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jueves, 16 de julio de 2009

ACLARACION, ENMIENDA, INFORMACIÓN...

Hay varias maneras de enamorarse: una, por esas cosas de la excitación y de las ganas de descargar la indigestión fálica, otra por contactarse con alguien y compartir la vida, otra más por maravillarse con la existencia de alguien, por ego y por demostrarle a otros que uno pudo obtener la presea deseada, otra manera, la más triste y frecuente, por soledad y quizá, la que voy a contar, me imagino, debe ser por la sensación de conquista.

Aquí los fanáticos de la moral, han de saltar y quizá puedan reducir todo a un apareamiento o a un meter y sacar; lo que me pasó con ella, fue una miscelánea de sentimientos que hoy intento describir. Me gustó su voz.

Era de baja estatura, ojos oscuros y pícaros, sonrisa amplia, timidez incitante y propietaria de una ingenuidad, de la que hoy sospecho. A su somera descripción hay que sumarle su arraigada fe en una religión castrante que la cohibía y la hacía contenerse de sí misma, de sus pasiones y creo que hasta de sus sueños.

Su padre era un trabajador diario, se ganaba la vida trasladando los afanes de la gente, su madre una señora entregada a la religión, supe, que hasta era corista de iglesia; tengo entendido que en su familia, esta niña de la que hablo, era la mayor entre un hermano y una hermana más.

Vivía en la ciudad de las canales, en una casa pequeña para tanta gente, no quiero decir que era humilde, más bien marcada por algunas angustias, que la harían resistente al dolor, solemne con las carencias y convencida de una insospechada protección divina.

No me acuerdo cómo la conocí, quizá me la presentó algún amigo que andaba en ese mundo oscuro y fructífero de los coros de iglesia, ella, con su energía atada a una inexpresión permanente me llamaría la atención. Yo pertenecía a un grupo musical, ella, al hacer la audición ostentaría con su potente voz, yo me fijé en su pelo brillante, en su saquito de lana, en sus jeans ajustados y en su mirada que siempre parece pensar otra cosa de lo que dice.

Todos los compañeros de aquel grupo, quedaron maravillados con la nueva adquisición y cada uno a su manera empezó a galantear a aquella novata y hermosa joven, yo esperé, y de pronto empecé a cortejarla en público con mis comentarios sobre ella, su belleza, mi gusto irrebatible y un día aquella lozana señorita se convirtió en una pequeña engreída, era evidente el ahíto de su autoestima por tanta adulación. Esperé de nuevo, no era momento de atacar. La observé.

Tiempo después iríamos a un viaje, ahí utilicé la legendaria maniobra de hacerla sentir especial, estuve pendiente del más mínimo detalle, de su más trivial requerimiento, me convertí en un hábil mayordomo de sus antojos. Heme allí, el andariego a los pies de la doncella, con mi supuesto recorrido de experiencia y las advertencias de todos. Me sentía bien, pues era respetuosa, se distraía con mis ingeniosas bromas y me prestaba la atención como para hacerme creer importante. La cosa iba bien, yo tenía algún cargo de relativa importancia y ella disfrutaba de algunos pequeños privilegios.

Salimos. Fuimos a un parque de diversiones, le regalé una pulsera y nos metimos a una maldita mansión del terror, (allí en uno de los monstruosos actos ella se agachó y le dió un cabezazo a un niño, que lloraba no por susto sino por el porrazo) montamos en carros chocones, comimos helado, nos reímos, nos tomamos de la mano, y vino el primer beso. A mi gusto, un poco protocolario, inexcusable, quizá no obligado pero sí un poco recluso, hay una expresión que me puede ayudar… ¡ya qué!

Su esencia de timidez entonces se transformaba en una personalidad frugal, yo, con más de una década de edad sobre ella, disfrutaba de su simplicidad elocuente, entonces, hablábamos de música. Cometí un error tonto, me empecé a preocupar por ella más de lo debido, de su permanencia en el grupo aquel, de las intrigas, de su estudio.

En otro viaje fue mi compañera de pena, tuve que devolverme por la muerte de mi hermana, ella al igual tenía que devolverse para presentar alguna prueba de ingreso a la universidad. Casi no hablamos, me observaba y su presencia como un paliativo era satisfactoria.

No pasó aquella prueba, entonces en una muestra de afecto le subsidié el formulario para el ingreso a otra universidad, le abrí un crédito en una tienda cercana para aminorar sus gastos, en definitiva hice lo que sentí que tenía que hacer.

Me acompañó a unas terapias extrañas de esas que suelo hacer y yo le iba diciendo que me gustaba y ella hacía lo mismo, y yo le iba advirtiendo sobre sus futuros amores y ella se negaba a admitirlo y yo me iba complicando mi vida, porque pensaba en ella desde el inicio de un peligroso enamoramiento sutil e informal.

Nunca pasó más allá de un beso febril, aquí mis masculinos amigos dirán que esa platica invertida se perdió, los más sagaces se burlarán por mi fracaso de piel y los más agudos alcanzarán a ver que cumplí conmigo, más que con ella.

No quería ser una más, de aquellas infortunadas que pasarían por mi sendero, entonces decidió dejar todo así. ¿Cómo así si no hay nada más que palabras? Le pregunté mirando su cara de brava, “Usted me confunde”, y empezaba a decir que en definitiva no le convenía, “veo” dije mientras la vi alejarse con su caminado firme y su jean ajustado.

Me fui de aquel grupo y con eso los recuerdos se durmieron, un día volví, y me encontré con que mis premoniciones sobre sus posibles amores eran ciertas…

Se protege, aduce que soy un papanatas y que estoy frustrado por mi labor inconclusa de romanticismo barato, me lee mal, de aquellos tiempos queda mi certeza de ayudarla y mi maravilla de conocerla un poco más. Se refugia en sus aumentados prejuicios y me cree vándalo, se cohíbe, se encripta y cree que mi vida ha pasado en vano.

No, no pretendo nada, pero no puedo expresar ni la más mínima cosa sobre ella o nuestro pasado, es un tema voluntariamente negado y políticamente asumido, como un recuerdo con úlcera que hay que sanar.

Hay una salida fácil: supuestamente me enamoré y en consecuencia debí alejarme.

El amor se transforma en sufrimiento y el ahogo de lo incierto es un tormento de cruel testimonio, mientras canta evita mis comentarios y prefiere evadir mis algarabías profanadoras y yo como buen lector de barbarie… asumo.

No, no quiero nada, más allá de la calma de no saberme juzgado, de que su versión no sea animadversión, quisiera decirle que los instantes no se extienden cuando son intenciones, que fuimos compañeros de ausencia, que la quietud no puede existir, pero siento su voz afinada que iracunda profesa notas contaminadas de sinsabor.

Glosa:
No querer ver, es peor que no ver, no poder hablar es acostumbrarse a ser mudo, pero quizá recordar es un acto de coraje al que algunos volvemos con la armadura de la nostalgia y montados en un asno sin pedigrí, recorriendo caminos de incertidumbre y asustados por encontrarnos en el mismo lugar.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

con mucha certeza...es real...

Carlos López dijo...

Un amigo me dijo... "con poca certeza... es perfecto..."

Anónimo dijo...

pero yo no soy amiga...

LuNa dijo...

Si.
Es una de mis historias favoritas.

Espectacularisimo dijo...

Muy acertado! De hecho recolecto ideas para mi...