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viernes, 10 de septiembre de 2010

FRAGMENTOS PROHIBIDOS

Su nombre significaba algo así como “príncipe de la paz”, el de ella era sólo una tonadilla renca; se conocieron en la capital del encanto y su fijación oral los haría encontrarse. Se diría que su aspecto era medianamente racional, como de esos ejecutivos viajeros que se encuentran en los no- lugares de paso, su rostro blancuzco dibujaba una intuición que se confundía con su necesidad de ayudar a los demás. Ella, era volátil, insegura y tan soñadora como curiosa, su sentido práctico la llevaba a cometer torpezas estructurales, relacionadas con su proyecto de vida, sin duda: baladí, pero con una tendencia a relacionarse mediante la palabra sencilla y una confianza ciega en su destino inconcluso.

Él busca armonía y paz y ella nuevos motivos, ella le alaba su generosidad y él promete visitarla, él cambia de horario y ella lo llama a cualquier parte, él viene de donde nacen los terneros, ella del un territorio cercado fuera de la labranza, ella muere por conocer su nuevo bronceado y él estrictamente le escribe besos, según las brujas se encontrarían y estrecharían sus cuerpos para saciar la ansiedad mutua que se causaban.

Si… aún después de tanto tiempo me seguía gustando, no me había saciado con sus obscenidades, ni sus perversiones y ahí, en un café de sillas encadenadas, ella decidió hacer un manifiesto ético sobre lo que significa besar, además de batallar contra ella misma y su esencia libidinosa, ella desembuchaba imágenes, como los gemidos al momento de los clímax insensatos, el deseo por su juvenil vecina de apenas 20 años o aquellas cosas que sólo se cuentan en los libros de mi querido Donatien Alphonse Françoise.

Su cabello tercamente enrojecido caía sobre la mitad de su cara y pinchaba su seno izquierdo, sus manos apoyaban sus narraciones y sus cejas marcadas dominaban sus ojos pícaros que sabían de mi efervescencia genital. Igual, hablamos de lo que era correcto y terminé la conversación con algunos plagios rápidos sobre la represión de nuestros más íntimos instintos como mecanismo de supervivencia. Nos despedimos como prometiendo que el deseo había de quedar en una peligrosa pausa.

Después de decidir el sitio, un motel citadino, era urgente consumar eso de las ganas. “Una habitación con servicio de sauna”, dijo él, con ánimos de halagar y de alagar a la dama acompañante, sus ojos claros brillaron de emoción femenina y de pronto las ropas estaban en el piso. Sus desnudeces se encontraron, se encajaron y de cierta manera, según ella, y totalmente, según él, compaginaron.

Blanca, flaca, como hija de aristócrata, un poquito inhibida y un tanto dramática. Rollizo, juguetón, un tanto infantil y lo necesariamente creativo en su desempeño. Dos punto cinco orgasmos, un rato de reflexión sobre el hecho de ser amantes, dos cigarrillos y una Coca Cola en lata. Los vestidos se trepan a los cuerpos, un beso de despedida y la certeza de no enredarse sus respectivas vidas.

Ni siquiera por todo lo que él había enseñado, como ver dibujos animados sabatinos, confiar en ella o eso del redescubrimiento de la “pequeña montaña” del anatomista renacentista Realdo Columbo... ni siquiera por la vida compartida... nada cobraba sentido. Unos aires de devaluación semántica-emotiva llegaban cada primavera, entonces ni la tolerancia, ni los paisajes de otras latitudes, ni las promesas de cumplir sus fantasías podían aportar algo nuevo... de ese modo la reducción de aquel encuentro, que los más osados llamaban relación, había cargado con el peso de ser efímera.

Nació prematura y sin expectativas de vida como una “Negación”, pasó a una niñez testaruda definida como “Ira”, siguió entonces una pubertad dificultosa pero con intentos conciliatorios conocida como la “Negociación”, continuó con una adultez reprimida marcada por un “Arrepentimiento” y por fin feneció con una quejumbrosa “Aceptación”. Cinco pasos, para decir Adiós, cinco maneras de testimoniar un proceso… Como si ese número encerrara la inteligencia, los sentidos… o para ponernos trascendentes: el quinto elemento llamado éter.

