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jueves, 28 de septiembre de 2023

TEXTO 1: ESCRITO POR MÍ, TEXTO 2: VERSIÓN DE CHAT GPT

Texto 1: Escrito por mí:

Al llegar nos encontramos con una senadora cuyo nombre de ave no quiero repetir. Viajé con un amigo, cuya oscilación en sus pasos, es contraria a la firmeza de sus ideas; me advirtieron que aquel sitio se caracterizaba por ser radical en sus posturas ideológicas, altamente religioso y recalcitrante en sus maneras correctas de ver el mundo.

El motivo del viaje era la participación en un evento académico, nuestra ponencia había sido aceptada y de tal forma, esa mañana antes de las 8:00 am, ya estábamos en el aeropuerto que lleva el mismo apellido de la columbiforme senadora que omití antes.

Nos presentamos en el sitio del evento, nos dieron nuestras credenciales como expositores y nos informaron que sólo hasta las diez iniciaba la primera charla; en las siguientes dos horas ajustamos la presentación, criticamos los avisos mal escritos, hablamos de las últimas noticias de la RAE, algunas infamias de chat GPT, las recientes lecturas de cada uno… seis tintos, cigarrillos, risas, agudezas y chistes pendejos, fueron el puente hasta la entrada a la primera charla.

La que exponía hablaba de los marcos legales necesarios en el contexto de la inteligencia artificial, sus argumentos, la estructura, su voz, la presentación en diapositivas, fueron bastante poco atractivas, así, entre indignación, avance en Duolingo, notas sobre marcos legales, preguntas inconsecuentes y aplausos forzados, llegó la hora de almorzar.

Entramos a un restaurante a comer carantantas, al terminar miramos la presentación de nuevo y nos dirigimos al lugar indicado. Había como público, estudiantes, docentes del lugar y otros expositores. Nos tocó iniciar, todo fluyó bien. Más ponencias, más preguntas y después salimos hacia nuestros respectivos hoteles, pues pertenecemos a instituciones diferentes y a cada uno nos asignaron alojamientos distintos.

Nos encontramos a las seis para las charlas de cierre del día. Una invitada internacional que habló sobre los robots y sus funciones en la salud, otro más que vinculó el asunto de la seguridad alimentaria con procesos de inteligencia artificial y estudios sociales y como cierre uno que habló de los sentimientos de los robots y la necesidad de hacernos empáticos con las máquinas; quizá por la hora, por no estar con mi familia, por haber leído ‘la pregunta por la técnica de Heidegger’, por las ideas de Hannah Arendt sobre la acción… me indigné.

Levanté la mano para intervenir, pero estábamos muy atrás, quizá no me vieron, quizá no hubo tiempo, quizá fue lo mejor… quise preguntarle al señor que expuso por el lugar de la ética, quise decirle que la interacción sólo es posible con otro ser humano, quise interpelarlo, pero se anunció la hora de un refrigerio.

Era momento de huir de ahí. Mi amigo me dijo que dejara de hacer mala cara y me cedió su pastel hawaiano como paliativo a lo que acabábamos de oír. Yo seguía refunfuñando a propósito de la idea de la interacción con las máquinas y/o la inteligencia artificial, destilaba argumentos odiosos, otra vez extrañé a mi familia.

De pronto, me di cuenta de que estaba en un soliloquio, asunto que no era normal con mi amigo, cuya audacia, le permite algún comentario ácido y su pasión por la lectura siempre deja ver la complejidad de sus puntos de vista, pero esta vez estaba mirando con ternura y risa socarrona su aparato móvil.

“Debe estar viendo algún meme pendejo o algo así” pensé.

Pero, a pesar de mi catarsis reiterativa y melodramática,  mi contertulio seguía allí observando la pantalla de su móvil. Sin mirarme dijo: “hasta ahora me doy cuenta, que la flecha del Google Maps, también cojea”, “no jodás” le dije y me asomé a ver y la maldita flechita se tambaleaba graciosa al son de los pasos de mi otrora parlanchín amigo.

“No me diga profesor, que aquí no hay empatía, ningún humano ha cojeado conmigo, mejor dicho, ni bailando me ha pasado esto”. Pensé, me quedé en silencio, pensé, no supe que decir.

Cenamos, hablamos de cosas distintas, cada uno a su hotel y, al llegar a mi habitación, le pedí a chat GPT, que escribiera un texto sobre la indignación y escribió: "La dignidad se asocia comúnmente con el respeto propio y el respeto de los demás hacia una persona", le corregí, dado que era un tema sobre indignación y no sobre dignidad, se demoró un rato y me respondió: "sigue escribiendo sobre tu amigo cojo y la inconformidad ante los argumentos ausentes de ética".

Por fortuna todo esto no pasó. Fue sólo un pensamiento rápido que me vino, cuando vi un aviso en un restaurante que decía: “ALMUERSOS”, quiero creer, que es una sucísima estrategia de marketing.

