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lunes, 17 de enero de 2011

QUIERO CREER QUE ME PIENSAS

De todas maneras me encantaba. Mis angustias, o para hablar como viejo mejor decir, mis cuitas provocadas por ella, ya eran legendarias en el tráfico imposible de mis recuerdos; nuestra relación era un espectáculo de juegos artificiales, bordada con pasiones brillantes, sentimientos luminosos y una duración que nunca se prolongaría lo suficiente.

Alguna vez me dijo que ella sólo era uno de los personajes de mis historias, o que en definitiva yo escribía para todas… y que posiblemente, yo buscaba lugares comunes en mis decenas (según ella) de amantes, no sé explicar exactamente la razón por la cual yo le permitía abusos de confianza, quizá, por su perfección deslumbrante, su piel blanca o su pelo que me gustaba oler.

Hicimos el amor como viejos amantes que conocen las rutas alternativas hacia tierra santa, atravesamos el territorio quebradizo de los miedos, saludamos a los habitantes medio salvajes, trasgredimos la normatividad de sus tribus y reclamamos la soberanía como en un intento de que se nos validara el proceso del tropel de nuestras pieles que se respiraban entre sí, pieles compincheras, chismosas, charlatanas… con la suficiente ansiedad de reconocimiento como para pervertirse en la humedad ajena.

Ella era una sexy muñeca que contenía sorpresas por doquier, quizá practicaba deportes elitistas como natación, quizá hasta cantaba en un coro; prefiero no hablar de su madre, y de la relación particular con su padre, me quedé hipnotizado con sus redondeces, con el claroscuro de su figura que reflejaba su habitación, con la sensibilidad de su cuello y la manera como mi cuerpo respondía a sus mínimos requerimientos, bastaba una mirada, para hacerme su súbdito más incondicional, era sólo necesario un gesto suyo para que mis hormonas alistaran su fastuoso carnaval.

Pero, nuestras mentes también se saludaban, no con la compatibilidad brutal de las pieles, pero sí con cierta simpatía, ella, que había tenido uno que otro enamorado, de diferente edad, desde el jovenzuelo avezado, hasta el vejete intrépido, desde el artista enamorado hasta el ingeniero o arquitecto… más de un pobre desprevenido habría de caer en la red criminal de sus encantos… ella que había hecho llorar y rogar a uno que otro obsesivo, ella… tenía para mi gusto vivencial la medida perfecta de la vileza que combinaba con su gusto por hacer lo que se le daba la gana.

Como buena dama hermosa, tenía sus obsesiones, como por ejemplo sus dientes, tuve que aguantarme más de una vez sus historietas pornoinfantiles sobre los acosos de su odontólogo, o sus requerimientos de ternura, que yo torpemente confundía con manifestaciones de amor. Sabía qué regalarme, como si conociera de mi infantilismo prolongado, me daba los juguetes perfectos, tenía la facilidad de escucharme o hacerme creer que lo hacía… seguramente porque se quería encontrar en mis narraciones o porque ya sabía que siempre estaría presente.

Me abandonó.

No soportó más mis adulaciones, ni mis promesas, no toleró ser mi amante número ???... (según ella); pese a que en cada segundo le entregaba mi esencia, a pesar de mis protocolos de navegación por sus ojos, sin tener en cuenta los cruceros por su cuerpo, nada valió para que intentara quedarse.

Después, la hallaría cínica, con la creencia (según mi versión autocompasiva) de su influencia sobre mí, con su voz calmada, como incitándome a la tranquilidad forzada que te dan los calmantes, con sus supuestos buenos modales y mis reclamos por evadir su responsabilidad sexual… entonces me vería en la más patética situación de mis últimas décadas, proponiéndole un amantazgo inocente, un contacto casto y más bien espiritual… y ella en lugar de burlarse… me siguió el juego…

Aspiré aparecerme para su cumpleaños y hacerme notar de alguna manera, decirle que estoy frustrado por no compartir alguna jornada lúdica, me antojé de leer con ella los escritos para ella, y que de pronto descubriera que la extraño.

Es tarde y estoy cansado, su voz aún retumba en mi cabeza, con su estilo elegante y refinado, haciendo reclamos por mi supuesto maltrato…

Quizá la busque en mis sueños…

Quizá la busque…

Quizá.

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