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domingo, 9 de marzo de 2014

DEL CONCEPTO DE LONTANANZA


Una vez superado el obstáculo de sus ojos, pude fijarme en ese conato de nariz, pero quedé prendado de su boca y de ahí en adelante, y hasta hoy, intento salir del laberinto perfecto de sus labios, que supongo, deben ser un deleite para todos mis sentidos.

He enloquecido. Pues quiero escuchar sus labios, no digo lo que ella pronuncia, sino, la voz de sus labios, quiero verlos, tocarlos, y en sentido estricto, olerlos sin pretensiones… ¡Miento!, tengo todas las ínfulas y las presunciones. Quizá me columpie en ellos, o sólo me pose como un mal pensamiento, quizá sus labios me liberen de aquello que ellos mismos me han provocado, la captura más fascinante de mi vida.

Cae su pelo como en cataratas insolentes, se mueve al compás infame de sus caderas y deja una nubecita de olor, y yo disimulo bien, no seguir su huella, finjo que la estructura de su cuello no me importa, que es sólo un peldaño más en la escalera de su belleza perversa –por ajena–.

Y su piel, sin mí, y sus manos tan analfabetas de mi cuerpo, y su humedad tan lejana… y yo, con tantas cosas guardadas, con mis frustraciones que tienen su nombre, con tantos silencios y observaciones, y ella, simplemente feliz, sutil e improcedente.

Quisiera contarle que a lontananza, significa a distancia, que así la recuerdo, que así la siento, pero, puedo darme la vuelta y alcanzarme por detrás, verme persiguiendo mis ilusiones al respecto de ella, como en una maratón emocional, con la meta de conquistar su atención.

Cometí todos los errores, le conté que me encantaba, le dije que le prestaba atención, que todo lo que hiciera o dejara de hacer me afectaba, entonces, se volvió cruel y desalmada, una harpía autodescubierta, una niña inhumana, con mucha información, y sobre adulada.

La odié… Por no escucharme con mi verdad, la quise por ser el más grande reto de posesión, la deseé, por manipularme y fingí que eso no pasaba…

Y aquí estoy, diciéndole que no me mienta, que me trate bien, que no permita que desaparezca en mi mente y que me asegure, mediante señales claras, que quisiera ser parte de mi locura… pues, me siento hablando de una demencia ajena, como si todo esto, no tuviera que ver con nadie más, como si mi dosis de ella, fuera cubierta con pequeñísimas imágenes mediocres de nuestros encuentros fugaces.

Y me obliga, y me domina, y me hace reclamos, me dice incoherente, y yo la miro, y yo me callo, porque tengo tanto que decirle, que prefiero el silencio, y mi sensatez, tiembla, y mis nervios ya no tienen dignidad, y cada vez acepto menos bromitas, sobre mi gusto y mi idiotez por ella.

Frenético, insolente y sin medida, me entiendo angustiado, y con amenazas provenientes de mí mismo, pero me muestro tranquilo, paciente y sagaz, por aquello de una llamada, en la que me pide ayuda.

Caigo de nuevo en la trampa edípica de protegerla, dejarme proteger, de sentirme un poco niño, un poco padre, un poco adulto… y ella, sólo me exige atención, como si el pasado se muriera en el futuro, como si no se diera cuenta, que de a poco, me trae como quiere.

Reviso este texto y no me gusta, reviso lo que siento y no me gusta. Le temo, a ella, lo que siento, lo que diga, lo que le muestre a sus amigas, sus comentarios… le temo a esto y a eso… pero por alguna razón, que aún no quiero decir, quizá porque no la sé, me siento valiente y audaz.

Y el humo sale del cenicero, y creo que ella duerme, y yo, escribiendo tan mal, tan fragmentado, a lontananza de mí mismo.



1 comentario:

Fabio Andrés Medina Ostos dijo...

Excelente texto. Felicidades y espero seguir leyendo estas obras que sorprenden y mejoran una tras otra. Saludos.