En verdad parecía como si ella viviera frente a un sitio atiborrado de árboles, es decir un bosque encantado (no porque allí jovenzuelos consumieran marihuana... ¿o si?); su casa semejaba una mansión mandada a construir en las primeras décadas del siglo pasado, varias salas, un baño con papel tapiz de cuadritos que provocaban mareo (como una cápsula para viajar en el tiempo), una escalera ancha y un piso que murmuraba chillidos. Un comedor para cenas de familia numerosa, un mueble para guardar vajilla, lámparas, plafones y cenefas… techos altos, recovecos… en el segundo piso, al fondo a la derecha su habitación…

Hoy se remodela ese parque que se ve desde su palacio, así como sus recuerdos… los momentos vividos ya no aguantan más reiteración… su arsenal de joyas naturales y ficticias hoy quedan en el garaje, al lado de las plantas de la abuela… desde ahí se ve la cocina vacía… Todo quedó suspendido; ella le pidió el favor de guiarla por unos caminos que él conocía… él se sintió usado… ella, tiempo después lo llamó, con una actitud desparpajada, para preguntar por los mapas que él le había regalado tiempo atrás… él se sintió menospreciado… ella se llenó de odio y acudió a su único fortín: su figura de belleza física y retórica… él se sintió, simplemente, sin ella.

Dijo que no le gustaba lo que le había escrito “Quizá esperaba mucho” dijo en ese tonito ofensivo que sabía decir, “Lo siento”, le dije como excusándome por quererla de la manera en que lo hacía. Era evidente que disfrutaba de mi sumisión y de la admiración que le profesaba. Por culpa de ella yo había abandonado mis proyectos… en verdad, ella era mi único proyecto. Por su confesión de que no había tenido nada serio con nadie, mis nervios se alteraban al pensar que divagaba en la piel de otro que no fuera yo. Preguntaba con insolencia si el lobo quería comerse a Caperucita, me exigía que dejara de fumar, dejaba su teléfono móvil en casa para que me insultara su madre, me recomendaba que visitara a un tipo con corazón de papel o algo así… ella mi inspiración, había decidido ser y estar por sí misma. Traicionera infame… me hizo adorarla para dejarme… SI... ÓIGASE BIEN… ella me dejó… aunque quiera decir lo contrario… así queda escrito…

¿Puedes antes? Me dijo con voz fingida, aunque yo la doblaba en edad y hay que decirlo en peso, sus ojos escondidos tras sus gafas no disimulaban su confusión. Tenía varios problemas, Dios, su novio y los deseos de engullirme. Los dos primeros, grandes contrincantes, el tercero mimetizado por mi desencanto. Tomé su cintura que apenas cubría mi medio brazo, besé su frente joven y asumí que la relación con el recreador (a eso se dedicaba su novio) y la relación con el creador (a eso se dedicaba Dios), nunca iban a dejar de molestar un posible encuentro con ella. Y uno, con kilómetros de recorrido y ella con métricos de experiencia… y uno tan cansado y esperando interlocutoras vivaces y ella inventando mentiras para poder vernos.

“Quiero estar contigo” me diría, cuando apenas estrenaba su cédula, y yo con las perversiones ya satisfechas, no le creía… “Dime que me quieres” y yo a estas alturas buscando altos voltajes, “Es que no estuviste cuando te necesité” y uno afianzando la egolatría… “Listo, quiero ser tu amante” y uno, sabiendo que ese puesto… debe ganarse literalmente con sudor.

1 comentario:

caritomia dijo...

Alcanzo a ver tus perversiones inconclusas y tus amores truncados en tus fragmentos, me encanta... pero te aclaro que no estamos en una peligrosa pausa.