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viernes, 11 de diciembre de 2009

TELEPATÍA DE OLVIDO

Ella era tan peligrosa como los cruces viales de su barrio. Todo lo que pasaba entre los dos había empezado con minucias, que se fueron transformando en detalles para quedar incrustados en las emotividades, para decir la verdad, en mis emotividades.

Recuerdo que su pelo caía como espirales de tinta negra en su cuello, tenía unas ojeras que le daban profundidad a sus ojos oscuros perspicaces; tenía el mentón delineado y una sonrisa ostentosa. De clarividencia ligera, buen humor y sensibilidad especial para lo pulcro. Quizá su moral atiborrada por injusticias, dificultades y enredos la hacían atinada en su pensar y penosamente juiciosa en su actuar.

Mi más grande perversión fue ver en cada centímetro de su envoltura la belleza de su espíritu casual, en efecto, cada desprevenido trozo de su piel se convertía en lienzos poéticos como si cualquier cosa que hiciera fuera un acto cuidadosamente preparado para seducirme.

Mi manera de expresarle su esplendor era, a su parecer, un ejercicio cursi de debilidad, entonces se comportaba con dulzura inadvertida mezclada con antipatía, es posible que en los vientos de su edad, tuviese más preguntas capciosas que cuestiones trascendentes, pero debo admitirlo, me encantaba su intransigencia, me regocijaba con sus fisuras psicológicas y me deleitaba con la imagen de ella, que sin duda distaba de su contacto real conmigo. Su prototipo de hombre, según vi, era aquel que le rogara sin humillarse, le impusiera su voluntad sin que ella lo notara y la dominara con suficiente devoción.

Decidió que entráramos en una cuarentena de contacto, pero antes nuestras conversaciones eran adjuntos del tema principal: mi fascinación. Me dijo que me admiraba, inclusive que me reconocía, pero el gusto por alguien no es un asunto negociable. De tal forma se despidió, con un acuerdo de no insistencias de mi parte.

Todo lo demás pasó por mi locura, le quise dar serenatas con vallenateros de la calle 53, la quise invitar a verme en mis actuaciones, la quise querer…
El resultado, aunque evidente, no era creíble. Me gané su fastidio. ¡Horror! Lo disfruto, me siento odiado, me sé empalagoso, o como dicen hoy los jóvenes: “Intenso”. La cuestión aquí, es que saldé mi cuenta, esas ganas de vivirla, esa angustia de supuesto poeta rabioso, y la ruptura de protocolo, es decir: Le conté lo que sentía por ella.

Han pasado miles de horas desde nuestro, primero, único y último encuentro, me he dedicado a fortalecer otras angustias, sin duda he subido de peso, pero este trozo de vida, está ahí como una bandera escondida tras la puerta, esperando que sea el día adecuado para ondearse.

Si la anterior frase es cierta, ella se convirtió en un símbolo patrio, me niego a pensar que es un simple trapo, que tiene más significado para algunos… me niego a creer que su imagen es un fetiche de lealtad a mi ego.

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