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martes, 5 de marzo de 2024

JUEMADRE


Te ufanas de mi afecto y vas por ahí con la certeza de saberte bien querida, como si una fuerza protectora te rodeara. Porque sabes que puedo narrarte de mil maneras, sorprenderte de quinientas y lamerte de una sola. 

Mis dedos se entrelazan para que te estreses y -con disimulo dactilar- puedan ofrecerte un masaje -indecente, pero terapéutico al fin y al cabo-. 

«¿Puedes amarme aún más?» preguntas con soberbia enternecida y me dejas aguantando hambre, en una escena en la que me sumerges en el desierto fugaz de tus pulcritudes. 

Quizá te acuerdes del título de mi escrito más importante y yo pueda hablar de tus cicatrices o describir nuestras noches juntos, ya sabes: cuando me alimentas o me atropellas. 

Surge un 'temita' inesperado: vi brillar algo en tu cabeza, quizá un piojo plateado, una escarcha de tu última fiesta swinger, un haz de luz en la tinta de tu pelo -que he tenido entre mis dedos...-

Me acerqué para investigar el asunto, pero me tropecé con las comillas de tus labios, tu lengua en punta y la redondez de tu frente, obviando tu mirada sabionda y tus cejitas altaneras, llegué hasta el destello aquel... 

Un cabello blanco se erigía entre los demás, orgulloso y silencioso, advirtiendo experiencia e invitándome a una entrevista. 

Quedé perplejo. Y en una estrategia de psicología inversa, fingí poca importancia. Lo saludé distante mirándolo con cierto aire de superioridad. Era bello, esbelto, frágil, sosegado. Se movía con sutileza entre los otros, llamando vulgarmente mi atención.

Tus dedos, -cuyas historias no he contado-, lo acariciaron, acomodándolo con gracia. 

Me hablabas de no sé qué, ni tus pómulos ni tus mejillas captaron mi atención. Ahí estábamos, tu cana y yo, a solas, en silencio, esperando.

Te quité la consabida borona que siempre me permite rozar tus labios, me disculpé con tu cuello por no elogiarlo, le hice un guiño a tus cejas y cerré todas mis suscripciones a las noticias de tus lunares. 

Sí. Puedo amarte más.

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