He estado pensando que las partes más hermosas de nuestra
relación eran los momentos de silencio.
De hecho, en una discusión que tuvimos, te tomaste la
molestia de llamar, para decir, algo así como que ya no podías estar a mi lado,
pues el control y la vigilancia no tenían que ver con aquello que entendías
como amor… recuerdo no sólo el contenido del discurso que pronunciaste, sino el
temblorcito en la voz y la elocuencia de las pausas… eras una francotiradora
inmisericorde y con cada palabra destrozabas las cabezas de mis argumentos para
estar a tu lado.
También, -hoy entiendo que fue una soberana estupidez- me
callé muchas cosas, como por ejemplo, todo lo referente a tu naturalización de
la miseria, es claro que no hablo de elementos de dinero, sino de miseria en
tanto a desgracia o infortunio existencial, de alguna manera me callé todo
aquello que veías como normal y que estaba incorrecto… digo protocolariamente
incorrecto, como la relación con tu familia, los asuntos del orden y el
desorden, la trivialización de la existencia y esa ansiedad permanente y a mi
parecer sin sentido de buscar por buscar…
de mirar a ver qué pasa… de especular todo el tiempo en un tema muy delicado:
tú misma.
Obvio, la lectura furiosa, puede darte a entender que te
digo que sólo eres una especulación de ti misma, pero, lo que importa aquí, es
que me callé eso, sólo para estar a tu lado… ¿Me hago entender?... ¿No?... Déjame intentar explicar con este ejemplo:
Dijiste: “Me sentí
sola” en un día que me acompañaste a algún sitio y tuve que hacer mis cosas, yo
te dije: “¿En serio?, yo me siento solo todo el tiempo”… y hubo silencio… Aquí
tu silencio pudo ser porque ante un reclamo, yo salí con una tontería… pero mi
silencio fue porque me enseñaste a sentirme solo cuando estabas conmigo. No
creo que haya sido claro el ejemplo… disculpa, debo avanzar en la exposición de
esta idea.
Entonces, decía, que aprendí a callarme, en primera
instancia para evitar convocar tus reacciones insolentes, que podrían redundar
en asco, por eso opté por observarte, pero al hacerlo, fui mutando en mi manera
de asumirte… muté tanto que me dejaste de importar… te hice tanto caso, que
terminé haciendo lo que tú hacías… por ello, cuando me dijiste que deseabas
estar sola, te creí, cuando dijiste que me llamarías, te creí, cuando dijiste
que era mejor ser amigos, te creí, cuando dijiste que esas no eran penas, te
creí… y ahora en lo que realmente creo es en tu silencio… pues me reconforta.
Pero no olvides mis niveles de paranoia… que bien
alimentaste… puedo caer en la desesperación de creer que no te importa y que tu
silencio es no por incapacidad de expresión sino por exceso de actividades en
tu agenda… con todo lo que ello implica… desde tu piel -con recovecos incluídos- hasta tu espíritu –con
recovecos incluidos- … de tal forma, puedo pensar, que tu silencio es una
afirmación, no sólo de sospechoso pasado, vibrante presente y fracasado futuro… puedo pensar que tu silencio sólo es
asimilación… que estás en un proceso de cocción…
Siendo consecuentes, no debería escribir nada –por aquello
del silencio- pero, me remito a mi –indigna por demás- actitud ante tus
agresiones simbólicas… a todas ellas, prefería callar y en un inocente acto de
creencia, desear que te dieras cuenta de que me lastimabas… pero, aprendí a
disfrutar el silencio y a construir un mundo paralelo, en el que eras la que
no podías, querías o lo lograrías ser.
Silencio… que la lluvia hable, que se callen las palabras
para que hablen las letras disfrazadas de gotas suicidas, que cuenten en sus
propias escaseces las bondades del
dolor ajeno… de la falta de conciencia… de saberse simple… sin nada… con la
plenitud de la agonía… ¿cómo despertar sabiendo que no eres nadie?... ¿cómo
vivir en un escape permanente?... Silencio, que la inteligencia no frene su
paso… admiración ante la magia sin trucos falsos… reflejos de una cara que se desvanece... Silencio en la garganta… Cantos inadecuados…
¡Silencio!… el silencio se ha pronunciado y dejó de existir.
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