El adolescente llegó a casa con su energía sombría, su madre
estaba en la cocina y lo saludó con un insoportable gemidito de ternura
preguntándole: ʺ¿Ya llegaron mi vida? – y se escuchaban los sonidos de platos –,
“amor, no te portes así delante de la visita”, y seguía el golpeteo de los
cubiertos y los vasos.
Él iba a subir a su habitación, pero decidió pasar primero
por la cocina, allí su madre estaba preparando unas onces, porque él le había
dicho que iría con alguien especial, así que aquellas onces habían sido
preparadas teniendo un toque especial de complicidad, alegría y ganas de
conocer a alguien que su hijo, llevaría a su casa.
Cuando lo vio, de inmediato supo que estaba solo, y se
sintió ridícula, pero pesó más su sentimiento de compasión, por los ojos
perdidos en la nostalgia de aquel adolescente sensible y desubicado que tenía
como adorable hijo.
“¡Ay amor!, qué pasó?, dijo en voz baja, mientras le
levantaba su cara que miraba al piso, él sólo torció un poco la boca y movió la
cabeza negando sus emociones, “no pudo venir” dijo con voz entrecortada, de inmediato
la madre volvió con su festiva energía navideña y le dijo: “No importa, ya será
otro día, además te preparé estos pasteles que tanto te gustan”, al adolescente
se le empezaban a resquebrajar las lágrimas, entonces pasó saliva y le dijo a
su madre que no quería comer nada, que estaría en su cuarto y que por favor no
lo interrumpiera, pues iba a estar ensayando guitarra.
Subió a su cuarto, cerró la puerta, se quitó la maleta que traía
en la espalda, la tiró encima de la cama, tomó su guitarra y se acordó de aquella
niña que lo había dejado con las onces preparadas, del motivo de su decepción,
de todo lo que le había dicho…
“Oye, después te invito un café” le dijo ella, y él que no
entendía bien los mensajes femeninos, creyó que eso era una posible excusa, por
lo de no ir a tomar onces, pero en realidad era una forma delicada de decir
adiós, y él que empezaba a creer que las palabras de ella eran ciertas, y que
talvez, diría alguna verdad.
Él tenía una memoria prodigiosa y ella una inminente
capacidad de olvido, él le quería regalar sus letras melosas y ella sufría de
diabetes emotiva, él con su hipersensibilidad y ella con su indolencia… sin
embargo, su encuentro había sido, -muy seguramente para él- mágico, y en aquel
restaurante, ella lo había hecho sentir
especial, cuando le dio aquel bocado, o cuando al finalizar el almuerzo, él le
ayudó a poner su chaqueta, sujetándole su cabellera humillantemente hermosa.
Hacía ejercicios de digitación, pero seguía pensando en
ella, en su talento para despertarle dudas y en su capacidad de derretirlo con su
sonrisa, ella, sabía de su gusto y como buena niña hermosa, se aprovechaba de
la situación, una y otra vez lo había rechazado, pero de vez en cuando, le
manifestaba con sencillez, que él no le era del todo indiferente, era un juego
perverso entre golpes y caricias, la mezcla entre fuego y pólvora, la
combinación exacta de la insensatez y la ingenuidad.
Su mano derecha se movía sobre las cuerdas de la guitarra, y
la izquierda saltaba en un patrón aburridor, su mente estaba desconectada del sonido del
instrumento y concentrada en el silencio de la ausencia de aquella fémina fatal
en la que se había fijado.
Había perdido la noción del tiempo, y de repente se halló
solo, se miró al espejo y supo que se había equivocado, que le había ofrecido
tantas cosas y ella, estaba tan ocupada intentando entenderse, asumirse, y él,
estaba tan ocupado intentando asumirla; rompió la regla de oro: Le creyó.
La, sol, fa… “El Problema no fue hallarte, el problema es
olvidarte, el problema no es tu ausencia, el problema es que te espero, el problema no es problema, el problema es que me
duele, el problema no es que mientas, el problema es que te creo” cantaba
susurrando, de pronto un suspiro y supo que una decepción lo amenazaba.
Aquel estado fue interrumpido, por la voz de su madre al
otro lado de la puerta: “Amor, cómo estás?, ¿Quieres algo?”, él hizo una pausa,
dejó la guitarra a un lado, abrió la puerta y vio a su madre con una bandeja en
la que estaba la loza que se usaba para las visitas importantes, dos tazas de
café con leche y aquellos pastelitos celestinos, horneados con dedicación.
“No importa, ven y comemos juntos”, dijo la madre entrando a
la habitación, entonces, se acomodaron, se dispusieron a deleitar sendos
manjares y fue entonces cuando le dijo: “Mira hijo, el amor, la vida y la muerte, tienen algo en
común, sólo los puedes disfrutar en primera persona, sin embargo, deben tener
un significado”- él la escuchaba en silencio, ella siguió diciéndole: “Si
decidiste invitar a alguien aquí a tu casa, es porque es importante para ti,
pero si ella, no viene, es porque no eres importante para ella, y apréndelo de
una vez, no tienes porqué mendigar sentimientos”. El café con leche y los
pastelitos desaparecieron de la bandeja, la madre salió y el adolescente
aprendió la lección de su vida.
Años después, el señor llegó a su casa, su madre esta vez,
no le dijo nada, y él tampoco, se encerró en su cuarto… La, sol, fa...
2 comentarios:
Me gustó mucho!!! Felicitaciones
Muy buen escrito, Felicitaciones
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