Los te amo se refugian de una tormenta;
los impermeables encargados, fueron repartidos injustamente.
los impermeables encargados, fueron repartidos injustamente.
El autor respira, suspira, otro cigarrillo en dos chupones, ella sabe que lo domina, de hecho, él mismo se lo había confesado y le había dicho que no lo atropellara con el poder que tenía, pero ella, hermética, no reaccionaba a ningún estímulo, todo lo que hacía él,- ahora- parecía inadecuado. La hoja en blanco exhibía su belleza, era tentadora y provocadora y el autor, sólo podía disfrutar de su relación ondulante cuando ella se lo permitía, pero ella, se sabía su dueña, su única amada y ella, se deslizaba en los anhelos de él y él sólo anhelaba deslizarse en ella.
En ocasiones no se sentía bienvenido, y tercamente apostaba por la comunicación, había probado la más empalagosa ternura, la prudente distancia, el silencio neutral, ella, como un prisma, descomponía la luz de los errores de él, reiteraba, con saña cualquier problema, parecía que su sola presencia le causaba desgano. Y entonces todo era culpa de él, los problemas, las malas caras, la efusividad lejana… aquello que fue, hoy deja de ser, quizá, el autor, se preocupa demasiado por su futuro porque no tiene presente, quizá la hoja, tiene cuentas por cobrar acumuladas con su pasado, pues gasta con desesperación cada segundo de su presente.
- ¿Por qué escribes eso? ¡Bórralo!, no soy lo que piensas y lo que piensas no me interesa…
El autor, la miraba con incredulidad, veía como aquella hoja en blanco disparaba frases venenosas, golpeaba con rencor las ideas que le surgían, menospreciaba lo que se le ocurría, autor y hoja, en una relación llena de malas interpretaciones, buenas intenciones y resultados pormenorizados.
-¿Sabes? le decía ella, creí que habías escrito para mí… y se reía.
- Pero, -decía él- si no te gusta lo que escribo, ¿recuerdas que dijiste que te daba pereza?, ¿Acaso tu me lees?
- Ya me aburrí, -decía ella- doblando una de sus puntas.
Esta vez, el autor decidió relajarse, bajar la tensión, dejar el show, el escándalo y la algarabía y escribió:
Un te amo se ha fugado del refugio, está mojado, con algo de fiebre, pero tiene la convicción de ser escuchado; se confunden en sus ojos la lluvia y el llanto, lleva como regalo una gatita sin boca y todos los buenos momentos; está temblando de frío y el silencio parece que se vuelve costumbre, pero por impulso universal reaccionó y sacó lo mejor de su estirpe, recordó su misión ancestral... gritó su propio nombre, se supo valiente…
La hoja quedó inmóvil, el autor, que esperaba alguna reacción negativa, se dio cuenta, que de a poco -tanto él como ella- estaban perdiendo la capacidad de asombro, y que había esperado tanto que la hoja cediera un poco, demostrara un poco, diera alguna señal de que él existía para ella... que ahora un simple saludo lo emocionaba.
Leyó lo que había escrito, le pareció triste y desesperado, melancólico… aburrido, entonces escribió algo más:
Disculpa, sólo quise atiborrarte con lo que siento… pero parece que sólo logré a ti borrarte…
Sonrió, le pareció ingenioso, romántico, inteligente y sensible, pero la hoja se movió un poco, quizá como señal de fastidio, rápidamente, el autor, cambió la estrategia, de nuevo escribió:
Oye, ¿Sabes qué le dijo un chinche a otro chinche?... Te amo chincheramente…
La hoja sonrió, el autor entendió que debía amarla tanto como era posible… pues ella lo hacía feliz, y que debía dejar al lado esas tribulaciones, sobre la atención, el apoyo y esas cosas del amor. Para tener una relación tenía que dejar de presionar, que no era un asunto de obligación, que siempre debía haber una sonrisa…
La hoja dejó caer sobre sí misma unas letras que formaron el siguiente párrafo:
Conoces muy bien mi debilidad… sabes cómo hacer que lo sienta… tienes todas las herramientas y más para dar con mi corazón… vuelve a ser quien fuiste…
El autor entendió que era un tema de fluidez… tan sencillo como efusivo, tan tranquilo como solemne, tan simple como un te amo, antes de dormir. Entonces escribió:
Aquel te amo que gritó su propio nombre, ahora duerme tranquilo, ha olvidado su pasado y está en un presente perfecto, no se quiere conjugar en más tiempos, ni quiere ser nada más… tiene ciertas envidias, que mastica en sus momentos de soledad… Así, que -por favor- no lo abandones... -por favor- no lo abandonemos.
La hoja también duerme, iba a escribir algo pero se arrepintió, el autor, decide no escribir más... más bien, opta por dejarse escribir.
3 comentarios:
Esta hoja en blanco parece un "pollito pataletoso".. Pero se topo con hermosas palabras!
Profe muy bueno!
Se le recuerda mucho...
Donde anda?
Fabulosa me sentí identificado con esa lucha de no saber si lo que escribes es correcto y si esta bien expresado.
Publicar un comentario