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miércoles, 13 de mayo de 2009

Timorata Procaz

Era tímida, por lo tanto dueña del encanto de aquellos que se sonrojan al ser mirados a los ojos, se vestía con abrigos sofisticados, tenía el pelo y los ojos color miel, en suma una mezcla entre inocencia y provocación tanta veces mentada, pero siempre renovada en ella. Sus cejas un tanto desordenadas contrastaban fastidiosamente bien con sus labios lisos y con una leve exageración en tamaño. He de contar algunos asuntos suyos que me gustaron: sus mejillas enrojecidas, su mirada bella pero huidiza, sus bolsos grandes con diseños de los años 70, su cuello largo, sus hombros anchos, sus manos grandes con anillos de colores y adornitos de animalitos y, su olor tan íntimo, tan ínfimo y casi imperceptible.

Disfrazaba de mal humor su temerosa personalidad, me dijo que yo le parecía un simple prepotente y que esa manera, ese estilito estúpido que yo tenía para decir las cosas le resultaba una ofensa; sin embargo, una y otra vez se castigaba por no ser fluida para expresar con palabras ese hermetismo bello, que le alumbraba la cara cada vez que me veía.

Me fijé en ella porque sentí que me miraba más allá de lo común, y cuando yo buscaba encontrarme en sus ojos de almíbar, volteaba la cabeza esquivando cualquier posible contacto, cuando me acercaba a ella, se ponía tensa, ansiosa, y yo disfrutando de su desestabilidad la retaba con mi ironía, lo que creo, le resultaba irritante pero magnético.

Siempre que le quería hablar tomaba su bolso setentero y huía despavorida de lo que podía despertarle una simple conversación, entonces ante la afasia de su comportamiento decidí entrar en el juego de las miradas furtivas, hice lo que se hace en estos casos: una trampa de incertidumbre, con ciertos visos de desinterés y giros vertiginosos de importancia, esto es, la capturé con mi deseo oculto en el suyo.

Un día me invitaron a una reunión, llegué tarde, me senté en la parte de atrás del auditorio, era una de esas charlas soporíferas, sentí sus ojos burlones viéndome cabecear, entonces le hice una seña para que viniera y se sentara a mi lado, después de varios intentos desesperados de mi parte, la convencí. Se sentó a mi lado y sonreí por mi triunfo, mientras ella simulaba prestar atención a la conferencia narcótica, yo le dije que me parecían bonitos sus zapatos… lo sé, no fue lo más romántico, pero fue lo que se me ocurrió.

Un día salimos a tomar algo, me senté a su lado y esta vez le dibujé explicaciones en su pierna izquierda, le quería decir que me besara, que mis acercamientos eran mi forma de exponerle que me gustaba, que estaba listo para lo que quisiera, pero lo único que hice fue hablarle sobre caricias inconclusas, rollitos de papel y su temperamento agridulce.

Esa noche soñé tomando los atajos de su piel, quitándole los zapatos que dejaban ver sus tobillos, deshaciéndome del jean que estorbaba la posesión, soñé sosteniéndome de sus senos siempre tapados por tanta ropa como pudor. En mi alucinación la pervertía, tanto así que se transformaba en esa amante imaginada cruelmente por todos, negada sistemáticamente por muchos y obtenida orgullosamente por algunos.

“No quiero despertar” le decía, ella balbuceaba vocablos perfectamente atrevidos, me incitaba a acariciarla, después, cuando subía la tensión y las respiraciones zarandeadas tocaban la terraza me incitaba a esa violencia contenida de aferrarse a los muslos, de agarrarme de su cadera, de encontrarme en su húmedo centro de psiquiatría… entonces todo parecía caer, como un avión tomado por terroristas novatos, como una decepción cutánea de los cuerpos cansados pero sin hastío… “no quiero despertar” le repetía, mientras ella me recorría voraz, y me miraba con tal indecencia infantil que amenazaba mi supuesto vuelo comercial convertido en un carnaval, en el que su cuerpo era el único signo, el más conveniente símbolo y el apetitoso significado.

“No despiertes, sueña que me tienes, sueña que soy una parte de tus manos extendidas, abrázame, tócame, mírame y siente como me hidrato en tu deseo, limpia mi sudor de impaciencia, dinamita mis sentidos, hazme sentir lo que no quiero pero necesito”… y hablaba de más cosas que no recuerdo.

Piel desenfrenada, untada de simplezas, llamados de desesperación, intuiciones de porvenires, decisiones de juguete… despierto sueño, ambiento el lugar con suspiros y veo un trofeo oxidado en el tiempo…

Me mira, la miro y todo parece desvanecerse, es un círculo literal infinito de olvido obligado y de codicia escondida, es la impotencia solemne de imaginar, la potencia eficaz de nombrarla y la manera de cortar esta comunicación indecente.

Creo que voy a dormir, para encontrarme con ella, para asomarme por la ventana de sus piernas, para sobrepasar sus olas, para verla con miradas indirectas y asumirla como mi suerte inagotable.

Buenas noches…

4 comentarios:

TioRico PoKer dijo...

bello....

quien es la conozco..

Carlos López dijo...

¿Será acaso un asunto de imaginación, será la inspiración de la ausencia? ¿Existe o la creo? No lo sé mi suertudo amigo, escribo para respirar lo que mi alma con tos expresa en intervalos de silencio...bastrat

TioRico PoKer dijo...

regalarme algún bostezo de tu alma, allí encuentro la interpretacion perfecta del mudo alocado en el que vivimos

Anónimo dijo...

ok me gusto mucho, aunque! no se hasta donde puedes llegar....muy descriptivo...