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miércoles, 10 de diciembre de 2008

DESNUTRICION SENTIMENTAL

Me había dicho que todo iba a estar bien. Me acicalaba el cuello de la camisa y me acomodaba el saco azul de lana; en el baño verde, untaba en sus dedos un poco de Clear Wave, para disimular mis pelos parados, causa de los dos remolinos capilares, que me daban aspecto de niño terrible. Yo con una sonrisita aprobatoria y una mirada incrédula, detestaba ese supuesto futuro que ella adornaba con nuevos posibles amigos, nuevas profesoras y el mundo del saber. ¡Qué rico ir al Colegio! ¡Ya eres grande! ¡Todo un señor! ¡Qué dirá la gente, si ve que no quieres ir al colegio!

Y me hablaba con ese tonito convencido de vendedor de seguros, mientras me empacaba en la lonchera, cosas de comer que hasta ese momento eran mis favoritas. No paraba de hablar, con frases alusivas a esa importante etapa de la vida, salimos de la casa, caminamos varias cuadras hechas kilómetros de angustia, “todo va a estar bien” repetía feliz, y yo sentía la misma sensación de cuando te frotan Vick en el pecho para la gripa, un frío que empezaba en el pecho y se centraba en el ombligo. Llegamos.

Mi madre saludó a una señora, que preguntaba si yo era el hermanito de mi hermano, me hizo un maldito apretón en las mejillas, como rito iniciático del sufrimiento; hablaron de cosas de señoras, de repente, vi a otra víctima en las mismas condiciones, el discurso de su madre, era similar al de la mía, la víctima, una niña de pelo negro, ojos grandes, nariz empinada, ciertamente malvada, y una eleganciecita fatal, miraba con odio infantil y le refutaba: “mentiras, tú no me quieres”. Ella tenía una muñeca como salvavidas, yo no tenía nada, ni siquiera la volqueta amarilla de filosos bordes que me había regalado mi padrino.

Mi madre apresuró la conversación para evitar la incomodidad de sentirse delatada por tal crimen, suspiró, me aplanó el pelo rebelde, me miró a los ojos, y me dijo, “Pórtate bien”, yo quería decirle que nunca más iba a hacer daños, ni a decir mentiras, que si era necesario me levantaría temprano o no comería tanto pan, que me quedaría quieto en las visitas, que haría lo que fuera para que no me dejara solo, pero como siempre, no dije nada, aprendí, que para manipular a un manipulador, lo mejor es simular que se está bajo su dominio.

Yo no la soltaba de la mano, ella se dirigió a la señora esa y se despidió, yo le besé su mano, como suplicando, tenía un grito en la garganta, mezclado con llanto, miedo y zozobra. “Chao, mi amor” y se desgarró de mi mano, como cuando rompes el papel que envuelve un regalo.
Sentí la carga de la soledad, el presagio de la muerte, un temblor en los hombros y un precipicio en el ombligo, todo alrededor estaba callado, le había puesto el silenciador de dolor al entorno, mi conexión con la realidad fue aquella compañera de holocausto, con su muñeca, que estaba sola en un rincón, tranquila, impasible, serena, como si ya supera de la maldad que nos esperaba.

Años después, sentí lo mismo, esa sensación de pérdida infinita, eso que sientes cuando te manosean la columna vertebral, esas ganas de vomitar, ese dolor que te enmudece los ojos y no te deja ver las palabras… ella, con la evidencia de mi sumisión por ella, con la paz de saber al dedillo de mi pertinencia , ella, con el manejo de todos mis fondos existenciales, las claves de acceso a mis cuentas de amor y la autorización plenipotenciaria de hacer lo que quisiera con ese amor, acomodándome la camisa y sacudiéndome las moticas que me persiguen, limpiándome la cara y las migajas de la boca, arreglándome en general, me mira, y me dice, “Chao mi amor, nos vemos”, con su apaciguada naturaleza brutal, liquidadora y cruel. Y se va.

Una vez más solo, con mil cosas por decirle, con el miedo de que la muerte me atacara en cualquier momento, con la insuficiencia del lenguaje para expresarle, que era mi vida y que sin ella no tenía sentido nada, con la rabia de no decirle que se quedara, que aquí, conmigo, había sentimientos puros, invaluables. Con la más triste muestra de desesperación sin proezas, con las lágrimas del alma asechando mis ojos y la boca temblando, me pregunté en voz baja ¿Le dije que la amaba… por qué se fue? ¿Le besé la mano… por qué no me abrazó?

