¿Qué puedo
hacer,
si me dices una cosa,
haces otra y
parece que quieres otra?
si me dices una cosa,
haces otra y
parece que quieres otra?
¿Si te entiendo en clave coherente, resulto
ser yo el trastornado?
¿Sabes? Cada
vez más me doy cuenta, que te complico la vida. Disculpa, no entiendo la forma,
el fondo, la manera o lo que dices sentir por mí.
Si mal no
recordaba, todo había pasado una tarde friolenta,
unos días antes, habían tenido un episodio fuerte en el
que él le hacía reclamos por su falta
de comprensión y ella le alegaba
un congelamiento inmisericorde; él le decía
que no podía abrirse emocionalmente ante alguien
que le provocaba inestabilidad
y ella le
decía que la cantidad de besos había
disminuido ostensiblemente.
No hacía
mucho que su relación fluía como una
caricia de seda,
se
encontraban y el tiempo se detenía ante ellos y las horas
eran bromitas que pasaban
impunes...
Y hablaban de todo, él le iba
contando su mundo, ella su
universo,
él le decía
que era preciosa, y ella le
enseñaba que no había que especular; que era
mejor que las cosas se fueran
dando en su propio ritmo.
Pero empezó
a pasar que él
necesitaba más y más de su atención, necesitaba tanto de ella que la
desgastó, que le
exigió más
de lo que su
capacidad podía soportar, entonces él ya no se atrevía a enviar mensajes
románticos en la mañana, no quería
esperar regalos costosos de parte de
ella, no quería
quererla de esa forma abrasadora, irritante con el final obvio de su
agotamiento y la
fatalidad de resaltar lo que no quería.
lo que quiero,
pero sé exactamente
lo que no quiero”
quizá porque
alguna vez funcionó de esa manera, una especie de expectativa por los tiempos
vividos.
Llegaron a
acuerdos,
hicieron
compromisos,
establecieron
normas,
definieron
los límites,
él
convencido,
ella
misteriosa,
él
desdoblado,
ella con
miedo.
A él, le
molestaba profundamente que ella no
le prestara atención,
que lo
tratara como él veía que trataba a los demás, o inclusive
empezó a sentir que ella trataba a otros mejor, o que salía
corriendo para ayudar a otros y él que se
creía el centro de su universo,
de ese
universo que ella le había contado y que también
él había construido.
Él empezó
con eso de la angustia, de sentirse
rogando, de verse
estúpido y disminuido, ella, seguía
aterrada por las reacciones de él,
cada vez más
irracionales, incomprensibles y siempre
injustas.
En esa época
de acuerdos ella le
había dicho que por favor no se desapareciera, él le decía que por favor lo
consintiera más, que en ese
momento, más que nunca, necesitaba
de ella.
Entonces el
cuerpo de él le empezó a cobrar
tanta intranquilidad,
su sistema
digestivo era un caos, sus dolores
de cabeza, su insomnio... y una cosa
llevaba a la otra: más
cigarrillos, más tinto,
menos
comida, más
desvelos.
Quiso
decirle que lo dejara, que no
estaba bien, y que quizá lo mejor, era que ahora que estaba arruinado en
dinero, insolvente
en emociones, caduco en
ideas, lo más
lógico era dejar que se hundiera.
Ella, aterrada, lo
abrazó, lo consintió
un 0.3% de lo que él necesitaba y le dijo
que no pensaba hacer eso de dejarlo en los malos momentos.
Hicieron el
amor, más que como reconciliación, como una
posibilidad de justificar todo eso que
tenían guardado, de limpiar
todas las crisis, de volver a
sentir que se amaban y que valían
tanto
como se
decían uno al otro.
Resentido
-como siempre-, él estaba
atento a cualquier cosa que
tuviera que ver con ella, es más,
estaba cazando cada
desplante, falta de atención, desaire, irrespeto… sólo porque
empezó a vivir por y para ella.
La amaba a
su manera, y ella, siguió con
su vida normal, con su
contexto de niña bonita… él un poco
más ebrio de ella y ella ya en
la resaca de esa relación.
¿Qué te doy?
¿Qué me das?
A veces el problema no es la mercancía o el intercambio… es que
ofrecemos nuestras más valiosas pertenencias en lugares en donde las pagan al
peor precio
Si mal no
recordaba, todo había
pasado una tarde friolenta…
ella no le
había escrito en la mañana, no lo había
llamado
y al verla
el sintió la ofensa de su desprecio, se sentía
falto de atención, escaso de
ella, la veía como
una maldita tacaña,
sentía que
ella le debía tanto de ella…
Ella
contestó una llamada y salió
corriendo de aquel lugar,
él respiró y
pensó que quizá:
a) había poca señal,
b) mucho
ruido o quizá,
c) que ella
no quería que se enterara del motivo
por el cual,
ella no podía prestarle la atención que él necesitaba.
Él colapsó
ante la última opción
Humillado,
quería conversar el tema, aceptar que
estaba en
un peligroso
cuadro de recuperación falso, y que
actitudes como esas, no ayudaban. Ella, le
respondió: “No seas paranoico”.
Entonces, él
supo de qué se trataba todo: Confusiones
conceptuales.
Se dirigió a
su casa y escarbó sus pruebas y exámenes médicos,
las
recomendaciones de terapias, y esas cosas
que ya había olvidado a la fuerza, sabía con
seguridad que la
palabra paranoia, etimológicamente significaba “estar fuera
de la propia mente”.
Y de a poco
él se creía tener la razón y justificaba
sus creencias,
por lo tanto
cualquiera que se opusiera a su punto de vista era un enemigo.
Así que la
vio como su principal enemiga. ¡Corrección!: como su más
querida y deseada enemiga.
Desconfiaba
de ella, de lo que hacía, de lo que decía, entonces derrumbaba todas las
posibilidades de un futuro, era un demoledor insolente de todo lo que ella
decía. Conjeturaba lógicamente todas aquellas señales que ella le daba, y hacía
ver todo lo que ella hacía como una afrenta hacia él.
Entró en una etapa de
hostilidad nunca antes vista, y por ello estaba en una pugna entre sus buenos
modales y la dignidad, por ello, pese a todo, le puso un mensaje: “Ya llegué a casa. Besos” y se esperó un rato a que ella respondiera, y
le ardía el estómago, porque se preguntaba por qué a otros le respondía de inmediato
y él tenía que ser el imbécil arrodillado. Se despreció a sí mismo.
Todo lo anterior lo llevó a la zona del resentimiento, que se combinaba con su exagerada personalidad de niñito consentido, baja autoestima, y actitudes rígidas y por demás autoritarias.
Todo lo anterior lo llevó a la zona del resentimiento, que se combinaba con su exagerada personalidad de niñito consentido, baja autoestima, y actitudes rígidas y por demás autoritarias.
Ella era
preciosa, inteligente, sensual, sublime y sensible, él era un egocéntrico, con
problemas interpersonales y serísimos capítulos depresivos. Ella apenas lo
entendía, él la amaba con toda su locura, intensidad e insensatez.
No era, por
lo menos de parte de él, un amor civilizado, no era, por lo menos de parte de
ella, un amor veraz.
Estaba solo,
deprimido, no quería ver televisión o escuchar emisoras donde lo azotaban los
humoristas, no quería reír, llorar, comer, sólo quería que ella estuviera ahí.
Y por su ausencia,
se la
empezó a imaginar,
pero la
debacle vino
cuando amó
más la proyección de ella,
que a ella
misma.
Ahora sí
dime paranoico,
te imagino a mi antojo,
me tomas de la mano y me consientes…
Eres lo que quiero que seas
y no tu indicio de lo que dices ser…
ahora sí, dime
paranoico...
Esperaba con
urgencia su llamada,
para dejar
de pensar en su recuerdo,
esperaba con
ansias profundas
su mensaje de amor…
su mensaje de amor…
pero nada de ella, apareció.
Entonces las chica del delirio,
Entonces las chica del delirio,
lo hizo sentir vivo de nuevo.
“Esto es una
radicalidad ambigua, esto es la locura del amor.”
Le decía a
la chica de su mente… ella, sólo le sonreía y lo besaba, ella no tenía que ir a
acompañar a sus amigos, ver películas, o disfrutar la vida, porque él era su
vida.
De sus
creaciones, sólo quedó el orgullo y una que otra promesa; para estas alturas,
él la recorría en su mente y pasó al siguiente nivel de locura, pues ya no
sabía, cuál era la chica que amaba.
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