Tus bellos ojos no mienten, la emoción de tu voz es
perceptible, la manera como te sonrojas es un indicador de tus emociones, todo
en ti es un anuncio de autenticidad, entonces, te cobijo con ternura leve, para
que tu alma, que dices que está opaca, brille como luz celestial, también, te
acaricio con letras, para que encuentres claves, no sólo para leerme sino para
que veas cómo te leo.
Cuando abordas tan fácil el tema del odio, intento esquivar
tus dardos con cumplidos sobre tu inocencia o tu humor ácido, y de la misma
forma, en los momentos en los que mutas a tu modo frío y odioso, yo sólo me
aferro a las cortinas que corres para ver el cielo de madrugada mientras los
gatos hacen de las suyas.
Inocuo es un sinónimo de inofensivo, así como congoja se
puede vincular con angustia y ésta a su vez con dolor, y la cadena semántica
continuaría hasta llegar a mi admiración por ti y mi dolor inofensivo que me
filtra con mi visión exagerada de sentirme tontamente exclusivo.
¿Te arrepientes bonita? ¿De qué?... ¿de tener sed en las
noches? ¿De que yo me levante a las 3:00 am, para conseguirte algo de beber?,
quizá te deba hablar de la culpa, o quizá del concepto de pecado, o aún más,
del arrepentimiento, pero prefiero seguir diciéndote, que con cada poro de tu
piel, he olvidado todos mis desaciertos -que algunos llaman pecados-, y que
también lavo mis manos para sentirme digno de tocarte, como en un ritual
sagrado, como sosteniendo tu energía.
Un día me dijiste que abrías tu ventana para que el aire puro
te hastiara de sarcasmo, y yo no supe cómo responder, quizá, lo mejor sea
quererte en silencio, adorarte con una sordina y masticar lo que siento, en un
combate diario de no ser evidente contigo, quizá para que no creas que me has
colonizado, talvez, para que no te sepas tan completamente mi dueña.
Así es, eres la reina de mi silencio, y aunque intento
ponerte grilletes con mis palabras, éstos se convierten en alhajas, que adornan
los movimientos de tus muñecas, y aunque quiero inmovilizar el tiempo para
capturar el borde de tu cuello, o para quitarte aquel pelo imprudente que
quiere robarte besos, mi recuerdo acude a ti, para salvarte del olvido temeroso
de la madrugadas.
Alguien dijo que las estrellas titilan con el palpitar de
aquellos que pueden sentir, ese alguien fui yo, pensando en ti… y si titilan es
porque mi corazón herido, que se niega a creer en argumentos, está tomando un curso virtual de cómo aprender a fingir. -ya
va en la tercera lección-.
También, como tú lo haces, finjo que duermo, y disimulo que descanso, y
tu imagen me acompaña, como fiel escudero, que me protege de la ironía de tus
preguntas y de la seguridad cruel de tus actos ante mi timidez de sentirte cercana.
Me amenazas con tu distancia, me pones obstáculos, juegas a
hacerte un laberinto, pero también me das pistas de acceso, por
ello, te puedo decir que tus pestañas me enredan con historias fantásticas
venidas de tu odio por el cine y me aferro a tu sensibilidad y a tu gusto por el baile.
Por eso, cuando me dices que te puedes encontrar cuando
estás conmigo, yo te digo que me derrito con el color de tu piel, y he ahí, el
motivo por el cual le doy tantas vueltas a todo lo que te digo... pienso lo que siento y siento lo que pienso... y tú me haces mezclar todo.
No me fijé en tus zapatos, sino en tu forma de caminar…
porque caminar a tu lado es una manera de sentirme en el camino correcto.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario