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martes, 15 de septiembre de 2009

ESO ESTABA PENSANDO...

Los días ingenuos se estrellaban en su cabeza, pero la paciencia del cazador que tiene una sola bala, le hacía esperar por aquella promesa del beso entre los poros; sus ojos cansados de mirar al horizonte desenfocaban el punto exacto por el que ella habría de llegar.

Él tenía un suspirar denso por los millares de cigarrillos que había besado o quizá por los suspiros de ausencia o talvez, por la ironía que habitaba en su lengua; así su experiencia vital lo convertía en un fatigado y taciturno observador, en un cobarde que acariciaba la quietud y calentaba sus comidas con la obsesión de existir.

Los secretos lo merodeaban, las traiciones esperaban su turno para atacarlo otra vez, la indignación con su cansancio lo hacía vociferar plegarias malignas; su piel de décadas lujuriosas informaba que la búsqueda del hastío era el principio de la esclavitud.

Siempre se divertía y en esa experiencia permanente había relegado a los demás, era un pobre con egoismo mediocre que hoy por primera vez se sintió solo, universalmente solitario, sin ella y sus chistes malos, sin su olor, sin sus miedos que él había apropiado abusivamente.

Nada lo emocionaba, ni aquellos alegres colores infantiles o las fastidiosas luces navideñas; lo alteraba la alegría esporádica de algunos y esa miseria permanente de otros, pero nada pasaba como importante, lo que entraba por sus sentidos se inscribía en un marco nebuloso muy parecido al asco.

Ella lo había rescatado de sí mismo, con un saquito rojo y sus ojos grandes, con su pelo brillante y su trato respetuoso, con su presencia elegante y letal lo hizo ir hasta sus mares de niño, lo hizo buscar nuevas palabras para que le narrara el mundo... es que ella lo escuchaba.

En algún desierto de sus días la conoció, en un momento inapropiado (en realidad con él todos los momentos eran inapropiados), en aquellas jaulas herméticas elevadizas de un viejo edificio, tenía que ir al piso 7, así que escupió un saludo e indicó al anciano ascensorista el número de destino. Estaba en el sótano y al llegar al primer piso, ella entró radiante saludando con un beso maternal a aquel vejete.

Por su energía oscura él no era bien recibido, quizá era la razón de la cara tensa de Manuel, que llevaba allí tantos años como aquel edificio, eran insoportables sus historias sobre la fundación del predio y de cómo había conocido y compartido con el Señor Gómez, el arquitecto y dueño, fenecido ya hace 32 años.

Después de aquel beso fraterno entre la bella dama y Manuel, la pareja hizo cometarios sobre él. "Es raro pero lindo" dijo ella en voz baja y sin voltear a mirar, enseguida dijo Manuel en un volumen mayor: "Lo que sé es que aquí,(señalando hacia el techo con el dedo índice) el único re-elevante soy yo" Y los dos soltaron una carcajada insolente ante soberano apunte.

Piso 7. Al pasar por su lado el aroma de fémina lúbrica le alertó los instintos, ellos dos se seguían riendo de la re-elevancia de Manuel y en la última imagen que permitió la puerta automática al cerrarse, él quedó herido por ese maldito color inolvidable de sus ojos.

Nunca más tomaría un ascensor por miedo a los comentarios y el fastidio de la dicha ajena, siempre iría por las escaleras oscuras con su encanto de indecencia ortodoxa, nunca más la volvería a ver tomar café, consumir productos light o comprar ropa costosa.

Un parpadeo y se presenta la realidad cruel, se encuentra en un segundo piso mirando sin mirar. Una calamidad anunciada es justo lo que espera, pero el destino se expande como un buen masoquista, el dolor aumenta y los analgésicos son mentales pero los espasmos no.

Él quisiera verla, pero ella que siempre supo que él se sentía menos, ya no estaba dispuesta a discutir cosas de locos; él rogaría por extrañarla, pero su ego le indica que ese es el camino equivocado, él desearía perdonarla, pero las culpas y la rabia cuando se mezclan con el olvido obligado se vuelven frustraciones permanentes... él lloraría por amarla, pero ni las pataletas de niña que lo llevaban a mordisquear la ternura, podrían salvar el desencanto de saber que sólo se existe cuando es pertinente hacerlo, de resto todo puede ser un estorbo.

Otra vez mira hacia el punto exacto, aquel sitio en el que asume que ella ha de volver, pero llueve afuera, pero hace sol afuera, pero hace viento afuera, pero afuera es demasiado afuera.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Este escrito es maravilloso... que lindo, todo pasa rápido, fugaz como el amor.

La otra cara de la moneda dijo...

excelente escrito que inspira emoción pero también algo de desesperación emocional.....