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jueves, 8 de mayo de 2008

Emboscada en doble sentido o La estocada francesa

Yo era quien creía ser. Escondía tras vestidos finos mi desnudez barata y debo admitir que cualquier ejercicio de poder me llamaba la atención; quizá por aquella ley de polos opuestos, el control sobre los demás se trataba de mi impotencia sobre mi mismo. -Obvio -decían algunos -tuviste más oportunidades que los otros, por haber estudiado en esa prestigiosa universidad, por dominar a la perfección otros idiomas es que –decían - se te nota ese estilo propio de quien se ha preocupado por asuntos menos mundanos que trabajar para comer.

Era profesor universitario. Quizá mi formación no abarcaba esas extrañas didácticas, en realidad no me importaba, sólo quería, y con la mejor intención, repetir lo que yo creía les iba a servir a ellos, “mis colegas” como llamaba a mis alumnos. Era criticado por mis métodos, según ellos, escueleros. Me enseñaron que el rigor empieza por la puntualidad, por defender tal postura fui tildado de indolente, se presentaron quejas, reclamos y molestias. En fin, todo marchaba bien, con los odios y amores tradicionales por la exigencia, con las complicidades de la política y mis conocidos, con las bienaventuranzas y las maldiciones de exponer mi pensamiento ante personas que, aunque disimulen, no tienen el más mínimo interés. Todo iba bien –ya lo dije -hasta aquella vez…

Era la época de segundos parciales. Siempre encuentras estudiantes que pretenden pasar la materia por cualquier motivo menos por estudiar. Ella, era una de esas, de exuberante belleza, pero no una de esas de admirar, si no de trasgredir, una belleza genital, una belleza de pretina, de esas que punzan y pican, que te sorprenden imprudentemente en el lugar menos indicado. Alta, blanca, de pelo liso y lacio, con la desfachatez que da la ignorancia, de boca grande, labios pequeños, manos feas que parecían hacer muecas referenciadas a lo sexual, como tocarse, rozarse, peinarse. Le gustaba exhibirse, sentirse deseada, sus cejas hacían marco de unos ojos burlones que promulgaban verdades mentirosas, su cuello largo y hombros caídos opacaban la estrechez de su discurso, no tenía curvas prominentes, quizá era su actitud de falso interés, sus preguntas rebuscadas y esa posición al sentarse que la hacía excepcional. Se vestía muy bien, como me gusta, tonos sutilmente combinados, sobrios, me recordaba a mis compañeras de universidad, siempre tan bien puestas, siempre tan indecentes, sin embargo tan bien libradas… siempre damas...

Decía que estábamos en segundos parciales .Ella no iba bien; supe que presentía de mi gusto, me entendí vulnerable, pues los sentimientos no son calificables, se cae el discurso del respeto y uno se muestra como uno de ellos. Eso no podía ser; había entrado en conflicto por mi rigidez y trabajaba en ello con mi psicólogo. Pronuncié su apellido con firmeza disfrazada, era una prueba oral… ahora entiendo, oral y además había dicho -entra todo- esa maldita manía de leer con doble sentido.

Ella entró y aseguró la puerta. Con voz maullante en celo y mirándome con certeza insolente, me dice: “ahora sí profe, oral y entra todo”. Se llevó la mano a la blusa y con un dedo juguetón desapuntó el tercer botón; yo no supe que hacer, fue notoria mi torpeza, ella me repite: arreglemos la nota. Yo siento un vacío en el estómago, nauseas, siento frio, sudor, siento que alguien me arranca la columna vertebral. Oigo de nuevo su voz, esta vez como un susurro, ¿entonces profe, qué dice?, su pelo que segundos antes había echado hacia atrás, con un acento de cotejo, cae sobre su hombro izquierdo, huelo su humedad, presiento su ansiedad. Han pasado tres segundos que son tres eternidades, ella está a cuarenta centímetros y yo a cuarenta grados.
En un acto de suprema irresponsabilidad sexual, le dije que no malinterpretara las cosas y que no se equivocara conmigo. Hizo cara de decepción, que desdibujó su hálito vampirezco de modelo fatal y la devolvió a su común majadería… -¿Qué? -pregunta como si no hubiera pasado nada -¿Qué se imagina profesor? -insiste con indignación femenina - ni en sueños podrá tenerme -dice en voz baja, sin quitarme de encima esa mirada alevosa.

-¿Cuál es mi nota? -pregunta afirmando -¿Cuatro? otra vez pregunta esta vez con tono de insatisfacción, y susurra … en cuatro…metiéndose un dedo en la boca, sube un poco la voz y dice “menos mal no fue tres, por que eso del menage a trois me agota”. Me mira, me enseña sus dientes y se va flotando en su nube de perfume, feromonas y ganas frustradas. Sabe francés la muy libidinosa…pensé. Hoy por agüero salto del tres nueve a cuatro uno, cancelé las citas con mi psicólogo y trato de no acercarme a ellos, los alumnos, pues presiento que saben todo lo que pasó y se ríen y me temen y yo que sólo pretendía enseñar que yo era quien creía ser.

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