Esta es la versión "corregida" de Chat GPT:

A nuestra llegada, nos encontramos con una senadora cuyo nombre prefiero omitir. Estaba acompañado por un amigo cuya inseguridad en su paso contrastaba con la firmeza de sus convicciones. Nos habían advertido que el lugar al que nos dirigíamos era conocido por su radicalismo ideológico y su marcada religiosidad en la forma en que percibían el mundo.

Nuestro viaje tenía como propósito participar en un evento académico, donde nuestra ponencia había sido aceptada. Así que, esa misma mañana, antes de las 8:00 am, ya nos encontrábamos en el aeropuerto, cuyo nombre coincidía curiosamente con el de la senadora cuyo nombre previamente omití.

Al llegar al lugar del evento, nos entregaron nuestras credenciales como expositores y tuvimos que esperar hasta las diez de la mañana para que comenzara la primera charla. Durante las siguientes dos horas, aprovechamos el tiempo ajustando nuestra presentación, discutiendo sobre errores gramaticales en los anuncios publicitarios, compartiendo nuestras impresiones sobre las últimas novedades de la Real Academia Española, mencionando algunas anécdotas acerca de las infamias de Chat GPT y hablando de nuestras lecturas más recientes. Todo esto lo hicimos acompañados de seis tazas de café, cigarrillos, risas, observaciones agudas y chistes tontos, que actuaron como un puente hasta el inicio de la primera charla.

La ponente habló sobre los marcos legales necesarios en relación con la inteligencia artificial, pero su presentación carecía de atractivo. Entre la indignación, avanzar en nuestros ejercicios de Duolingo, tomar notas sobre los aspectos legales, plantear preguntas incoherentes y aplaudir por cortesía, finalmente llegó la hora del almuerzo.

Entramos en un restaurante para disfrutar de unas carantantas y después de comer, revisamos nuestra presentación nuevamente antes de dirigirnos al siguiente evento. El público estaba compuesto por estudiantes, profesores locales y otros expositores. Nos tocó abrir la sesión y todo fluyó sin problemas. Después de más presentaciones y preguntas, salimos hacia nuestros respectivos hoteles, ya que pertenecíamos a diferentes instituciones y nos habían asignado alojamientos diferentes.

Nos volvimos a encontrar a las seis de la tarde para las charlas de clausura del día. Una oradora internacional habló sobre los roles de los robots en la atención médica, mientras que otro expositor relacionó la seguridad alimentaria con la inteligencia artificial y los estudios sociales. La última charla se centró en los sentimientos de los robots y la necesidad de desarrollar empatía hacia las máquinas. Quizás debido a la hora tardía, la distancia de mi familia, la lectura reciente de "La pregunta por la técnica" de Heidegger o las ideas de Hannah Arendt sobre la acción, me sentí indignado.

Levanté la mano para hacer una pregunta, pero estábamos ubicados al fondo y tal vez no me vieron o no hubo tiempo para responderla. Quizás fue lo mejor, porque quería interrogar al ponente sobre la ética en la interacción con las máquinas, argumentando que la verdadera interacción solo es posible entre seres humanos. Sin embargo, en lugar de responder, anunciaron un receso para tomar algo ligero.

Fue el momento de escapar. Mi amigo me aconsejó que dejara de fruncir el ceño y me ofreció su pastel hawaiano como consuelo ante lo que acabábamos de presenciar. A pesar de mi catarsis repetitiva y melodramática, mi compañero de conversación seguía mirando su teléfono móvil, lo que no era típico de él. Su audacia solía llevarlo a hacer comentarios mordaces, y su pasión por la lectura solía revelar la profundidad de sus puntos de vista. Sin embargo, en esta ocasión, lo vi mirando la pantalla de su móvil con una sonrisa socarrona.

"Parece que está viendo algún meme divertido", pensé. Pero a pesar de mis quejas repetitivas y dramáticas, mi compañero seguía absorto en su dispositivo. Sin mirarme, comentó: "Hasta ahora me doy cuenta de que la flecha de Google Maps también se tambalea". "No me digas", le respondí sorprendido y me asomé para ver la pantalla, donde la flecha de navegación se movía de manera cómica al ritmo de los pasos de mi amigo, que solía ser un gran conversador pero ahora parecía concentrado en su propia diversión.

Me dijo: "Profesor, ¿acaso aquí no hay empatía? Ni siquiera un ser humano ha cojeado a mi lado, y mucho menos bailando", me callé sólo pensé mientras me quedaba en silencio, incapaz de encontrar palabras adecuadas para responder a esta extraña situación.

Después de cenar y discutir otros temas, nos dirigimos cada uno a nuestros respectivos hoteles. Al llegar a mi habitación, pedí a Chat GPT que escribiera un texto sobre la indignación, pero inmediatamente lo corregí, ya que mi mente había estado ocupada con pensamientos sobre la falta de ética en las discusiones. Chat GPT se tomó un momento antes de responder y finalmente dijo: "Continúa escribiendo sobre tu amigo cojo y tu frustración ante la ausencia de argumentos éticos".

Por suerte, todo esto nunca sucedió, fue solo un pensamiento fugaz que me asaltó cuando vi un anuncio en un restaurante que decía: "ALMUERSOS", lo cual me hizo cuestionar si se trataba de una estrategia de marketing extremadamente deficiente.

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