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jueves, 16 de octubre de 2008

¡Qui´ubo vecino!

Sentí en mi cabeza una sensación de tener perros rabiosos, que se querían soltar de su collar de cuero barato para pegar un violento tarascazo a quien pasara por allí.

Aunque es una entrada tradicional y un lugar común decir que uno no sabe por donde empezar, lo haré de esa forma. Pensé entonces en el final, que pudiera ser dramático con tintes de ironía o una de esas reflexiones éticas que tienen cierto sabor coprológico, el nudo o quizá lo destacable serían, de pronto los bellos momentos que pasamos juntos y el inicio podría ser una mañana en que me atrapó ese colorcito indefinido de sus ojos con el resplandor de sus dientes luminosos.

Ella tendría unos 17; con su pelo liso color café claro olía a cosas infantiles, esto era una posible relación algo así como una tentación a la trasgresión social, sexual y jurídica. La abordé sin más que la excusa de abordarla, su reacción fue de repudio, para ese entonces su fama estaba maltrecha, pues la habían pescado en un baño con su novio haciendo esas cosas indecibles para algunos pero deseables para muchos. Mi perfume fue el primer motivo de discusión, un puente de olor, una conexión nasal nos llevaría a iniciar el camino de meternos en una relación que hoy ostento cual cruzada que para ser honesto no sé si perdí o gané.

Empezó ayudándome a trascribir unos informes, después nos besamos, luego hicimos el amor, después viajamos, luego lloramos y ahora nos vemos tal cual vecinos redundantes que se saludan por una simple y forzada historia en común. Le dije que no le iba a tocar un pelo hasta que tuviera 18. Su padre un tipo de gran tamaño, semejante a su propio machismo, había conocido a su madre quien tenía un temperamento seco, en un lugar de trabajo; después de mucho insistir la señora accedió y de tal forma nació la protagonista de esta historia. Aquí haré una pausa para decir que su padre la maltrataba y su madre en un extraño acto de veneración hacia él, se ponía de parte de esa pedagogía del golpe, que para ser pragmáticos siempre está a la mano.

Me contaba su tragedia, y yo no podía entender cómo con tan corta edad se había podido sufrir tanto; de una propuesta de su parte para que hiciéramos un proyecto, nació nuestra primera cita, ese mismo día cometería uno de sus muchos errores de protocolo, contó que saldríamos. Sus amigas en corrillo, en aquelarre, me observaron, comentaron, se rieron pero creyeron disimular bien; es el precio de meterse con adolescentes, pensaría después.

La invité a que me acompañara a una presentación musical, yo cantaría y le enviaría saludes en público. Hasta aquí todo en orden, justo ese día se me presentó una reunión y no alcancé a ir a casa por el atuendo de aquella noche, entonces le pedí que viniera a casa conmigo, saqué la ropa y me cambié en el taxi, todo era tan natural, como si ya nos conociéramos. La llevé tarde a su casa y nuestra siguiente vez, me mostraba las marcas de la muenda que le habían dado.

En general, su salud era frágil, problemas de colon, gastritis, úlcera, rinitis, todo ello en un forro joven y un espíritu adolescente de irresponsabilidad, frescura y lozanía siempre aparente… Decidió irse a vivir donde una vecina suya, allí estuvo un tiempo, después la ayudé a trastear y bueno, creo que voy por la mitad y no he dicho nada. Fue un tiempo en el que la protegí, la subsidié, le acredité su experiencia, la intenté amar… Fuimos a cumplir lo prometido como adjunto de su mayoría de edad, yo estaba asustado, le quité su camisita terracota, sus jeans rotos, sus boticas de esquimal y la halle desnuda y temblando de frío, sus ojos burlones miraban con malicia mi actitud mística. La amoldé a mis ansiedades; comerciamos movimientos, ritmos, palabras, preguntas, silencios, fue una negociación difícil, pues asumir que era mi amante la obligaría a dejar de ser aquella rozagante niña y pervertirse en mujer.

Uno puede pensar que tiene amante por falencias de la principal, por contraposición, por el ego, por mil asuntos, en esta ocasión fueron las ganas de salvaguardarla, suena falaz, pero es lo que puedo decir. Estuve en esa transición bella de su crecimiento, de eso que llaman ser grande, la preocupación por el dinero, ahora tendría que asumir sus estudios, el arriendo, la comida, las cosas de aseo.

Los problemas en su casa arreciaron, decidió irse y consiguió un trabajo que empeoraría su estado de salud, en las pruebas de su labor, el polvo haría de las suyas en su diminuta nariz. Conoció gente que la quería ayudar y gente que la quería como postre, hoy siento que yo siempre estuve en el medio de esas posturas. Así, según entiendo tenía varios ex novios o amigos con derechos… ella siempre encontraría quien la protegiese. Uno de ellos, la protegió demasiado.

Aquí entro en la angustia textual de no caer en una lista de sucesos y para remediarlo pienso en la contradicción de exigirle a una amante fidelidad, hay un gran ruido de incoherencia, pero es justo esa, la naturaleza de esta canción.

