquí los lectores podrán decir: “¡Qué mal!” “Qué falta de estilo” Permítanme recordarles que ella me confundía, en lo estético, en lo ético y hasta en lo esotérico.

Le dije: “Usted puede hacer lo que quiera” y ella me miró con una sonrisa sabionda, “¿lo que yo quiera?” y en ese momento cuando sentí que la situación se me salía de las manos, propuse la infalible barrera de la seriedad “Cuidado, señorita… cuide sus palabras”. Entonces ella, al saberme lejano, me rondaba, me tentaba, me instaba, y yo, con este analfabetismo emocional, tomaba esos mensajes y los malinterpretaba a propósito.

He ahí un posible origen de las múltiples voces que me asediaban, por un lado estaba la más urgente, esa que rogaba por el contacto de la piel, esa voz aparentemente omnipresente que de manera refunfuñona clamaba por un contactico sexualito, pero al lado de ella aparecía una voz de moral burlona, que parecía enemiga de la primera voz, pero en las noches se encontraban para cambiar chismes sobre mí, esa voz, la moralina, era dulce, tranquila, como la del sacerdote que pescaron copulando con su mucama, y profería advertencias, sobre lo que significaría meterme con aquella joven procaz.

También y aprovechando el desorden aparecía la voz enamoradiza de un sensiblero, un poeta muerto de hambre, que detallaba su cara afilada y sus manos alargadas, que se quedaba suspendido en la manera como hablaba y no trascendía más allá de su cuello y sus miradas insinuantes, esa voz tenía un pequeño acento fingido, como de discurso político, y entre sus versos maltrechos plagiaba canciones, ideas y hasta lemas publicitarios, todo con el fin de intentar alucinar. Completaba este cuarteto una voz que llamaré la voz alcahueta, que justificaba con retórica artesanal, todo aquello que había pasado en mi vida y daba explicaciones informales a todo aquello que podría pasar, esa voz, que era profunda, era habitante permanente, era la que prometía dejar de fumar pero decía que un cigarrillito más, era permitido, mientras decidíamos dejar de depender de ese tubito de nicotina.

El problema consistía en que cada una de esas voces hablaba al tiempo. Una negaba todo, otra decía que no importaba, otra pronunciaba groserías y la otra decía que todo esto era el colmo.

Estuve a punto de no saber distinguir su realidad de mi fantasía, para ponernos técnicos diré que junto a ella llegaba a una alogia, que es un empobrecimiento del pensamiento y de la cognición, esto se manifestaba con una seria restricción de mi lenguaje espontáneo… por alguna razón no podía decirle que me gustaba y entonces sólo podía darle respuestas breves…vagas, repetitivas y de contenido pobre. Creo que todo empeoró cuando ella hablaba sin tapujos sobre su manía de autocomplacerse, y yo con esta implacable tendencia voyerista sólo atinaba a pasar saliva y a disimular como si fuese un tema más.

Cada vez, ella decía cosas insinuantes como “No me gusta que los tipos anden con rodeos”, entonces, para distraer el cuarteto imperial de mis voces internas, yo me imaginaba tipos vaqueros, en su quehacer… pero no funcionaba. Siempre, las voces discutían: “Si ve, Usted le gusta” decía una con tono asertivo, otra refutaba “Nooo, le está hablando como amiga”, “la amistad -decía otra- es un tesoro de elevados quilates” y la otra hacía ruidos de jadeos.

Una vez dijo que se sentía tranquila hablando con tipos menores que ella y que ante los tipos mayores se quedaba callada, hice cálculos y era evidente mi ventaja en lo etario, y de nuevo las voces atacaban: “Marica, esto es un claro indicio, dígale que le gustaría su desempeño justo allí” “¡Virgen Santísima! Invítala a un culto, para que saque esos deseos libidinosos” “Eros, eros, cuan lejano y cercano”… y la otra voz además de jadear, fingía ruiditos de placer.

Le di pequeños mordiscos en sus labios y bajé despacio por su barbilla, llegué a su cuello y me entretuve en su pelo rizado, negro y con aroma campestre de noche lluviosa, la tomé por la espalda y sentí cómo latía su corazón, bajé las manos despacio bordeando su figura delgada, llegué a su cintura, mientras tanto, le rozaba su cuello con mi aliento.

Me despedí amablemente y sonreí con cierta cortesía sofisticada, le deseé buen viaje, mientras omitía su mirada brillante, antes, ella me había alabado alguna frase que había pronunciado la voz enamorada, entonces un instante antes de despedirme quise decirle que me gustaba.

Tomó mi teléfono y apuntó el suyo, me supo tímido en eso de tomar la iniciativa, me pidió un poco de mi cigarrillo y fumó despacio y mirándome, como dándome un beso prolongado, esa vez la voz jadeante explotó en llanto de alegría.

Un día me dio una chocolatina, y sentí que era un mensaje confuso, ¿Qué me quiso decir? ¿Qué soy un bocadito provocativo? ¿Qué soy poco dulce y ella puede ser mi complemento? ¿Me quería cotejar o es un simple detalle? Y mis voces en algarabía gritaban cual corredores de bolsa en plena puja.

“Te complicas mucho, sólo bésame y deja que la ropa toque el piso” “Dime qué quieres… y el resto yo lo decido” “Eres un excelente conversador” “Me hiciste falta” Esto era insoportable, mis voces ahora tenían sus propias voces…

Silencio.

Mientras el humo sube, las pasiones bajan, mientras el frio aumenta mi arrojo se reduce… mientras ella tiene un camino yo tengo mil vías.

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