Debo admitir que estaba lo suficientemente nervioso y lo necesariamente sensible para percatarme de la cantidad de personas que estaban a mi lado. Sólo pude sentir manos extrañas que pasaban por mi cuerpo como queriéndose aferrar a la esperanza, las respiraciones se fundían en un gran vaho colectivo, el aliento un tanto pestilente de aquella mujer, hacía alarde de su presencia fastidiosa en mis fosas nasales. Qué decir de los corpóreos olores extravagantes que más que un recuerdo de Sade, servían como somníferos ante tantas presencias.
Los cristales a los lados reflejaban cabezas, que de vez en cuando se movían violentamente, con espasmos tan infernales como sacros; los ojos de los allí presentes parecían disfrutar con la tortura, que a propósito entre murmullos, aparentaba satisfacer las vidas de cada uno.
Fue cuando un brazo cualquiera se puso frente a mi cara, me detuve a intentar reconocer el aroma extraño que a mí llegaba, pude imaginar la historia del dueño de aquella extremidad superior que se me había presentado en silencio. Al girar mi cabeza a la izquierda, me encontré a pocos milímetros del cuello de una esbelta dama, que disfrazaba su indecencia con Channel, como dice Arjona.
Pese a una luz blancuzca, que empalidecía más los rostros, pude ver que muchas personas decidían mirar hacia el techo... nuevamente el brazo de aquel, el Channel de aquella, el aliento de la otra, todo y de todo, contrastado con un señor de origen español, que por su acento permitía dar un toque bastante latino al asunto, digo latino por aquello del calor, del trópico, de la pasión.
Sentí el olor, el color, el sudor, las esencias, las presencias, las energías entrecruzadas, el humor de aquellos mezclado con otros y otras, los movimientos incesantes: atrás, adelante, izquierda, derecha. Observé las huellas digitales en los cristales, presentadas como rastros inefables de violencia en los movimientos colectivos y comprendí la desdicha de algunos que aceptan la situación y saben a qué atenerse. Algunos se desconectaban de la realidad dejándose llevar... movimientos, pausas, arremetidas...
Había tanto y de tanto. Parecía que cada persona viniese aquí a purgar los pecados diarios o a ganar indulgencias para poder pecar al día siguiente, era un sitio para refrescar la humildad o despilfarrar el masoquismo. Era un sitio de mixturas, promiscuidades, pluralidades, amasijos, revoltijos... la posmodernidad en vivo. El cansancio, la paciencia... la locura organizada.
Volví a escuchar al mismo señor con acento español, sin entender mucho lo que decía, observé que cada vez más se intercambiaban fluidos corpóreos de todo tipo, la temperatura era insoportable, el ambiente era desesperante. Fue cuando me percaté de aquellas pequeñas luces que se movían iracundamente anunciando... Próxima Parada Calle
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