Quiso un escenario romántico para ratificar su amor, era un pequeño restaurante italiano en el que aseguró que sirvieran lasagña y vino.
La mesa estaba al fondo vestida con un mantel a cuadros y la luz era tenue para la excusa de un beso solemne o una caricia indecente.
Al llegar supo que cenaría solo.
Un brindis por el patético giro romántico.
Otro por las letras.
Y una ya conocida se sentó a la mesa. Era la soledad de la ausencia presente.
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