Alguien dijo que la desnutrición no se recobraba, las horas de hambre, no son recuperables, por más vitaminas que te den, ya estás desnutrido, y si bien, puedes estabilizar los asuntos alimenticios, quedan los pasos marcados de aquellas épocas de vacas flacas…

Mi madre, la profesora, la niña de la muñeca que después jugaría guerra de tijeras y le cortaría la membrana de un dedo a una compañera, la mujer que me dijo adiós, parecen todas imaginadas por algún director loco de cine, fanático a los vampiros, adorador de la sangre, cruel, desalmado y sanguinario.

Fabricantes de soledad, impías del afecto, dicen que todo es por nuestro bien, cuando lo que necesitamos es quedarnos a su lado, nos hacen creer que nos protegen y después se largan a proteger a otros, nos timan con un quedaré pago al portador, nos endulzan con el dolor de la ausencia, haciéndose extrañar… perversas.

En ese juego, aprendí a amar, a emocionarme con las llegadas y derrumbarme con las partidas, a creer que el futuro me presentaría guardianas valientes, amazonas aguerridas, hechiceras audaces y asesinas cuidanderas de mí.

Me tumbo entonces ante la belleza fuerte, ante los sentimientos seguros, ante la protección sin condiciones, ante las miradas frías y los caminados flotantes, esas empresarias de seguridad, salvaguardadas por sus pestañas, su maquillaje, sus aparentes cosas insignificantes para el hostil y falso mundo de los machos. Es entonces cuando, reclamo el derecho a la debilidad, a lo frágil, a lo que se rompe, y ellas, como cumpliendo su encomienda cósmica, recogen los desechos sentimentales, los reciclan, los pulen, y los dejan acomodados en la repisa de la nostalgia, y ellas, que nos salvan cada vez, tienen la osadía de irse a trabajar, de tener afán por una cita, de dedicarse a estúpidas cosas mundanas, y ellas, te abandonan, se despiden y prometen volver, te colman con sus cuerpos, te dan el honor de sus caricias, te besan para adormecer el dolor de su labor segunda.

Solo una vez más, la veo alejarse, envuelta en fragancias, su pelo brillante refleja las mediocres luces de la entrada de su casa, su lunar, me dice adiós, su nariz me coquetea feliz, las manos, guardadas a la fuerza en los bolsillos de su gabán, me deben millones de caricias, su boca se queda conmigo. Entra. Quiero gritarle que la extraño, que me hace falta, que no sea desgraciada y me deje a la mitad de mis miedos, que empiezan, cada vez que me dice adiós.

Intento dormir, huelo mis manos y un hilo de su perfume se mete en mis recuerdos, ¿Cómo puedes dormir despiadada?, cierro los ojos para disimular el sueño, adentro mis órganos proclaman resistencia a la quietud, afuera, la oscuridad disimula mi llanto.

Amanece. No sé a qué horas me dormí, quizá no hace mucho, la conciencia lo primero que me informa es que ella no está, siento el frío de la mañana y el calor del dolor, la ausencia del tacto y mis labios amnésicos luchan incesantes por recordarla.

Alucinando otra vez iluso. Una vez más le diré que la amo, ella estará de afán, tendrá que irse, me llamará a decirme cosas tiernas para serenar mi desesperación… me llama y me dice: “Hola cielo, ¿ya desayunaste?” como si eso fuera importante, yo le digo que escribo algo, que la amo, y le hago el reclamo por su más reciente maldad de no protegerme, por su antipatía ante mis ganas de amarla, por largarse, le digo que me trata mal, que me abandona; ella se ríe, me habla consentida y dice que me adora, me manda un beso y me dice que hablamos después, yo cuelgo con un beso en el teléfono y lloro, lloro de rabia, de angustia por mi y de amor traducido en un serio cuadro de desnutrición sentimental.

Acaso es mi debilidad mi ancla de salvación, hoy estoy sensible, hoy quiero fumar su humo, leerla, verla, hoy me acusa de no escribirle, hoy me dice que no soy el de siempre, que su intuición le dice que no me ve bien… insolente, perdón, no quise decirle eso ¿Cómo es que no ve que muero si no está? Suspiro, es hora de vivir, de sobrevivir un día más, hasta el amanecer de su encuentro… es hora… ya es hora.

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