AQUI PUEDES SEGUIR ESTE BLOG

viernes, 8 de febrero de 2019

COMPOSICIONES MUSICALES PARA VOCES SOLISTAS


“Se me acaba el argumento y la metodología, 
cada vez que se aparece frente a mí tu anatomía (…)” 
Canción: Ciega Sordomuda Álbum: ¿Dónde están los ladrones? 
1998. Shakira Isabel Mebarak Ripoll 


Lloró. Al saberse alabada y deseada, lloró, por no estar de acuerdo con algunas partes del reclamo que él le hacía; si bien, él le había sacado alguna sonrisa, por la forma cursi en que le decía que le gustaba, también la había sorprendido cómo decía conocerla.

Su sentimiento era una mezcla de estupor e incomprensión, no sólo por la manera descarada en que el poeta romanticón, le insinuaba entre líneas que quería profundizar en sus grietas (espirituales, mentales y físicas) sino porque quien ella quería que le insinuara alguna señal de deseo, no lo hacía.

Y el poetita, se retorcía de celos, por saber que sus escritos la hacían pensar en otro, y se indignaba porque ella le decía que ante sus escritos ella, se quedaba sin palabras; si bien la sabía sarcástica, a veces, él consideraba que confundía el sarcasmo con la ironía. 

Según él, ella era una artista reprimida, según ella, él era un intento de artista suprimido; así las cosas, él le dijo que la belleza no es un asunto de quien la posee, sino pertenece a quien puede adorarla, en otras palabras de quien la ve.

La pose intelectual de él, hacía que ella lo repudiara, mucho más cuando hacía referencias innecesarias, “la frase esa de la belleza, se basa en una idea de Hermann Hesse, escritor y poeta alemán, que ganó el Nobel de Literatura en 1946” y ella se iba quedando suspendida en tantas babosadas, que de vez en cuando tenían algo gracioso, sensible o sutilmente erótico.

El texto que le escribió, ese que ella leyó, ese que la hizo llorar, estaba lleno de súplicas de besos indecentes, de arrebatos románticos, de veladas bohemias, era una petición de ser amantes vulgares, compañeros de sueños, conversadores decentes.

Él tenía una ventaja sobre ella, la conocía bien… sabía de su historia, de su origen, de su abolengo, de sus miedos, de sus furias… y lo que no sabía lo había completado a punta de especulación, alquimia de sueños y los restos de olor, que ella le había dejado impregnado en pequeñas dosis de saludos corteses, decentes y distantes.

No hay de qué preocuparse por el poeta impúdico, pues él la saludaba con lametazos, con auscultaciones ilegales, la apretujaba y le recorría su relieve con ilusiones creadas del vacío de su silencio, ante las súplicas de atención.

Entonces, se volvía perverso, y en su mente, la llevaba de la mano por avenidas en la que pasaban a toda velocidad automóviles, y la hacía vivir con personas indeseables y le proponía planes sin objetivos.

El poeta iracundo, celoso, jadeante, envidioso, insatisfecho… la bella, admirada, racional, ajena, inerme. 

Ella... con gastritis, con cefalea permanente, con acné menstrual, él ... con ganas inconclusas, con pena de admitir el deseo, con la certeza de no saberse poseedor de su joya más preciada.

Ella, lejana, de sí misma. Él, interpuesto ante él mismo.

Y la amasaba con letras, le recorría con ideas, la amonestaba con conceptos… la hacía redundantemente suya, como si fuera la más buena… como si fuera la única... (o unicá, según una canción popular de Jorge Andrés Alzate. Cantautor colombiano de música popular, conocido como Alzate.)


No hay comentarios.: