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lunes, 28 de octubre de 2013

UNA AMENAZA FRUSTRADA DE OLVIDO (PATALETA POCO AUDAZ)

Ella no me creía, y yo con esta credulidad casi inamovible… no me creía que aprendí a refugiarme en sus propios ojos de sus miradas fumigantes, decía, que yo era “videoso”, y yo tan atado a la Real Academia Española de la Lengua.

Entonces me dije muy seriamente en una conversación frente al espejo, "¿No crees que cometes el mismo error? No te quiero ver otra vez, huyéndome la vista y haciéndote el valiente… ¿por qué insistes? ¿No ves que es una hermosa chiquilla pataletosa?".


Salí de mi soliloquio patético con un donaire de autopsicoanalista triunfador, pues lo que no sabía aquel tipo del espejo, es que me vería con ella, así, como si nada, como fingiendo una casualidad forzada y después de varios rechazos, postergaciones, intentos fallidos y casi rastreras súplicas de lograr una coincidencia. 


Salimos. Pero pudo más mi cantidad de halagos que hicieron un trancón monumental en mi garganta, que su belleza casual, pero su personalidad frugal, era elocuente frente a mi timidez muda; total me dediqué a escuchar con atención cada palabra que salía de su boca, como si cada cosa que me dijera fuese un anuncio de vital importancia.


Caminamos tomados de la mano, un poco, bueno, le tomé la mano 12 segundos (en total), pero desde mi óptica tontamente optimista, ese roce sería suficiente para desplegar mi admiración anhelante por decirle cosas, me refiero a cosas de la ternura y esos adornos de pirotecnia verbal, pero, preferí callar, quizá por prudencia, quizá por cobardía.


Ella, intrépida, retadora, se burlaba de mis protocolos acartonados, fumaba con ganas y reía con facilidad, sus ojos siempre decían más de aquello que su boca hablaba, era brusca, como un golpe apasionado de juventud, belleza y altivez.


Y yo, tan lleno de cicatrices, y ella tan presuntamente osada, y yo veterano de guerras y ella presumiendo batallitas, sin embargo, de vez en cuando, (en los lapsos de los 12 segundos –no continuos- en los que le tomé la mano) dejaba ver una ternura inusitada, pues bajo esa coraza de rudeza, se escondía una inocente niña… la vi, así como un fantasma juguetón que se divierte asustando… la vi, en la sombra de su sombra y quizá mi trascendentalismo de poca monta, derribó su simpleza.


Otra vez, heme aquí pensando en su vocabulario, en qué me quiso decir, en sus pulsiones –vale redundar diciendo esporádicas– de gusto y afecto.


Pese a nuestras distancias, de todo nivel, nos encontramos, nos tocamos (por una docena de segundos), le quité aquel pelo de la cara que quería besarla, como protegiéndola de mis besos, quizá, estaba esperando que ella expresara alguna muestra de agrado, pero no, y ya cuando, dejé de esperar, aparecía con algún halago, siempre indirecto, siempre entre líneas.


Entonces, me decía que yo no era capaz de ser directo… ¡pfff!, ¿yo?... Y entonces, quería decirle que ella era la hipócrita que no decía las cosas, la evasiva que no asumía nada, la que no seguía los protocolos de las invitaciones, la miserable que sabía de mi gusto y se hacía la cruel… pero, sólo le podía sonreír.


“Usted sabe que entre nosotros no puede pasar nada” anunció con frialdad asesina, y yo respondí por reflejo “Es absolutamente claro” y me fui sentando en el sillón de siempre, y pensé en la palabras del tipo del espejo, pero para mí, en mi cordura parcial, sus ojos me decían otra cosa… y es que a veces uno ve mensajes donde no los hay, como cuando alguien dice: “mire lo que compré y destapa algún objeto y uno piensa que es para uno”…


Me escribió algunas letras y yo me prendé de ellas, ¿pero eran sólo letras? o acaso ¿el mensaje en clave de unos ojos capturados por la arrogancia de quien se sabe admirada?, me hice abrazar, con disimulo, como exigiendo consentimiento y ella, fría, ausente; la quise acompañar, pero ella, en un acto de irritable autonomía decidió acompañarme, me sentí como una princesa protegida por un valiente rufián… y yo tan sensible y ella tan ruda, y yo tan protocolario y ella tan temeraria.


Los mensajes de su parte eran confusos, como la torpeza al momento de saludarnos, era como una mímica torpe de no saber cómo hacerlo, es decir, parecíamos dos infantes que aprenden a caminar y en su equilibrio ebrio, tambalean su cuerpo… alzaba un poco las cejas, se disponía para abrazarme, elegía la mejilla para recibir el beso de saludo… y yo, que sentía frío en el pecho y los hombros desgonzados… éramos un fracaso con eso del saludo, casi siempre el tema se resolvía, con un decadente “hola” y un cordial apretón de manos… hay que decir, que lo previo a eso, era dramáticamente divertido.


Y ella hablaba tanto… de todo, quizá podía pasar de sus mascotas, a su labor de cuidadora, de sus temas académicos, de sus miedos, de sus amores, de sus odios, de sus triunfos, de sus amigas, de sus amigos, de sus rumbas… y una retahíla bárbara que tenía un problema: me fascinaba y lo peor… la entendía. Yo, que usualmente hablo más que madre regañando a su hijo, me quedaba en un silencio sospechoso, con más tintes de admiración que de obligación…


Me cansé, me puse radical y quise olvidarla. Pues no me iba a aguantar más sus desplantes, y no tenía una razón valedera, para soportar su falta de atención, su intermitencia relacional, sus ocupaciones y todo eso… entonces urdí un plan, le escribiría cosas, para que ella supiera que 1) me importaba y 2) que estaba dejando de importarme… No sirvió.


El tipo del espejo me miraba con risa socarrona, no me habló más, ella en cambio, se portó un 2.3% más amable, un 3.4% más atenta y un considerable 4.6% más tierna, todo esto sobre un 100% menos presente.


“¿Cómo recordarte si no estás?” le preguntaba con agonía casi mortal, “Pues, no me recuerdes” decía ella, como si hablara de cualquier cosa. Otra vez frente al espejo, con cara de indignado y la evidente lucha por convencerlo de que el mensaje de los ojos de ella, me decía otra cosa.


Se lo dije. “Te olvidaré”, en verdad, se lo manifesté indirectamente… ¿es una forma de decirlo…no?, y ella, me miró, y el mensaje de sus ojos, fue claro: “No me aburres, pero tampoco estoy dispuesta a dejar mi comodidad de prisionera… sé que quieres viajar conmigo, pero llevas mucho equipaje y yo prefiero andar desnuda, para protegerme de los disfraces, mírame, soy autentica”.


"¡Lo sabía!", dije, mientras la miraba, ella, se asustó y me dijo: "¿Qué sabías?",  supe entonces que había enloquecido de mis propias ganas de arrinconarla y que la lucha era entre el recuerdo laborioso y el olvido haragán. “Nada”, le dije, “sólo que tienes la capacidad de sacar a flote mis frustraciones” ¿De qué hablas?, me preguntó con cara de susto, “Nada, lo siento” le dije disimulando la pérdida de lucidez.


Y llegó la época de las excusas, de obviarnos, de esquivar cualquier encuentro, como si nos hubiéramos herido de muerte.


“Oye, ese último texto que escribiste ¿es para mí?” y la miré con la rabia que sólo te puede dar la dignidad confundida con la compasión... a decir verdad, autocompasión.


1 comentario:

patriotismoenlamesa dijo...

aveces el hombre del espejo no es el mas claro, otras veces lo que queremos saber lo debemos preguntar, pero lo mas importante es saber que una mirada puede decir lo que las palabras o el cuerpo no pueden

que triste limitar algo por señales confusas, por creer solo lo que la mente quiere y no lo que el alma siente
att meli