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lunes, 7 de octubre de 2013

LO SABÍA…

Tus bellos ojos no mienten, la emoción de tu voz es perceptible, la manera como te sonrojas es un indicador de tus emociones, todo en ti es un anuncio de autenticidad, entonces, te cobijo con ternura leve, para que tu alma, que dices que está opaca, brille como luz celestial, también, te acaricio con letras, para que encuentres claves, no sólo para leerme sino para que veas cómo te leo.

Cuando abordas tan fácil el tema del odio, intento esquivar tus dardos con cumplidos sobre tu inocencia o tu humor ácido, y de la misma forma, en los momentos en los que mutas a tu modo frío y odioso, yo sólo me aferro a las cortinas que corres para ver el cielo de madrugada mientras los gatos hacen de las suyas.

Inocuo es un sinónimo de inofensivo, así como congoja se puede vincular con angustia y ésta a su vez con dolor, y la cadena semántica continuaría hasta llegar a mi admiración por ti y mi dolor inofensivo que me filtra con mi visión exagerada de sentirme tontamente exclusivo.

¿Te arrepientes bonita? ¿De qué?... ¿de tener sed en las noches? ¿De que yo me levante a las 3:00 am, para conseguirte algo de beber?, quizá te deba hablar de la culpa, o quizá del concepto de pecado, o aún más, del arrepentimiento, pero prefiero seguir diciéndote, que con cada poro de tu piel, he olvidado todos mis desaciertos -que algunos llaman pecados-, y que también lavo mis manos para sentirme digno de tocarte, como en un ritual sagrado, como sosteniendo tu energía.

Un día me dijiste que abrías tu ventana para que el aire puro te hastiara de sarcasmo, y yo no supe cómo responder, quizá, lo mejor sea quererte en silencio, adorarte con una sordina y masticar lo que siento, en un combate diario de no ser evidente contigo, quizá para que no creas que me has colonizado, talvez, para que no te sepas tan completamente mi dueña.

Así es, eres la reina de mi silencio, y aunque intento ponerte grilletes con mis palabras, éstos se convierten en alhajas, que adornan los movimientos de tus muñecas, y aunque quiero inmovilizar el tiempo para capturar el borde de tu cuello, o para quitarte aquel pelo imprudente que quiere robarte besos, mi recuerdo acude a ti, para salvarte del olvido temeroso de la madrugadas.

Alguien dijo que las estrellas titilan con el palpitar de aquellos que pueden sentir, ese alguien fui yo, pensando en ti… y si titilan es porque mi corazón herido, que se niega a creer en argumentos, está tomando un curso virtual de cómo aprender a fingir. -ya va en la tercera lección-.

También, como tú lo haces,  finjo que duermo, y disimulo que descanso, y tu imagen me acompaña, como fiel escudero, que me protege de la ironía de tus preguntas y de la seguridad cruel de tus actos  ante mi timidez de sentirte cercana.

Me amenazas con tu distancia, me pones obstáculos, juegas a hacerte un laberinto, pero también me das pistas de acceso, por ello, te puedo decir que tus pestañas me enredan con historias fantásticas venidas de tu odio por el cine y me aferro a tu sensibilidad y a tu gusto por el baile.

Por eso, cuando me dices que te puedes encontrar cuando estás conmigo, yo te digo que me derrito con el color de tu piel, y he ahí, el motivo por el cual le doy tantas vueltas a todo lo que te digo... pienso lo que siento y siento lo que pienso... y tú me haces mezclar todo.

No me fijé en tus zapatos, sino en tu forma de caminar… porque caminar a tu lado es una manera de sentirme en el camino correcto.

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