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viernes, 14 de septiembre de 2012

EPITAFIO DE UN RECUERDO


Dicen que hay un recuerdo moribundo, nadie sabe de su pasado y al parecer sus familiares no están interesados en él. Se encuentra en un tugurio sanitario y su mala muerte es una evidencia certera del abandono; ya no habla, pocas veces abre sus ojos y como en sus momentos más vitales, mantiene fríos los pies.

Su historial es poco consultado y bien sabido, enfermó mortalmente de ausencia.

Hay chismes sobre su vida, dicen que no tuvo la suficiente valentía, que no pudo dejarse recordar con claridad, que primero tuvo un pequeño catarro mal cuidado de distancia, que empeoró con los días y se convirtió en una infección permanente de alejamiento, para culminar en un lamentable estado de desvanecimiento progresivo. Otros cuentan que intentaron salvarlo, que lo invitaron a terapias de cuidado corporal, que intentaron vestirlo, corregir su léxico y hasta hacerlo pensar de otra manera, pero, según especulaciones, era un recuerdo adicto a su propio olvido.

A pesar de su marasmo permanente, en la mente de ese recuerdo había un par de anhelos, tres frustraciones, una docena de vacíos emocionales y cientos de evocaciones que iban creciendo en número, pues se iban comiendo de a poco, todo aquello que quedaba en su memoria.

Anhelaba bailar y ser feliz, quiso ser médico, pertenecer a las fuerzas militares o ser más alto, nunca perdonó su infancia rota, su adolescencia complicada, su adultez mediocre, ni su vejez solitaria, siempre se recriminó la fisiología de su nariz y en general lo que más le dolía era admitir la farsa verdadera de su pésima autoestima.

Moría lentamente, sin afán, las tardes grises brillaban en sus cabellos, y los momentos de felicidad eran rostros desconocidos, episodios de viajes al mar, lugares rituales, canciones que iban perdiendo su letra y su música… se negaba a creer que iba a morir… se aferraba con el resto de su miserable existencia al agradecimiento… a la esperanza de ser nombrado.

Creía de manera firme que no iba a engrosar las estadísticas de las ánimas benditas, que no iba a ser un número más, un pobre de espíritu que no fue capaz de trascender, rogaba para que sus hazañas fueran nombradas por sus amigos, al menos en un programa de humor rebajado…

Pero, lo más contradictorio eran sus sueños, pues ahí, encontraba a su pareja perfecta, una que hiciera todo lo que él quisiera, una muñeca multiorgásmica de plastilina, con suficientes problemas emocionales para echarle la culpa por todo… alguien sin relieve emocional, alguien que no lo retara, alguien que pudiera mirar hacia abajo.

Al respirar, al despertar, al pensar… supo que se había equivocado, que había escogido los peores modelos, que sus obsesiones lo hicieron terco, torpe y sin perspectiva, que sus desconfianzas lo hicieron cobarde, miserable y simple… se sentía minúsculo, y sus escapismos de piel, sus danzas embusteras, sus reflejos en el espejo, lo hacían un puente de piedra de una ciudad lejana que lleva a millares de caminos…Era incoherente, como si su nombre ambivalente, fuera la mezcla de mil senderos y un elegido…  Detestaba su origen noble y oriundo… de lo noble de un tal Rey Bermudo… de lo oriundo basta decir que fue criado en América.

Maldecía y bendecía, blasfemaba y rogaba…

Un día murió… ni siquiera hubo un funeral, se convirtió en aire… fue liberado…

Murió en paz decían algunos, menos mal dejó de sufrir decían otros, pobre decían los más considerados, era un tacaño decían los odiosos… pero todos coincidían en que había pasado a mejor vida.

Sin abrir los ojos, escuchó una voz… “Bienvenido al infierno del olvido, aquí comienza tu verdadera tragedia… Recuerdito de mierda”.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Cómo me gustaría que me olvidaras!

Carlos López dijo...

¿Para qué? Si estarías en un epitafio...

Anónimo dijo...

No... no es por eso... es para sentir que alguien ha sentido algo tan fuerte por mi... La realidad te envenena y hallas el antídoto en las letras... Besos

Carlos López dijo...

¿Por qué el anonimato?

Unknown dijo...

odio este funeral tan "pomposo"