¡Espectacularísimo! decía, su esencia de niña consentida la ponía en ese lugar de seguridad que se dan los que han sido bien protegidos. Sabía otro idioma, eso aunque parezca irrelevante para muchos, diré que le daba una sensibilidad especial, no sólo a su oído sino a su manera de percibir la vida. Quizá fue el estilo, su manera de portar la ropa, su risa espontánea sus ojos claros o su piel blanca, lo que me indicaron que ahí, en ese ser, había que dejar un trozo de mi vida.
¿Alguna vez han visto cómo reaccionan las personas ante una situación inesperada? Se ponen tensos, se toman la cabeza, hacen gestos, en fin manifiestan su impresión; ella, sonreía, esa amabilidad innata nos llevaría a compartir cosas que hoy intento pintar con letras.
Nunca pude decirle adiós, quizá porque no me fui… Cerca a la ciudad en una casa de recreo le conté versos indiscretos, le llevé café de mañana, caminamos por entre el prado tomados de la mano, me acompañó hasta la puerta y con un beso silvestre empezaría lo que técnicamente es un olvido riesgoso por fuerza de protección mutua.
Me llamaba por mi apellido, asunto que me resultaba sexy; su anterior relación había sido, según ella, una pifia; su sensibilidad la había llevado a terminar enredada con un personaje agreste cuya mayor fortaleza era su talento musical combinado con su ofuscación natural; uno no podía entender por qué tanta dulzura era compatible con tanta simplicidad, algo así como la mezcla entre un ser elaborado y un espécimen básico.
Habíamos hablado antes de salir de la ciudad, unas cuantas expresiones de atracción con respuesta positiva satisficieron mi sentido del olfato. Hay que anotar que las advertencias sobre mí, las amenazas de sus amigas sobre lo que significaba meterse conmigo, los ruegos de muchos y las mojigaterías de muchas, no fueron un índice negativo para que ella, decidiera hablar, escuchar y caer en el insomnio lisonjero de mis vocablos aduladores.
Viajamos. La noche y su magia negra erotizarían mi prosa escueta, su corazón latía al ritmo de versos robados de canciones lejanas, su soledad buscaba respuestas, mi existencia tenía preguntas. Nos tomamos de la mano, era fácil escuchar las risas, el canto, el baile, era fácil escuchar su mirada insistente, nos pusimos más cerca, las voces serpenteaban en susurros de miel, las pieles atentas izaban banderas de triunfo al contacto de los dedos, yo tocaba su cabello mientras ella me hablaba de amores del pasado, yo miraba sus manos mientras ella me contaba de su vida. Pausa. Nos acercamos más. Los testigos fueron cayendo, la alegoría de la historia que terminaría en un ir y venir de pieles no pasaría. Nos besamos como inocentes, con un feliz noche, un decente que descanses, un sincero hasta mañana. Y cada uno nos fuimos a nuestros aposentos, pensando en si eso fue políticamente correcto o eróticamente torpe.
Al día siguiente, nos encontramos al momento del desayuno, un beso en el pan, otro en la mantequilla, otro en el chocolate… tiempo de los juegos, las mujeres extendidas bronceándose y los hombres en la piscina jugando, cada triunfo, cada punto, cada jugada estelar yo se la dedicaba como alarde de mi emoción por estar con ella.
En la noche, volvimos a hablar, ese reflejo psicológico de pensar que conoces a alguien desde tiempo atrás, esa comodidad existencial, esa compatibilidad profunda, esa familiaridad enfermiza, en otras palabras me sentía valorado y a la vez valorador. Un espejo que te muestra sólo lo mejor de ti, la parte de la canción que cantas con más fuerza, el momento en el que abres más lo ojos y no quieres parpadear… me atrapó con su calidez, sencillez y espontaneidad. Nos despedimos con protocolo caballeresco, con el ultimátum del amanecer.
Nunca pude decirle adiós, quizá porque no me fui… Cerca a la ciudad en una casa de recreo le conté versos indiscretos, le llevé café de mañana, caminamos por entre el prado tomados de la mano, me acompañó hasta la puerta y con un beso silvestre empezaría lo que técnicamente es un olvido riesgoso por fuerza de protección mutua.
Cómo decirle que meterla en mi mundo de crueldad me pondría en lo que ella criticaba, cómo intentar invitarla a lugares de paso con sauna incluido, cómo silenciarme ante la inminencia de un evento, no hacerle daño era mi estandarte, pero mi coherencia en vacaciones permanentes había dejado notas burlonas…
Quise cantar en su casa en el cumpleaños de su hermana, quise llamarla en las noches, quise preocuparme por la indemnización en su trabajo anterior, quise…
El pasado perfecto del verbo querer es “había querido”, el pasado simple es “quise”, aquí la gramática no ayuda, pero la comunicación del silencio tiene una ventaja, filtra la sinceridad y cierne la existencia. Había querido (en pasado perfecto) extender lo que sentí, pero el riesgo era muy grande, pasar por su terreno y arar su condición, por eso quise (en pasado simple) tocar el dintel sin pasar por el umbral y mirar la sombra sin ver el objeto.
Me pregunto si este escrito estará justo impregnado en una pequeñísima prenda de seda, que usan las mujeres para cubrirse la cabeza y los hombros en fiestas o actos solemnes, si estará disperso en letras que se mezclan jacarandosas en finos paños tejidos con las horas de nostalgia o si será un asunto de bisutería en los ajuares de la aflicción… ¡memoria injusta!, haces que me ponga el atuendo adecuado.
3 comentarios:
Bú!
Está genial! Amo cuando dice "Y cada uno nos fuimos a nuestros aposentos, pensando en si eso fue políticamente correcto o eróticamente torpe."
Realmente es triste desear más... ¿Por qué siempre queremos máS? Y cuando nos pueden dar más, queremos poco :P
Sigue escribiendo! Deja que esas letras me sigan enamorando...
♥EliZabeth♥
AMIGO AMIGO
SI QUE TE LLAMARA POR EL APELLIDO TE SONABA SEXI, BENDITO EL DIOS QUE NO TE DEJO IR A PRESTAR SERVIVIO MILITAR, TE HUBIERAMOS PERDIDO.
UN ABRAZO
Yo también "había querido" mil cosas, tal vez por eso ahora que lo pienso "no me fui..."
Besos!
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