La fuerza de costumbre hizo que nos necesitáramos, esa necesidad nos llevó a extrañarnos y un día me descubrí luchando conmigo mismo para darle un lugar digno en mi vida, acaso, pregunto, el sueño de toda amante no es convertirse en su rival. Aquellas cosas distintas que en un principio nos unían empezaron a distanciarnos, sus ganas de bailar y beber, su visión sin utopía, sus criterios de selección, mi insistencia por su futuro, su dejadez subjetiva, todo ello lo quise remediar estúpidamente, en efecto fui su padre y su hijo a la vez. La asumí tanto, que en un viaje de Yahjé que hicimos, casi ahogándome, viví su proceso. Mi insistencia por encontrar en la memoria un lugar de vida, me permitió llevarla a viajar, le quise mostrar el mundo pero en ella todo era igual, sufría un síndrome de rutina permanente que se capitalizaba en una angustia sinfín, que según ella, era por mi culpa, pues bajo ningún criterio era fácil ser la otra, y mucho menos si hay sentimientos de por medio.

Creció. La gente le decía que había cambiado, que yo le había sentado, pero en la relación surgieron fuertes disputas por las jerarquías del amor, me empezó a exigir tiempo, cuidado, rompió la primera regla de un amantazgo: la exclusividad. Argumentaba que cuando empezamos ella no me amaba, pero que para ese entonces las cosas eran a otro precio. Estaba sola y un 31 de diciembre pasamos el nuevo año con promesas y sueños, con la amargura de sabernos ajenos y propios, con la certeza, de que algún día, quizá, todo podía cambiar. En verdad, nos pasábamos el tiempo reconciliándonos y allí surgían demonios del pasado y heridas del posible futuro, y otra vez arrancábamos de cero para intentar sostener la fragilidad incipiente de un amor hecho a pulso, venido de abajo y con ambages clasistas. Alguna vez nos quedamos en un hotel de carretera, disfrutábamos del paisaje hasta que entraba cierta llamada a mi teléfono, aquí se transformaba en un espíritu iracundo, con razón dirían algunos, por huevón dirían otros.

Dos veces terminé esta relación en plena crisis de ansiedad, era notorio que la situación se tornaba inmanejable, en medio del llanto y de la furia decía que yo era lo peor que le había pasado, sin embargo volvía con una actitud reflexiva, proactiva, que me permitía creer que funcionaría esta nueva vez. La primera vez, me hizo un reclamo en público, yo con frialdad asesina pregunté que de qué estaba hablando, la llevé a un lado y supe que estaba ebria, la segunda, fue por una reunión con sus amigos, en la que mi odiado teléfono sonó y tuve que salir a contestar.

En una ocasión estaba deprimida, un amigo de esos con carro y que siempre caen como chulos en las depresiones de sus amigas comestibles, la consoló, según sus palabras, se quitaron la ropa pero no pasó nada más allá de un beso; le creí, me tocó creerle. Ya no más, pensé mientras me alejaba otro día, después de una discusión por sus amañadas interpretaciones sobre mi postura con ella, no la llamé y esperé que asumiera que eso no iba más.

Tuve un viaje a fin de año, y al volver, pensé que podíamos intentarlo una vez más, pero sus demandas de exclusividad eran un soborno, quedamos en malos términos y durante meses no supe de ella hasta cuando me llamó a contarme que tenía un problema y a pedirme que la acompañara a solucionarlo. Un susurro de cordura me imploraba por alejarme, pero pudo más mi filiación y mis antiguos pactos de protección, quien, cómo, por qué, preguntaba desalmado y ella me contaba todo, queriendo hacerme sentir el dueño de sus desgracias. Pensé en su salud, y asumí el 10% de su error en tèrminos de culpabilidad, me dolía verla en semejante situación, en una salida sin salida, lloramos, ella pensó que lloraba de celos, mientras yo lloraba por ella, se me reveló como una enferma terminal con esperanzas, una ilusión que se creyó su propia mentira, un amor recio sin bautizo. Lloré mi intención de perversión, supe que el juego había terminado en tragedia, me enfrenté a la sensación del que hace una masacre y mira con compasión a sus víctimas en una vitrina de exhibición propia que quisiera fuera ajena.

Pasó el tiempo. El destino nos puso otra vez en el mismo sitio. Hoy la miro sin verla, prefiero omitir su mención, sus ojos tienen el color del amor doloroso aprendido, los míos tienen la torpeza de los símbolos crueles, hoy tiene la aventura en su cuerpo, y yo la travesía en mi alma. No hablamos mucho sin que salga una anécdota o un lugar común, sonreímos como viejos enemigos, asumimos que hemos sido algo y la coherencia va presurosa disfrazada de amnesia, el dolor con gafas oscuras y vestido de ejecutivo asume poses de frialdad.

No sé que siento, es un vacío de la ausencia y un clamor de la compasión, es la aceptación de un crimen necesario con un espíritu celestial homicida que cumplió su misión de arrasar. Hoy nos vemos y el silencio se pronuncia, los diálogos incompletos se terminan, se baja el telón y esperamos el ajuste de cuentas, la llamada al orden. Hoy nos vemos antes de tener que dejarnos de ver.

Lo último que hice por ese amor fue adelgazar esta historia… eso fue un jueves de un octubre, a las 10:50 pm.

1 comentario:

Anónimo dijo...

No me canso de leer tan maravillosa historia, su descripción me recuerda a alguien que en su tiempo de escritura, se parecia a mí...(Aquellos tiempos)