Algunos años habían pasado antes de volver a ver sus ojos
enmarañados de pestañas; recordaba con claridad su estado de ánimo denso y
hasta hoy no puedo comprender cómo una preciosa como ella, se llenaba de
argumentos para estar triste.
En ese entonces prefería esquivar su mirada profunda y nostálgica, por un simple acto de salvaguarda, y me deslizaba en sus cejas como
viajando en toboganes de seda, observaba con distancia prudente su nariz, fisgoneaba su boca sin dejarme descubrir, me ponía lentes de sol para no deslumbrarme
con el brillo de su pelo, metía su voz y su risa en cajitas de regalo para mí
mismo, y asumía con altivez sus preguntas con doble sentido, pero sobre todo, me
volví un simple adicto de su buena energía. Todos esos atributos y mis maromas
para no dejarme enredar por su belleza, eran parte de la pelea constante, cada
vez que compartía un espacio con la susodicha.
Alguna vez me llamó y conversamos como si nos hubiésemos
visto el día anterior. Nuestra relación, además de sus comentarios a algunos de
mis textos, un par de mensajes en el correo y las convenciones sociales, no
daba para más.
No le confesé mi gusto, no le dije que alguna vez le escribí
que me encantaría comprobar mi intuición de que sus labios sabrían a manzana, y
que el hilo de su perfume nocturno, sería la mezcla de agresividad y ternura en
comunión exacta. Me limité a hacerle pequeñísimos reclamos por su ingratitud,
en el marco normativo de dos conocidos y amables conversadores.
Un día fue a verme a un sitio en el que yo estaba y después
del tiempo, después de mis experiencias, después de todo, ella fue locuaz, y
sus encantos maximizados por la ausencia, me provocaron un choque emocional,
que terminó en una sonrisa de vecino amigable, un abrazo fraterno y un nudo en
la garganta amarrado de la emoción y el silencio ante la contemplación.
No sé qué me dijo, sé que se refirió a algo de lo que hice,
y yo veía en cámara lenta sus labios moverse, estaba envuelta en un traje
ajustado y observé de arriba abajo su atuendo, pasé por el peaje de su cintura
y llegué con angustia a su pícara cara de ángel.
El mismo cuello, el mismo mentón, la misma nariz y sí, ahí estaban sus mismos fastuosos ojos.
La abracé y su aroma fue como una vaharada de frustraciones,
una ola de ganas confundidas entre el pasado y anhelos de decir lo que había
callado.
No tuve tiempo y se despegó de mi abrazo, me miró y dijo
algo como un cumplido, estaba feliz, grande, lúcida.
Quizá nos volvamos a ver…
Y vuelven las angustias sobre lo que no hice, no hago y no
haré, asumir que puedo naufragar en sus ojos… desear ser damnificado de su
belleza… la discusión, entre el miedo y la certeza de un posible gusto, que se
niega a sí mismo.
1 comentario:
ASÍ, COMO CUANDO TE RE-ENCUENTRAS CON ALGUIEN QUE HACE 1.825 DÍAS NO VES..
Y entonces allí estaba, después de mucho tiempo admiré su voz, contemple su sonrisa, y recordé esos momentos de reunión en la cafetería, en la que los temas más triviales podían cobrar importancia en cuestión de segundos..
Lo esperé.. lo vi rodeado de lindas y jóvenes nenas, y cuando tuve la oportunidad me lance en un abrazo de esos que se detienen en el tiempo, admire su talento, su galantería, recordé su forma de ser.. (Un Lord con pintica de Gomelo que lo hacía ver actual, atractivo) y su aroma.. Siempre tan masculino, tan él.
Me fui con la tarea cumplida de demostrarle, que aunque desconozco cuándo será ese cuando en que nos volvamos a ver,.. estaré atenta para apoyarlo y admirarlo cuantas puestas en escena sean necesarias..
No podría escribir igual que ese encantador poeta; pero le diría que seguiré con la sensación de su abrazo, con el carisma de sus ojos alegres: como el que tienen las estrellas después de su augurado éxito; y que nada me alegra más en este momento, que haberlo visto de nuevo!
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