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martes, 29 de octubre de 2013

¿RABONADA? ¡NO, QUE VA!

Te ocultas en un lugar extraño y justo por eso es un buen escondite: me refiero a tu incoherencia; pero, no quiero caer en los reclamos de siempre, por elegir a alguien supuestamente mayor, por intentar encriptar tus mensajes, por anularme de tus contactos o por cualquiera de esas cosas que suenan a desamor, falta de gusto o simplemente asfixia.

¿Sabes? creí que en realidad, sabías, asumías y te movías en lo que predicas como compasión, lo digo por tus ideales humanitarios, la visión sobre los ancianos, la sensibilidad social y esas cosas del discurso que te compré, también digo que me hiciste creer, porque supiste mostrar facetas de sensibilidad, ternura y un espíritu exótico- erótico.

Lo aterrador fue mi transformación (según tu versión), la manera como muté (un asunto de hermenéutica), como me convertí en ese adefesio que viste al final de todo… es así como lo que te maravilló (o eso dijiste) después se convirtió en un paquete de defectos imperdonables.

¿Qué pasó?... fuimos muy rápido, así que, pagamos la torpeza de matar las ganas en la primera cita… recuerdo que me dijiste que “eso” que había pasado, lo omitiéramos, y que todo había sido quizá por el exceso de cocteles o quizá el despecho mutuo… o un simple: “una cosa llevó a otra”.

¿Y después?... todo fue un carrusel de errores, ambiciones, intenciones, exageraciones y malas interpretaciones, los filtros que pusiste, las distancias que encontré, mis ganas de que te dieras cuenta de lo mucho que significabas, el miedo a sentirte atrapada… la angustia y el temor de amantes, la inteligencia y el disimulo de los nuevos queridos;  las ganas y los complejos revueltos, todo y nada, la combinación inconclusa entre ángeles y demonios, lo indefinido que llamaste: autoengaño.

“Siempre quise hacer esto” dijiste mientras fumabas después de hacer el amor, y de inmediato contaste la historia de tu ex, en la que tenías que lavarte los dientes, cada vez que fumabas, “nunca salí a bailar con él” dijiste en aquel bar al que fuimos, mientras se enredaban nuestras piernas al ritmo de una canción frenética, “siento que te amo” mencionaste aquella vez, tras un malabar húmedo, “no nos haremos daño” empezaste a decir cuando me viste vulnerable, “lo siento, debo dejarte” escribiste.

¿Y ahora?, hay varias formas de análisis, la primera es la comparación, que es la más odiosa, es decir, compararte con mis anteriores parejas y resaltar tus similitudes con ellas, la otra forma es vincularte a mis decepciones y llamarte farsante y timadora, pues no eras lo que dijiste, ni hiciste lo que dijiste que harías… pero ¿qué hay de mi culpa?... ¿qué pasa con mi responsabilidad?, te diré sólo un par de cosas:

Me presenté ante ti, sin ninguna precaución, entré desarmado y contándote mis debilidades, empecé narrándote mi dolor, te regalé mi sensibilidad, te heredé mi ternura y pronto, muy pronto, excesivamente pronto, me manifesté tuyo, de ti, a tu merced.

Mi responsabilidad tiene que ver con mi idiotez, con lo cándido que fui, con mi irreflexión, con vincularme emocionalmente contigo, que apenas puedes entender lo que pasa contigo misma.

¿Sabes? Te sobreinterpreté, te complejicé desproporcionadamente, te leí en claves en las que eras difusa, perversa y obviamente descontextualizada. Esa es mi gran responsabilidad, pues el hecho de enviarte un supuesto mensaje romántico matutino (mi intención), se convirtió en la amenaza de cada mañana (tu recepción), pues el hecho de preguntarte cómo iba tu día (mis ganas de saber de ti), se transformaba en un acoso permanente (tus ganas de no saber de mi), es verdad, me hago responsable de haberte amado intensamente, según mis criterios y no los tuyos.

Pero hay algo que no te dije, y es respecto a tu sensibilidad sobre los temas relacionados con la muerte; según una discusión analítica que intenté tener contigo, en la que abordamos el concepto de contexto y según aquella charla funesta sobre el uso de la mediocridad, queda lo siguiente por decir: “No puedes creer en la muerte si estás muerta, porque la vida no se finge, porque las palabras dichas te condenan, porque los recuerdos se vuelven importantes sólo cuando respiras pasados inconclusos… por eso te escribo, no porque no te haya superado, sino porque siento que puedo insultarte… pero no quiero, no debo, no me nace… acabas de morir, tu altar está oxidado, tus figuras sagradas derretidas y ridiculizadas, has muerto…  te recuerdo con respeto pero sin afecto, te recuerdo con ganas frustradas pero sin quererte, te recuerdo con rabia pero sin anhelo… tu cuerpo fue reemplazado, al principio por costosas damiselas expertas, después por algunas que tuve amoldar, ahora por cualquiera… ¿ves?... todo es circular… tu piel me es ajena, no recuerdo bien tu olor, pero tengo la sensación de que he manipulado mis recuerdos para que sean mejores versiones de aquello que realmente pasó… ¿entiendes? aún, pese a todo defiendo tu imagen de mi propia transgresión… eres eso mi querida Preciosa, el recuerdo manipulado, de un suceso triste”

Qué gracioso todo esto… seguramente no me leas.

No importa. Hoy entiendo que escribo para otros, para otras, menos para ti, y no lo digo con amargura, con desprecio o displicencia, lo digo, sólo porque estás distraída intentando leer tus propias letras, porque navegas sin rumbo en alfabetos prediseñados y con final obvio… porque eso que tú llamas “creer en Dios” yo lo llamo “Autoestima”.

No hablo del alma, sólo del cuerpo (Aunque viéndolo bien...) Q.E.P.D.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Dios me libre de caer en tus odios...con la fuerza que amas con esa misma hieres y de que manera....