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lunes, 6 de diciembre de 2010

EXCUSAS RECLUSAS O EVASIVAS INTERNADAS

Sólo bastó un diminuto contacto. Tomarla de la mano en la oscuridad como en un solemne episodio de adolescentes y sentir que ese centímetro de piel era lo equivalente a recorrer su piel morena, que desde hacía algún tiempo se había quedado en mis ansiedades.

Le hablé con indirectas por dos asuntos, el primero, la evidente impotencia de reconocer delante de ella que me gustaba mucho, y el segundo, para probar su habilidad en la comprensión de metáforas; así las cosas, le pregunté mirando para otro lado “En el caso hipotético de que tú me gustaras ¿Qué crees que sería lo que me pudiera atraer de ti?” Ella asumiendo mi inmadurez y mi sofisticada manera de abordar el tema, sonrió, entonces sus labios grandes y en forma de corazón, dejaron ver su gesto usual, ese que uno hace cuando recuerda algo gracioso, ese gesto de plenitud propio de los que tienen algún grado de paz en el alma, ese gesto de amabilidad… ¡Qué envidia! …

Quiero detenerme en aquel momento en el que me atreví a tomar su mano, justo ahí tomé un curso rápido de buceo, y debí sumergirme en sus dedos, así mi mano izquierda sin certificado alguno, se aventuró a la textura de su piel… sólo allí con los ojos cerrados, me di cuenta de cuantos pliegues, estructuras, relieves y formas tenía su mano… mientras pasaba eso, pensaba en cómo a la vez puede una parte del cuerpo puede golpear y acariciar al tiempo… entonces fungí como un detector de oro… pasé las yemas de mis dedos por sus nudillos, por en medio de sus dedos, por su palma… envolví de sensaciones cada uno de sus dedos… y pensé en escribir una oda al dedo pulgar… que hasta ese entonces no me parecía sexy.

Ella tenía una costumbre que la hacía irresistible: me acicalaba. Se tomaba ese atributo evidentemente materno y eminentemente edípico de ajustarme el cuello de la camisa y quitarme las moticas que se nos pegan a los desaliñados, me miraba de arriba hacia abajo como en un escáner de seguridad y se ponía a hacer los respectivos arreglos locativos en mi vestimenta.

Yo me quedaba columpiándome en su escote. Pude decir que en el color de su piel o en su cabello o quizá en la forma de sus hombros fuertes… pero para no quedar como un aberrado utilizaré la excusa de mi infancia… es que… la novia del Robot Mazzinger Z, que se llamaba Afrodita, mataba a sus enemigos a tetazos… y de ahí en adelante… con esos ejemplos… pues uno… ¿qué puede hacer? Si no… hacer remembranzas de la bella y robótica Afrodita… después… al conocer la historia de la lujuriosa Diosa griega… la cosa se complica…

Ostentaba una juventud mediana, era posesiva asunto tal que iba en contra de mi insolencia libertina, pero su característica más relevante era su autosuficiencia, que no como en el caso mío, era forzosa y elaborada, la de ella era natural y parsimoniosa.

Me gusta, me repetía a mí mismo, como conjurando, como esperando que pasara ese milagro de que ella se diera cuenta. Mi instinto me dijo que no había que presionarla, inclusive, que había que tratarla con cierto desdén, aquí decimos “como quien no quiere la cosa”, entonces fui frío, distante… y ella siguió igual, con su trato respetuoso y su constante práctica acomodaticia de mi ropa.

Pero ella iba a su ritmo, indefectiblemente todos los demás íbamos a su ritmo. Siento que ella buscaba siempre su comodidad, puedo imaginar su cama llena de almohadas y cojines, claro, y con cuanto muñeco, peluche, tarjeta, afiche, recuerdo, suvenir y demás se pueda imaginar…

Pero creo que el punto de quiebre, era mi inestabilidad, no soportaba ni entendía, cómo alguien puede volar sin tener un punto de llegada, no estaba de acuerdo con la búsqueda permanente… para ella el tema era el encuentro puntual.

Un día, en un arrebato de ansiedad, me despedí robándole un beso. Ella, me miró, y me dijo “por favor, no hagas eso”, y volvió a ese gesto de amabilidad irritante… y yo, sentí rabia, no por lo que me dijo, sino por su altivez… miento… por su posición coherente… ahora lo recuerdo, a partir de allí, quizá por pena con ella y furia conmigo, decidí, la estrategia esa farsante y fallida del orgullo… O sea, tras haber fracasado en mi intento de tocar sus labios… tras haber sido abusivo, tras portarme como un patán desaforado… me puse digno… por aquí dicen “tras de ladrón… bufón”.

Pero eso del hurto del beso pasó antes de lo de la mano y todo lo que cuento hoy; tomé entonces la vía difícil de la paciencia, esperé, estuve atento, y así… disimuladamente, le tomé la mano, estaba presto a retirarla ante cualquier movimiento que me indicara que estaba mal, pero accedió, entonces suspiré, era hora de escalar… sólo su mano… algo es algo… ¿no?.

Abrió su mano, para dejarse poseer, entonces, pasé sin afán por todas sus líneas, la del destino, la del corazón, la de la vida…yo era como uno de esas brujas que leen la mano, pero en sistema braille… entonces toqué la parte interna de sus dedos, hasta llegar al vértice… y me acordé de una película en la que un tipo guapetón le dice a la damisela, que las manos son como las piernas… en la película el tipo le lame los dedos y la siguiente escena está retozando con ella… bueno, en este caso, no… sólo fue una infortunada referencia cinematográfica…

Empecé a dibujarle ochos en sus nudillos… y apenas rozaba con gran calma cada milímetro… la oscuridad era la celestina perfecta…

Cuando ya no había quedado ningún espacio por recorrer, retiré mi mano de la suya, y sentí un frío sin igual, me miré la mano y estaba cerrada, por un momento pensé que me quería agredir… un autopuñetazo… ¡qué divertido!... ¡Qué susto!...

Me olí… era su perfume suave… era su color de piel como en una noche clara… se encendió la luz y mis pretextos noctámbulos y fotofóbicos se quemaron como los vampiros…

Espero otra oportunidad… esta vez voy por el antebrazo…

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