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lunes, 14 de junio de 2010

DETRIMENTO TANGENCIAL

De entrada debo decir que a él le gustaba sentirse víctima. Ella, aunque insegura, poseía una forma de racionalidad que limitaba peligrosamente con un pragmatismo desvergonzado. Se habían conocido en una fiesta patriótica y a decir verdad, él mostraba sus dotes de bailarín y ella su admiración por él. Desde ahí se construiría una historia de amor que terminaría con un par de antidepresivos al día y el peso de hacer lo mismo, sentirse igual y tener el más triste de los talentos mutuos: provocar en el otro su peor parte. Eran como filtros de sus propias decepciones… eso es, decepciones permanentes, exponenciales y lo peor… dotadas de un trascendentalismo insoportable… en ese juego de desencantos significativos, él y ella habían llegado a acuerdos absurdos, como callarse cuando era mejor hablar o quedarse cuando era mejor irse… pese a que las brujas le advirtieron sobre la posible infelidad de ella, èl quiso omitir aquellos anuncios esotéricos, es asì como los episodios diarios eran muestra de un sicótico sentido de la desgracia, quiero decir, con ironía profunda, de esas que no sabes explicar, pero que entiendes porqué te ocurren.

Ella, que antes tenía el desborde de la piel… valga la redundancia… a flor de piel, ahora era una sarta de complejos laberintos emotivos, él que era un vivaz adulador de sensaciones, ahora era un tipo que caminaba en las mañanas dominicales para ir a refugiarse en cualquier templo y pedirle a su Dios, lo mismo de siempre. No sabemos que le pide, pero se agacha y cierra los ojos suavemente, pero quizá lo más extraño es su sonrisa, como si supiera que lo que pide ya viene en camino.

Tenían un pasado virtuoso, aquí la virtud carece de sentido moral, justo quiero decir lo contrario, habían explorado los rincones de sus cuerpos, sus almas atletas de hazañas inenarrables, sus ojos lo habían visto todo. Celos, lujuria, posesión, libertad, amistad…

Un día, o mejor dicho, una noche, decidieron que verían el amanecer desnudos, que sus cuerpos serían los testigos del cruce de la meta del hastío… sus olores se mezclaban, y él sabía descubrir la mujerzuela que había en ella y ella sabía invocar al brutal perverso que lo habitaba. Ritmo, apresuramientos, lentitudes, pausas…

Pero ese pasado, era un recuerdo de un recuerdo de un recuerdo… un nieto emocional que ahora rechazaba cualquier futuro… un estúpido larguirucho con chaquetas largas de cuero y dotado de buena suerte.

No se hablaba del pasado, algunas veces él lo anhelaba y para no enloquecerse o tener que subir la dosis de las pastillitas felices, quería vivir eso que ya no estaba.

Las pesadillas se hacían frecuentes… y las recurrencias pasaban al mundo de la vida real… el insomnio amenazaba… tic… tac… susurraba el reloj… quiso tocar su muslo para saber si tenía puesta su piyama color guayaba que era de dos piezas, una pantalonetica lo suficientemente ancha como para conceder espacios para los oficios genitales, y una blusita de dormir, lo suficientemente ancha como para conceder espacios para los oficios táctiles mamarios… y a pesar del espacio para recorrer el muslo, esa piyama se convertía en una advertencia: Detente. Y a él, que le gustaba relamer sus mezquindades, le iba subiendo la rabia, pero al llegar al pecho, ya iba convertida en decepción y al culminar en su frente, ya era una culpa declarada.

Ya aquel campo simple de los cuerpos y su diálogo fluido, se había convertido en una patética conversación de torpes adversarios, el terreno estaba minado, cada mina era, el producto de una frustración… o quizá me refiero a esas decepciones del primer párrafo, cada mina estaba dispuesta a explotar y a llenar de rencor todo cuanto alcanzara su onda, cada mina, era una llegada tarde, una excusa para irse, aquella pena ante los amigos, la vez que no usaron los vestidos adecuados, las promesas incumplidas,aquel regalo que se convirtió en humillación… todas buenas intenciones, que terminaron siendo negocios fracasados, como aquel bar… en el que él se emborrachaba y en donde terminaban de juerga sus amigos… o como aquellos viajes… o como su machismo… o por qué no decirlo… su feminismo.

Ya no era un asunto de negación sexual… quizá ella diría… “porque no soy de piedra”, y a él no le importaría… sus temperamentos irritados saltarían ante cualquier intento de acercamiento...

Su dignidad estaba puesta en la piyamita color guayaba… en ese obstáculo entre él, el pasado glorioso y el hoy presente ominoso… dormiría desnudo y con una almohada entre las piernas, como rogando, como esperando... él sabe que la próxima vez ella tendrá que tomar la inciativa... en verdad, él no sabe que no habrá próxima vez.

Nada importa porque todo importa. Un amigo suyo lograría ayuntarse con una pobre moralista excitada, una amiga de ella seguiría creyendo que su marido le es fiel, una amiga en común compraría bonos de desgracia y se los autoenviaría...

Quizá quieran despertarse de la pesadilla y huir de sus vidas en los sueños... quizá le salgan manchas de sangre en la espalda a uno de ellos, quizá sólo sean ganas de molestar...

Ellos leerán sus vidas cuando las letras tiemblen y caduquen... esto lo leerá obligado algún sobrino que le dará clases de guitarra a una amiga... y todo vuelve a empezar por su necesidad de sentirse víctima.

1 comentario:

Mediaciones112010 :) dijo...

Holaaaaa, quisiera saber si tu eres el profe Carlos López de la U. Pedagògica.

Bueno, pues si eres o no, quiero decirte que lo poco que he leido me ha parecido muy interesante y bueno.

Gracias, y espero tu respuesta a mi inquietud.

Érika Cortés...