Su piel como una utopía para el tacto, forra un cuerpo esbelto que se presenta con atuendos poco convencionales. Parece la copia humana de un dibujo animado japonés, de ojos grandes, extremidades largas, pelo negro siempre perfecto, una boquita de mentiras y con un pincelazo que algunos se atreven a llamar nariz. Blanca hielo, con palidez pasmosa que contrasta con la propuesta brillante de sus cejas, cada pestaña suya parece tener una historia hipnótica. Sus manos se mueven con soltura argumentando con decisión férrea cualquier punto de vista de cualquier tema, salta con facilidad de la vida al tema más trivial, hace cambios bruscos sin importar el hilo, pero siempre deja una duda, relativiza, rompe, empuja.
Su voz, manejada con poco volumen, tiene dejes de misterio, se toma su tiempo mientras escucha a los demás y fabrica retazos elaborados con sutilísimos complementos estéticos; tiene derecho a hablar de la belleza pues bien sabe que la encarna.
Nunca la vimos con un escote fuera de tono, un pantalón barato o un accesorio disonante, en caso tal de que alguna oferta diaria glamour no fuese comprendida, siempre era culpa nuestra, su público ignorante y atónito. Muchos estuvimos de acuerdo en separarla de otras mujeres, cuando en corrillos masculinos su nombre salía nos quedábamos sin palabras, buscábamos la manera de describirla, alguien decía elegante, otro replicaba preciosa, pero es que es, es…, es como su porte. Nuestro contertulio explicó que a los caballos de paso se les mira el porte, y que hay que tener gran experiencia para descubrirlo. Todos nos reímos por la comparación equina, adornamos la situación con un par de chistes machistas y cambiamos de tema, es decir empezamos a hablar de otra mujer. ¿Porte? Presencia, el Aspecto general, su performance… así es, ahí estaba el truco. Era su belleza natural la suma de pequeños detalles.
Una vez la vi en un elitista centro comercial, se veía como en casa, su rostro neutral observaba con atención las vitrinas, los atuendos de otras, parecía un enigma ambulante, caminaba despacio, como en pasarela, nunca por fuera del protocolo, siempre en su punto.
Hablábamos de muchas cosas. No era muy brillante, pero sus puntos de vista adquirían validez tras una sonrisita que confirmaba la existencia de los dioses, siempre pensé que su olor era una mezcla de elegantes perfumes y cierto olor de establo en la noche, una mezcla que causaba conmoción en los sentidos, desacierto en la razón y malévolas fantasías tiernas. He de decir que tenía dificultades con su madre y su padre era un acomodado señor, que no tenía tiempo. Creció con sus abuelos, lo que explicaba esa calma en su andar, esa armonía envidiable que te dan los años o la fuerza de costumbre de andar despacio que te pone en otro ritmo.
Hablábamos de muchas cosas. Tenía un novio que todos odiábamos, no sé si por envidia, frustración o por que en realidad era un mequetrefe musculoso con suerte. Según ella era su apoyo, y es que bastaba un chasquido de dedos para que apareciera con actitud de mayordomo siempre presto a servir. Ella parecía su premio por ser buen hijo, juicioso pero, tenía amigos malos. El tipo le prestaba algún servicio a agentes encubiertos o algo así.
De repente no volvió más. Dejó un vacío existencial como cuando muere una leyenda. La última vez que la llamé no fue amable, me dio a entender que no la llamara más por que ella amaba a su novio y no quería problemas… entre ella y yo había pasado sólo un pequeño roce –accidental creo- de labios al borde de la mejilla. Quizás lo sospechoso era nuestras interminables conversaciones por teléfono, en las que básicamente dejábamos quemar el tiempo mientras nos escuchábamos; el tema era un adjunto en las charlas nocturnas y cuando nos veíamos nos saludábamos distantes, ajenos, como desconocidos que disimulan la mirada.
Estaba seguro que detrás de esa máscara de seguridad había una hermosa chiquilla con falta de afecto y con un novio como ese, con amigos malos, pues la ecuación era sencilla la intimidaba y la abrumaba, es decir, se mostraba malo y peligroso capaz de cualquier cosa por cuidarla y estaba como un esclavo al servicio de sus más pequeños requerimientos.
En nuestras terapias telefónicas, alguna vez me preguntó si uno podía aprender a querer, yo le respondí diciendo que el amor incondicional era poco probable y que siempre hay intereses, no sólo materiales sino sentimentales que son más costosos, por lo tanto uno se ubicaba en el sitio más conveniente, pero que había un problema , era que a veces, uno aprendía a querer con dolor y que esas eran formas de ser feliz creíbles, pero a costa de uno mismo, una especie de traición en querer creer que uno quiere y sentirse bien con eso. Recuerdo que enmudeció, pensé que se había dormido por mi patética diatriba masoquista de amor solitario, pero supe que lloraba con su alma, pues tiempo después lo admitió indirectamente – como siempre -.
Un día volvió. Y de aquella belleza única encontré una belleza tradicional, se había mimetizado, su pelo negro y brillante ahora tiene visos extraños de tintes color madera, sus atuendos -supongo- deben estar a la moda, aunque no perdió la elegancia aquella fuerza de antes es un pequeño intento por llamar la atención. Flaca como su sombra, menos pálida y más maquillada. Habla más por lo tanto la gente la escucha menos, camina con el orgullo de haber sido lo más lindo que alguna vez estuvo allí. Captura nuevo público y nosotros, los que algún día la veneramos estamos divididos, unos dicen que está mejor pero muy flaca, otros dicen que se puso buenísima y que lo que le faltaba era un verdadero macho (no volvimos a ver su novio… -el malo-.), otros afirman que aterrizó en ser una simple niña bonita.
Lo mío es más de pérdida personal, la siempre inalcanzable y misteriosa captura de lo bello, se convierte en una repetida belleza. Ya hay varias así, parece una metáfora perfecta para explicar el arte y la artesanía. Cada vez que la veía –antes – me cambiaba la vida, como pieza única era admirable. Era mi religión. Quizá se cansó de ser venerada y quiso probar la mortalidad o se cree más hermosa de lo que es, es posible que siga protegida por su belleza imperial y que sus afanes sean no envejecer y conseguir amores serviles.
Hoy no la conozco pero de vez en cuando la nostalgia se levanta de su lecho y se le pasa la morfina del tiempo, la recuerda como lo más cercano al amor, acuden a su lecho nostálgico por demás, la esperanza y los nuevos recuerdos, la anciana mira a los visitantes con amor y se toca el borde de la boca intentando borrar el beso que la mantiene viva y muerta. Hoy no la conozco y cuando me tocó compartir un pequeño espacio con ella, mis archivos de olfato desconocieron su olor y con tristeza vieron un común perfume de temporada.
En un juego siniestro su belleza se ha refundido, en un perverso revés de consumo asumió posturas de actriz de reparto, en una ansiedad permanente y notoria soledad busca refugio en nuevos adeptos, se ríe más de la cuenta, se sabe bella y lerda con iniciativa, se entiende dinámica y escueta de argumentos, se mira a sí misma con la nefasta claridad de ser un engaño vil de maquillaje.
Creo que en las noches llora, después de aplicarse mil cremas, ponerse su pijamita de satín y meterse en la cama, antes de dormir, un segundo antes de dormir, se odia profundamente, creo que en las noches llora y sólo puede decir… “Esto es una paradoja Astral” y cierra los ojos al mundo.
Duerme como un ser bello, que la fealdad de tu realidad te despertará cuando sepas quien eres y no quien crees ser. .. Duerme tranquila que en mis sueños eres la de antes y ahí vales más…
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