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miércoles, 3 de abril de 2013

HABLAR DE SUS OJOS


- ¿Alguna vez te han dicho algo de tus ojos, con un paisaje al fondo?
- Si...

Y uno todo resentido por no tener los ojos de color café, verde, marrón, pardo, azul o cualquier cromatismo que llame la atención, pero aparece la salvación de mi forma de mirarte, de esa única, particular y sabia manera de asumir tu belleza.

Porque -te lo digo en secreto- yo tengo un mapa para recorrerte, construido sólo con mi forma de observarte, unos cuantos apuntes, el aguante inmemorial de tus pataletas, el olor de tu pelo mojado y sobre todo esas ganas caníbales, que fungen de suspiritos desesperados por tu cercanía.

Yo y mi propuesta esquemática de recorrerte, tú y tu indecencia precisa de asumirme en una noche de película, (entiéndase la doble acepción), como si una estatua que te quiere tocar estuviera a tu lado, como si hicieras parte de un jardín; esto es, el truco de la risa, el encanto de la experiencia y la paciencia de saber esperar.

Las ganas no se negocian, las ganas no se alquilan, las ganas surgen sin permiso y pasan por encima de protocolos; son hechas de sudor, de olor, de color, son impulsivas, suicidas, que no piensan, que arremeten y se deshacen en el contacto de las pieles,  se plasman en el lienzo de las sábanas y se humedecen en el vapor de ese problema de dejarse llevar.

Exacto. Como un plato de cocina exquisito, que muchos pretenden hacer, pocos pueden realizar y lo disfruta quien tiene el paladar afinado. Una peligrosa obsesión, quizá instalada en un museo, en un lugar sagrado (entiéndase como ritual), debajo de aquella mesa de ping pong o en una canción cantada en la tarde de domingo.

La pasión no se ruega, la pasión no se solicita, la pasión no tiene lógica formal... sólo se dosifica, va al compás de pasos tranquilos y grandes zancadas, es la posibilidad de tener un fetiche y disimular que no nos importa, el placer de poseer y la solicitud de abandonar. Un veneno de manzana encantada, una mirada acusadora que sabe más de uno mismo que uno mismo, una actividad extenuante, ¿Sólo se trata cabalgar? ¿De que encuentres un lugar para respirar en el lado derecho de mi cuello mientras me sofoco con tu pelo en mi cara?...

Paciente. Con las rutas indicadas, esperando los momentos perfectos, con la creciente necesidad del ajuste cutáneo, espiritual y mental, resumido en el brillo de tus ojos de colores. Con la certeza de lograr una sensación de libertad excitada, que dure más de 10 días, con una venganza ilusa de administrar mis deseos, quizá unos meses, tal vez hasta mi cumpleaños.

Y esos ojos de colores, que sólo miran y mi mirada que te cobija; tu olor que parece olvidarse del libreto que le corresponde y tus movimientos calibrados con mis peticiones, la angustia de la repetición, la pregunta por la rutina... tú y yo, como la nueva crítica moderna sobre la incertidumbre de  los fantasmas medievales... tú y yo, obligados a pronunciar las últimas sílabas, círculos deliciosamente viciosos, obras de teatro con juguetes y luces... ¡Cómo te luces con tus juguetes! como si te columpiaras en un parque en las noches, como si te divirtiera saludarme con un beso en la mejilla y ver mi cara de desencanto. (Algo sí como si me prestaras tus llaves y te las devolviera con un llavero de tu personaje favorito... esperando el permiso para entrar en tu vida)

Tus ojos, que se vuelven transparentes, de papel, de letras, de angustias, de miedos, de incomprensión, de furia... tus ojos que han visto maltratos en tu infancia, como metidos detrás de una puerta esperando un castigo, como durmiendo en una casa maltrecha al lado de un caño nauseabundo, ojos de trasnocho, ojos que miran pasar a otros ojos. Ojos que pintan, ojos que espantan, ojos que patean... ojos que olvidan y que no pueden ser olvidados.

Los miro, los analizo y sólo estoy solo, con su color y sus rayitas de felino, lo mismo que en una foto en la que se abrazan dos, expuestos en la comprensión de una situación absurda, como esperando la noticia del regreso   -esta vez por primera vez- de tu cuerpo. Un anuncio sordo y sin voz: sabré esperar.

Este es un pequeño preludio de las ganas, un incipiente título... sólo para explicarte que comprendo tus incomprensiones, que eso de que tu orgullo y tu miedo te dominen, es un diagnóstico de plegarias, milagros y pecados, que es fuego húmedo y se puede asumir como la sospecha de encontrarnos en el color de unos ojos.

Este es un pequeño preámbulo de algo hermoso y verdadero: quitarte una parte de tu cuerpo, (sabes de qué hablo), regalarte pociones de olor, envolverte en una bufanda... no te hablo de un jacuzzi o de confundir la cama con una nube, como dice aquella canción.

Sonrisa. Quizá comprendas. Temor. Posiblemente te confundas. Esperanza. Acaso leas. Propósito. A lo mejor respondas (entiéndase el hecho de responder en sus diferentes acepciones).

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